Paysandú, Martes 02 de Febrero de 2010
Opinion | 27 Ene Cuando la crisis financiera mundial parece quedar atrás, luego de un primer semestre de 2009 que dejó algunas secuelas en nuestro país y otras naciones latinoamericanas, no puede menos que evaluarse que sus consecuencias fueron una suave brisa al lado del verdadero huracán que se desató en otras partes del mundo, empezando por Estados Unidos y siguiendo por España, entre otras naciones europeas.
Pero no puede dejar de llamar igualmente la atención la escasa magnitud del impacto, felizmente, que se dio en Uruguay, que permitió ir sorteando la depresión de los mercados internacionales con una afectación mínima respecto a las repercusiones que se han dado en otros escenarios similares.
Ocurre que nuestro país, vulnerable y dependiente, en esta oportunidad salió apenas chamuscado de una crisis que hizo perder millones de empleos en el mundo desarrollado, que echó abajó el intercambio comercial y trajo aparejada la depreciación de la gran mayoría de los productos, sobre todo de las materias primas, por una caída de actividad manifiesta. Aunque desde esferas gubernamentales se ha hecho hincapié en que los extremos no se dieron en el Uruguay debido a que se actuó seriamente y se logró en gran medida “blindar” la economía, la realidad indica que el gobierno del presidente Vázquez hizo poco y nada por dejar al país mejor perfilado ante una eventual crisis y, por el contrario, tuvo la imprevisión manifiesta de aumentar notoriamente el gasto público, en lugar de adoptar políticas anticíclicas que nos pudieran poner a cubierto de avatares.
Este aspecto notoriamente tendrá efectos negativos para la próxima administración, que deberá hacer frente a un déficit fiscal que se ha disparado más allá de toda prudencia, y cuya posibilidad de hacer frente con relativo éxito a este desafío es que se mantenga la expansión económica, lo que siempre es una condicionante difícil por nuestras propias limitaciones y deficiencias estructurales.
La crisis no solo eludió a Uruguay, sino que también pasó prácticamente sin mayor repercusión en toda América Latina, lo que nos sitúa por lo tanto en la real perspectiva de las cosas y relativiza nuestros méritos en cuanto a sortear la depresión internacional.
Este escenario latinoamericano indica que hay un denominador común para que el subcontinente pudiera emerger sin sobresaltos de la crisis que tuvo a mal traer a las grandes economías y de la que todavía no han logrado zafar del todo, y este aspecto tiene su explicación en el perfil exportador que tiene América Latina, altamente dependiente de las materias primas y subproductos de escaso valor agregado.
De acuerdo a un informe de Fride, (Fundación para las Relaciones Internacionales y el Diálogo Exterior), elaborado por la economista Susana Gratuis, “por primera vez desde la post guerra la economía mundial entró en recesión y por primera vez desde entonces América Latina no fue el detonante de la crisis ni su principal víctima”, aunque hubo caídas en el Producto Bruto Interno (PBI), así como en las remesas desde el exterior y en el comercio, con la salvedad de que la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal), pronostica que en este 2010 las economías latinoamericanas volverán a crecer por encima del 4 por ciento.
Según la analista, los factores fundamentales para que América Latina no cayera en la volteada fue la entrada económica de China, el ascenso de Brasil y reformas socioeconómicas que se instrumentaron a partir de las grandes crisis financieras en la región: la de México en 1994, la brasileña de 1999 y la Argentina de 2001, lo que permitió que se pusieran las barbas en remojo para minimizar los contagios.
En el caso de Uruguay, nuestra alta dependencia del comercio con Brasil fue un factor favorable, sin dudas, y lo mismo ocurrió con la demanda china de productos primarios, los que “cincharon” para que la sangre no llegara al río.
Pero claro, a la inversa, estamos ahora pasando de una dependencia a la otra, porque si flaquea la economía china se hundirán también muchas economías latinoamericanas, incluyendo al propio Brasil y en los actuales esquemas estructurales, esta vez sí el golpe sería muy rudo para nuestro país y la mayoría de las naciones latinoamericanas.
Precisamente la crisis ha tenido el efecto de que se desaten mayores proteccionismos en los países europeos y Estados Unidos, lo que desvía las colocaciones hacia China y aumenta la dependencia, haciéndonos vulnerables y sujetos a los avatares del gigante asiático, siempre impredecible.
Ello refleja la necesidad de ser prudentes en lo interno, cuidando el gasto sin retorno y promoviendo la inversión en infraestructura que potencie nuestra competitividad y reduzca costos de producción, que es la única forma de blindaje posible, pero nunca cien por ciento seguro, además, en nuestro caso.
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