Locales | 29 Ene La mañana se presentaba fresca y radiante. Apenas amanecía y tal como ocurre en el comienzo de cada jornada, emprendimos un nuevo viaje hacia el interior rural con el objetivo de siempre, rescatar historias de los pueblos y de gente de tierra adentro.
El sol aseguraba que el día resultaría agobiante.
La noche anterior las lluvias habían sido copiosas. Los restos de enormes árboles – arrancados de cuajo – revelaban la furia de una tormenta que azotó en forma vehemente parte del camino de Paso del Parque del Daymán. Nuestro destino en esta oportunidad era visitar las localidades a lo largo de la ruta 26.
Pueblo el Horno fue nuestra última parada, después de conversar con los vecinos emprendimos el regreso.
Recorríamos los kilómetros y el sol parecía “escupir” fuego, el calor del mediodía era insoportable.
El deseo de tomar un baño reparador era nuestro mayor anhelo. De pronto el sonido del agua nos advirtió la existencia de un arroyo que podía resolver nuestra agobiante sensación.
Era el Gualeguay, en uno de sus tramos donde parece que el agua conversa con el resto de la naturaleza, mientras se escurre entre la agreste vegetación. Recorrimos unos cuantos metros y tal como lo hace un caminante desesperado en medio del desierto, nos arrodillamos y apenas atinamos a refrescarnos la nuca y las muñecas, tal como nos decían nuestras abuelas, cuando llegábamos cansados de una actividad física.
Nos quitamos el calzado, nos arremangamos el pantalón y las mangas de la camisa y tras beber un sorbo de agua nos hidratamos lo suficiente como para poder continuar con nuestro recorrido; aún quedaba un largo camino...