Paysandú, Viernes 05 de Febrero de 2010
Opinion | 04 Feb En el balotaje de enero, en el que los chilenos tuvieron la posibilidad de optar entre los dos candidatos más votados en la elección nacional de un mes antes, los ciudadanos trasandinos votaron por un cambio, sin dramatismos ni alharacas, mucho menos tremendismos, pasando de la Concertación –una coalición de partidos de izquierda—a un gobierno de centro derecha encabezado por el empresario Sebastián Piñera, también respaldado por una alianza de varios partidos.
Empero, en Chile la próxima asunción de Piñera pone fin a un gobierno de veinte años de una izquierda reconvertida de la radicalización y utopías de la década de 1960 a una apuesta a la modernización al estilo europeo, descartando la bandera de la lucha de clases para orientarse a la búsqueda del desarrollo y la creación de riqueza mediante estímulos a las inversiones, en el marco de una apertura económica que fue nada más ni nada menos que una política continuista del rumbo económico que había adoptado la dictadura de Augusto Pinochet.
Lejos de dar un golpe de timón abrupto, los sucesivos gobiernos de la Concertación tuvieron la virtud de reafirmar condiciones para el desarrollo que habían surgido de las políticas liberales adoptadas durante la dictadura, y darle su impronta con algunas correcciones, sin por ello dejar de lado el sesgo de continuidad que ha hecho posible que por lo menos en los grandes temas los chilenos gozaran de una política de Estado y reglas de juego claras, por encima de inevitables errores.
Pero claro, todo gobierno tiene su desgaste --sea de derecha o izquierda-- y este proceso tiene su prueba de fuego en las elecciones, que no solo responde a una gestión de gobierno, sino también a la imagen y confianza que transmita el candidato, como ocurre en todas partes del mundo en las que el ciudadano ejerce el derecho de elegir a sus gobernantes en elecciones libres.
Piñera sedujo a la mayoría del electorado de su país con su imagen de liberal de derecha moderada, y logró un trasvasamiento de votos del electorado independiente que antes había optado por la Concertación, así como también de votantes de izquierda a quienes no les sedujo la imagen de su candidato Eduardo Frei.
Pero seguramente, más allá de algún grado de frustración con el gobierno saliente, los chilenos saben que la orientación de la política económica no registrará cambios significativos con Piñera, lo que indica que los chilenos están seguros que no habrá traumas consecuentes de cambios bruscos de timón.
Es que mientras durante veinte años la Concertación de izquierda tuvo como eje de su gestión el mantener el modelo económico que había iniciado Pinochet, igualmente no ha dado respuestas a carencias manifiestas en la educación pública, por ejemplo, en lo que parece ser un mal endémico de América Latina, y que no solo pasa por la disponibilidad de recursos, sino por una gestión y modernización a tono con las exigencias de los tiempos.
No puede obviarse igualmente que Chile es un país en el que han primado políticas de Estado y se ha tenido la visión de promover la participación privada por encima de las aventuras del Estado metido a empresario, que contamina con su burocracia y gestión deficiente cualquier emprendimiento en el que participe, como ocurre en nuestro país, sin necesidad de ir más lejos.
Esta premisa sigue vigente en Chile desde hace por lo menos tres décadas, y ello le ha permitido abatir sensiblemente los costos de producción, a favor de su competitividad con el exterior, tanto dentro como fuera de la región, y a la vez le ha dado el margen de maniobra suficiente como para adoptar decisiones estratégicas fundamentales, al punto de poder desligarse de la dependencia del gas natural argentino mediante la instalación de plantas de regasificación para diversificar el abastecimiento e incluso estar en condiciones de exportar el energético.
Por supuesto, la nación trasandina no ha salido de su condición de subdesarrollo ni mucho menos, pero como bien dice el refrán, en el país de los ciegos el tuerto es rey, y le alcanza con haber hecho bien los deberes en los últimos años, por encima de avatares políticos, para ser un ejemplo a seguir en un subcontinente donde otros ven el populismo y el afán protagónico internacional de Hugo Chávez como paradigma. Y así les va.
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