Paysandú, Sábado 06 de Febrero de 2010
Opinion | 31 Ene En apenas dos días Paysandú se vio conmovido por dos “siniestros” de tránsito de gran magnitud, que cobraron la vida de un sanducero en las calles de nuestra ciudad y un turista argentino en el empalme de rutas 26 y 3, además de varios lesionados de entidad. En ambos casos seguramente la imprudencia de los conductores fue determinante para tan trágico desenlace, pero casualmente hay un factor vinculante entre ellos y que es ajeno a la responsabilidad de los conductores, y más bien tiene que ver con el particular diseño de nuestras vías de tránsito.
El primer accidente se registró en Bulevar Artigas y Antonio Estefanell, cuando Ruben Darío Ayres de 21 años, conductor de la moto Baccio 125 circulaba hacia el sur por la arteria principal y se vio sorprendido por la rotonda allí existente, embistiéndola con su birrodado y recibiendo lesiones de tal magnitud que determinaron su deceso dos días más tarde. En varias oportunidades nos hemos referido al peligro que representa esta rotonda en una vía de acceso rápida a nuestra ciudad, más allá de que absurdamente la velocidad máxima autorizada en este tramo sea de 45 kilómetros por hora, la misma que para la saturada 18 de Julio en pleno centro. La rotonda fue construida durante la administración del intendente Alvaro Lamas a instancias de la remodelación de la avenida quién sabe con qué propósito. Arbitrariamente se estableció allí, en la intersección con una calle secundaria como cualquier otra que cruza Bulevar Artigas sin ninguna razón técnica que lo justifique, más allá de “obligar a reducir la velocidad” a los vehículos que circulan por la avenida. Pero paradójicamente en lugar de brindar mayor seguridad al tránsito, ésta ya causó varios accidentes fatales desde su construcción. El principal motivo es que resulta prácticamente invisible para los conductores, hasta que ya están encima de ella y poco pueden hacer para evitar embestirla. Por otra parte, resulta un obstáculo siniestro para cualquiera que no la conozca o simplemente esté distraído y no se haya percatado de su presencia. Hace más de un año presentamos en nuestras páginas una fotografía del lugar que demostraba el riesgo que esto representa, y advertíamos que de no modificarse sustancialmente o directamente eliminarse la rotonda –que es lo más lógico--, esta volvería a ser el escenario de una nueva tragedia. Incluso lo hemos planteado en reuniones de la Unidad Departamental de Seguridad Vial (Udesev), de las que EL TELEGRAFO participa desde sus inicios en 2006, sin obtener respuesta alguna de las autoridades.
Respecto al empalme de rutas 3 y 26, también hemos dedicado ríos de tinta. No específicamente a esa “radial”, sino al diseño de ese tipo de “medias rotondas” o rotondas cortadas a la mitad que se implementó en varios cruces de rutas nacionales, y que fueron las responsables de innumerables muertes en los últimos años. Quizás la que más vidas cobró fue la que estaba en el cruce de las rutas 8 y 11, precisamente por el intenso tránsito de turistas que allí se registra y que inocentemente atravesaban una ruta nacional como si fuera un camino secundario. Esto sucede porque en ningún país civilizado existen este tipo de “tréboles del tercer mundo”, excepto en Uruguay, donde la ingeniería vial suele reinventarse sin medir las consecuencias, y todo se soluciona con un cartel indicador. Con estos las responsabilidades siempre caen sobre el conductor, no importa el disparate que se haya hecho sobre la ruta. Por ejemplo, en el kilómetro 130 de Ruta 3, se puede apreciar un indicador que establece una velocidad máxima de 30 kilómetros por hora porque ese tramo presenta imperfecciones, cosa que obviamente no respetan ni las bicicletas. Si alguien sufre un accidente seguramente algún burócrata dirá que se debió a “la imprudencia y el exceso de velocidad”. Quizás algún día nuestros ingenieros descubran que las barandas de los puentes son innecesarias, y resuelvan ahorrar unos pesos desechándolas e instalando un cartel en la cabecera que prohíba acercarse al borde del puente. Por supuesto que si algún vehículo cae desde la altura, las autoridades entenderán que fue por culpa del conductor que no respetó la advertencia.
Y la “radial de Ruta 26” en nuestro departamento es claramente uno de esos casos de “negligencia de diseño”, por llamarlo de alguna manera. Quien circula hacia el oeste por la ruta 26, al llegar a la intersección se encuentra con un desvío hacia su derecha, varios carteles difíciles de interpretar –especialmente para un extranjero que ignora la ingeniería criolla--, un indicador de PARE e inmediatamente el cruce de Ruta 3, que justo allí hace una curva pronunciada. Del otro lado de la calzada, continúa una media rotonda que pretende guiar el tránsito hacia el sur por esta última. Todo esto va contra todas las normas de seguridad, puesto que lo más elemental es que los trazados sean lógicos, sencillos e intuitivos para salvar vidas, y no para penar con una muerte segura a quien cometa el más mínimo error. Esto parece que ya lo aprendieron en el sur de nuestro país, donde fueron eliminados algunos cruces de rotonda, entre ellos el de las rutas 11 y 5 en Canelones y la mencionada de la 11 y la 8. Pero al norte, donde las vidas importan menos, se siguen construyendo a la antigua, como es el caso del cruce de Park Way y Ruta 3 en nuestra ciudad, y esta radial de “la 26”.
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