Paysandú, Domingo 07 de Febrero de 2010
Opinion | 01 Feb Como en todos los órdenes de la vida, la eficiencia y la búsqueda del gasto racional constituye un ideal a perseguir, en el área que sea, pero esta premisa es mucho más deseable y necesaria si nos referimos a recursos caros, de difícil reposición o directamente irreemplazables, como es el caso de los combustibles fósiles, de los que precisamente carece Uruguay.
En nuestro país es por lo tanto vital apuntar a este escenario muy distinto al que hemos estado asistiendo hasta ahora, desde que pese a que importamos el cien por ciento del petróleo que consumimos igualmente seguimos malgastando recursos en el uso irracional de este y otros energéticos, como si nos sobrara el dinero y fueran a durar para siempre.
Es inimaginable que el Uruguay tenga la capacidad de revertir este proceso de un día para otro, pero sí es fundamental trabajar desde ya para sentar las bases que nos permitan hacer frente a este desafío con un perfil mucho más favorable que el que tenemos actualmente, pese a que se han registrado en los últimos años algunos avances respecto al panorama de la década anterior, por ejemplo.
El director nacional de Energía, Ing. Ramón Méndez, al evaluar las perspectivas energéticas del país, dijo recientemente que si el Uruguay se embarca en una política energética a largo plazo, basada en un consumo eficiente, para el año 2030 podría haber un ahorro cercano a los 9.500 millones de dólares.
Esta apreciación surge de un informe sobre la evolución de la demanda energética y la creación de posibles escenarios en base al uso de fuentes renovables y teniendo en cuenta la forma en que se prevé evolucionarán determinadas variables socioeconómicas en base a datos tomados de organismos como el Banco Central, la Dirección de Industria, el Instituto Nacional de Estadística y una serie de institutos internacionales.
El escenario alternativo a la tendencia actual que maneja la Dirección Nacional de Energía indica que se puede llegar a satisfacer la totalidad de la demanda de energía hasta el año 2030 utilizando mucha menos energía, con un consumo más eficiente y ahorrando cerca de 9.500 millones de dólares. Para ello consideró que se debería sustituir equipos de calefacción, aislando mejor los conductos que llevan calor a las industrias, usando calderas más eficientes y obteniendo también más eficiencia en el transporte, mediante el uso del ferrocarril.
Por supuesto, el director nacional de Energía no ha descubierto la pólvora, desde que ha trazado proyecciones sobre la realidad de un país en el que se han dado pasos muy tímidos en la reconversión de la matriz energética y la búsqueda de la eficiencia, y a la vez se sigue apostando al transporte carretero por excelencia resultando en un excesivo gasto de combustible por tonelada transportada, amén del deterioro de rutas y parque de tracción, con su consecuente demanda en mantenimiento y reemplazo.
La apuesta al ferrocarril es un tema pendiente desde hace muchos años, al que el actual gobierno y también los anteriores se han referido recurrentemente, pero sin lograr cambiar significativamente la pisada, porque para revertir el escenario del ferrocarril estatal se necesitan inversiones en red férrea e infraestructura que es impensable sin el aporte privado.
Pero si se considera que el mayor gasto de energía de Uruguay está en los hogares, es ahí donde habría que encontrar soluciones inmediatas. En principio, parece absurdo que en un país en que la generación de electricidad depende en buena forma del petróleo importado, usemos esta fuente de energía para calentar agua para uso doméstico, cuando se puede hacer gratuitamente en base a energía solar.
Los calefones son responsables de un alto porcentaje del consumo eléctrico de un hogar promedio. Pero los paneles solares son todavía muy caros para el ciudadano común, por lo que habría que buscar las exoneraciones impositivas necesarias para hacerlos más accesibles. Por otra parte, el funcionamiento de estos equipos es muy elemental, y bien podrían construirse en Uruguay. En ese sentido es imprescindible reducir los costos de los insumos para este uso específico –acero inoxidable, cobre, etcétera--, que redundará en más trabajo para los uruguayos y economía para el país.
También habría que fomentar la construcción de viviendas más eficientes, con una mejor aislación térmica. La casa típica uruguaya es gélida en invierno y sofocante en verano, y requiere enormes cantidades de energía mantenerlas a una temperatura agradable.
Todo esto confirma, por si había alguna duda, la necesidad de acordar políticas de Estado en el área energética, con una ancha base de respaldo político, para avanzar en el mediano y largo plazo en un área estratégica vital para el país, que incluye la reconversión a energías renovables, con amplitud de criterios para incorporar privados a la generación de electricidad y biocombustibles a través de reglas de juego claras y estímulos que hasta ahora solo se han visto por cuentagotas.
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