Paysandú, Sábado 13 de Febrero de 2010
Opinion | 12 Feb La convocatoria del presidente José Mujica a empresarios destacados de nuestro país, que tuviera una respuesta masiva del sector, en el Hotel Conrad de Punta del Este, apenas quince días antes de asumir el gobierno, tuvo como objetivo ofrecer certezas a los capitales respecto a las perspectivas de asumir emprendimientos de riesgo en el Uruguay, ante un futuro mandatario que revalidó su capacidad de adaptar su discurso a lo que el auditorio de turno quiere oír, en este caso constituido por empresarios en los que todavía hay aprensiones sobre las garantías para la inversión en nuestro país.
Uno de los puntos de inflexión de su discurso fue sin dudas cuando reafirmó que no habrá expropiaciones ni impuestos altos durante su gobierno, y pidió además que apuesten al Uruguay no sólo para invertir, sino también para vivir.
Mujica dijo que en su administración habrá seguridad y reglas claras y destacó y saludó la presencia de dirigentes de la oposición, desde que a la reunión asistieron los ex presidentes Luis Alberto Lacalle y Julio María Sanguinetti, el líder colorado Pedro Bordaberry y el senador de Alianza Nacional, Jorge Larrañaga. Destacó la tranquilidad que existe en el país y afirmó que las inversiones son necesarias para dar más y mejor trabajo, solucionar problemas sociales y hacer de las nuevas generaciones gente más preparada.
Los conceptos de Mujica se inscriben naturalmente en la intención de romper definitivamente con el estigma que pesa sobre el ex guerrillero tupamaro, que sintetizó en la expresión de que les “habla un gato montés vegetariano”, aludiendo que al asumir responsabilidades de gobierno, y también durante la campaña electoral, se ha presentado en las antípodas de los argumentos que manejó para alzarse en armas contra el gobierno constitucional a principios de la década de 1960, en plena democracia, cuando renegaba del país del espacio burgués al que ahora adhiere implícita y explícitamente desde el gobierno.
Es a todas luces positivo que el ex guerrillero, y suponemos también que algunos de los sectores radicales que lo han respaldado, tengan una visión diametralmente distinta a la que tenían hace décadas y que a través de la acción armada trajeron horas dramáticas para el Uruguay, lo que precisamente se esforzó por poner de relieve con su por momentos emotivo discurso en el Hotel Conrad.
Sobre todo, puso énfasis en que no habrá expropiaciones, en marcado contraste con la política suicida que lleva adelante el comandante Hugo Chávez en Venezuela, quien precisamente hace pocas horas en uno de sus habituales shows mediáticos, iba señalando con el dedo en recorrida por la ciudad los edificios que se disponía a expropiar por motu propio, cual César omnipotente.
“Hay que cuidar el clima de inversión porque la riqueza es hija del trabajo y el trabajo necesita estabilidad. Por eso estamos pidiendo apuesten al Uruguay y jueguen con el Uruguay. Y no lo decimos desinteresadamente. Lo decimos profundamente interesados. Porque no somos Mandrake”, expresó en cambio Mujica, para agregar que no se puede generar riqueza con decisiones legislativas y que dicha riqueza “es hija del circuito del trabajo”.
Esta expresión es precisamente un cuestionamiento a la disposición del sistema político nacional –sobre todo muy caro a la izquierda— de considerar que es posible legislar para redistribuir la riqueza, obviando que primero hay que promover instancias para crearla y darle sustentabilidad, desde que de lo contrario todo quedará en los papeles y en las buenas intenciones.
Cuanto más inversión, “más crece la economía, más aumenta la recaudación que necesitamos para fenomenales inversiones sociales, pero si queremos recaudar aumentando los impuestos sobre la misma masa de riqueza, estamos fritos, porque matamos la gallina de los huevos de oro”, fue otro de los conceptos expuestos por el próximo mandatario, que ahora están en línea con lo que sucesivamente fueron exponiendo los gobernantes de turno luego del período dictatorial, y que sin embargo sufrieron la dura oposición de una coalición de izquierdas que seguía refugiada en los discursos de la década de 1960, que habían sido desterrados hace rato de todo el mundo. El próximo gobierno igualmente deberá hacer frente a una “herencia maldita” que le ha dejado su propia fuerza de gobierno, con un déficit fiscal del 2,1 por ciento por decisiones voluntaristas que no han cambiado la vida de los uruguayos, y con compromisos de deuda muy duros para el 2011.
Pero corresponde abrir una cuota de crédito a la nueva administración, que ha anunciado una gestión sobre una línea conceptual que por lo menos en los discursos va alineada en la dirección en la que se mueve el mundo desde hace ya mucho tiempo, y que por lo tanto deja atrás paradigmas inamovibles de la propia izquierda, ante una realidad que los ha desmentido una y otra vez, por su inviabilidad.
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