Opinion | 21 Feb El tiempo ha sido siempre tema de conversación cuando no se encuentran otros mejores. Sin embargo, últimamente se ha convertido en un asunto serio. En Paysandú, desde la inundación de noviembre pasado, nos ha tenido en jaque.
Las lluvias han modificado su patrón por estas latitudes y la constante es mucha agua en cortos períodos de tiempo, lo que crea múltiples inconvenientes en la planta urbana, cuyos desagües no dan abasto, generando inundaciones en casas que nunca habían sido afectadas, además de todo tipo de contrariedades y peligros. No obstante, los más perjudicados están siempre entre la población más vulnerable, los que viven en asentamientos cerca de los cursos de agua o casas precarias construidas en lugares inadecuados y fácilmente anegables.
Hoy hay en Paysandú más de ochenta evacuados por las lluvias que lamentan la pérdida de objetos personales, muebles e incluso sus rudimentarias casas. Y lo peor del caso es que los informes de última hora dicen que habrá más. La seguidilla en verdad asusta y se han sobrepasado en mucho los promedios históricos de lluvias para la zona.
A la hora de buscar responsables el villano preferido es el cambio climático y más concretamente el fenómeno de El Niño -que cambia la circulación atmósferica global a partir de un calentamiento puntual del Océano Pacífico a la altura de los trópicos- y a una elevación de temperaturas en el Océano Atlántico. El fenómeno ha tenido como puntos álgidos a Uruguay, San Pablo y episodios graves en Buenos Aires.
De acuerdo a los estudios existentes las tormentas de gran intensidad continuarán por un tiempo más en la zona. Y es bueno saberlo, ya que requiere tomar las precauciones que estén a nuestro alcance para obrar en consecuencia. A su vez, los organismos que prestan asistencia, ayuda y socorro en situaciones de urgencia deben preparase adecuadamente para desarrollar una acción eficaz en el momento que sea necesario.
Y, sin lugar a dudas, todo esto nos dejará un deber impostergable: capitalizar la experiencia, ayudar a “levantar cabeza” a numerosas familias que lo han perdido casi todo y buscar formas para minimizar futuros impactos.