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Paysandú, Viernes 26 de Febrero de 2010

Relatos de un matrimonio afincado en La Tentación

Locales | 26 Feb En su casa de Mevir en La Tentación, nos recibieron Gladys Benítez (68) y Alberto Toscanini (88), matrimonio que con su relato nos permitió entender parte del sentimiento de pertenencia que ciertos pobladores todavía conservan.
Cuando llegamos, tras el clásico golpeteo de manos y la sorpresa inicial, compartir un mate y una charla con ellos nos permitió descubrir una interesante historia. Gladys nació en Puntas de Arroyo Negro, en la zona de Paso de La Arena y se mudó a Celestino cuando tenía 6 años, el 28 de julio de 1943. Mientras, Alberto nació en las afueras de colonia Porvenir. Sus padres arrendaron campos por la zona de El Gato camino a Piedras Coloradas, dedicándose a la agricultura y a la ganadería.
Una vez que esta pareja contrajo matrimonio, supo trabajar en estancias; hoy son jubilados rurales y viven una realidad diferente a aquellos tiempos. Son padres de Héctor, de 50 años, y Gustavo, de 37.
Gladys y Alberto provienen de familias numerosas y, según afirman, siempre están “haciendo algo”. De hecho, tienen una quinta de la que se surten. Don Alberto dijo que “hay que comer sano”.
“Ahora hay muchos aditivos y la gente dura poco”. Gladys agregó: “nosotros siempre estamos plantando algo, el que no planta es porque realmente no quiere. A mi esposo le sacaron tres cálculos de la vejiga y se tiene que cuidar, por eso tratamos de cultivar nuestros alimentos”.
En cuanto a la realidad de su entorno, la señora afirmó que “este es un pueblo muy perdido. Lejos de la ruta, aunque la gente no es de viajar mucho; hasta no hace mucho tiempo llegamos a tener ómnibus. El gran movimiento fue en la época de la remolacha”.
“Tampoco hay gente como la de aquellos tiempos. Nosotros supimos trabajar en el establecimiento de don Heriberto Lopepé, padre de Nelson. Allí estuvimos desde el año 1965 hasta 1987. Mi esposo ya se había jubilado, pero a mi me faltaban algunos años. Una vez que se casó Nelson Lopepé, nos fuimos con él para el establecimiento La Ortiga y estuvimos casi trece años. Más tarde fuimos caseros en una estancia más pequeña llamada La Garrapata. Llegué a cocinar para 12 personas y ordeñábamos a mano. Mi esposo se levantaba a las 2 de la mañana y yo una hora más tarde. Para las 5 ya estaban todas las vacas prontas. Hasta llegamos hacer quesos caseros”.
Si bien Gladys no puede consumir harina, asegura que elabora sus buenas pastas caseras con verduras que produce en su quinta. Cebollas, boniatos, zapallos, maíz y otras hortalizas forman parte de su pequeño huerto. “Tratamos de producir verduras para consumo propio, pero algunas veces la lagarta nos comió todo”, lamentó.
Para Gladys la mejor época del año es el invierno, porque colocan una estufa de hierro en la cocina. “Queda que es un horno y cuando viene gente se tiene que quitar el abrigo”, aseguró.


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