Paysandú, Domingo 28 de Febrero de 2010
Locales | 28 Feb (Por Enrique Julio Sánchez, desde Estados Unidos). Muy probablemente mi memoria recordará a Bob como en una secuencia cinematográfica.
Descubrí su figura como a 100 metros de distancia, cuando caminaba hacia mí con una pala sobre el hombro y acompañado por su perro. No lo sabía entonces, pero este hombre de mediana edad y trato afable sería ni más ni menos que el buen samaritano que yo estaba necesitando en la mañana de ayer sábado, en medio de la nieve y el frío.
Entre jueves y sábado otra gran tormenta de nieve azotó buena parte de Estados Unidos. En el área donde resido, en el Condado de Morris, en el norte de New Jersey, la nieve caída fue de entre 35 y 50 centímetros, elevando a unos 70 centímetros el total caído en febrero, una cantidad importante pero que se mantuvo lejos del récord de 1996, cuando cayeron 1,60 metros de nieve en el mismo mes. No obstante, esta última tormenta fue la peor para quienes repartimos diarios, porque su furia se desató precisamente a la hora en que estábamos en la calle, en plena ruta de periódicos.Las advertencias meteorológicas habían alertado debidamente y algo de nieve ya habia caído, pero la peor parte de la tormenta ocurrió en la madrugada del jueves al viernes, precisamente cuando estaba conduciendo “abuelito Camry”, tratando de entregar los diarios a 262 clientes.
Mientras “abuelito” patinaba sin pausa, entregaba los diarios adonde era posible, porque varias calles tenían ya una acumulación de 10 o más centímetros, lo que hacía directamente imposible transitarlas. La nieve se colaba por las ventanillas abiertas y los dedos de las manos se congelaban debido al intenso frío, en tanto los limpiaparabrisas acumulaban hielo, lo que reducía todavía más la ya escasa visibilidad. Volver no se podía, solo quedaba seguir, entregar la mayor cantidad posible de diarios y tratar de volver cuanto antes a casa, aunque antes habría que pasar por el autoservicio de una expendedora de combustible para recoger un buen café amaretto con el que recobrar algo de calor.
Los únicos que se cruzaban en el camino eran camiones y camionetas equipadas con palas mecánicas para limpiar nieve, pues el resto del tránsito estaba prácticamente paralizado. Como se pudo, de manera imperfecta, se terminó la ruta y con “abuelito” con toda precaución posible, retornamos a casa. Saboreando el café y --por fin-- las ventanillas cerradas. Durante el resto del viernes continuó nevando de manera intermitente, pero gracias a los servicios de limpieza las calles estaban transitables. En la madrugada del viernes al sábado prácticamente ya no nevaba, pero el fuerte viento envolvía la nieve que aun no estaba dura y ponía -otra vez- peligro al conducir.
“Abuelito” aguantó casi sin problemas, aunque a veces alguna cuesta lo hiciera rezongar y esforzarse al máximo. Faltaba una media hora para terminar la ruta cuando llegué al cliente de 2 Merchant Ln., en Mendham. Una calle angosta que únicamente conecta
dos casas y una larga entrada hacia una y otra casa, ubicadas sobre una colina. El auto subió sin problemas, entregué el diario. La nieve acumulada era tanta que no era posible hacer maniobras de giro, solo intentarlo marcha atrás. En eso estaba cuando el auto literalmente brincó a la izquierda, estrellándose suavemente contra una capa de nieve de alrededor de un metro de alto. Atascado sin remedio, en el medio de la nada, sin poder siquiera pedir ayuda a los residentes del lugar, quienes dormían. Imposible mover el automóvil sin quitar toda la nieve (para lo cual no tenía pala) o pidiendo ayuda a un servicio de grúa. Eso hice. En media hora estaría en el lugar. Caminé hacia el comienzo de la calle, preocupado porque la grúa no pudiera identificar el lugar.
Ahí estaba, parado junto al buzón de correo cuando lo vi. Como a 100 metros. Caminando hacia mí. Bob, sabría después que se llamaba. Con una pala al hombro y paseando mansamente con su perro. Lentamente se fue acercando. Y cuando llego junto a mí, se interesó en saber si estaba herido. Después me ofreció su ayuda. Juntos desandamos el camino hacia “abuelito”, comentando la peligrosa tormenta. Bob vive en el 1 de Merchant Ln, precisamente el único vecino de mi cliente. Me preguntó si era de República Dominicana. Cuando le dije cual era mi nacionalidad exclamó: “¿Uruguay? ¡The best beaches of the world! Punta del Oeste?”
Ellos lo saben también y uno que sigue porfiadamente sin querer admitirlo. Me refiero a que las playas uruguayas son las mejores del mundo. Desde mi celular cancelé el servicio de grúa y le dije a Bob si quería que yo paleara la nieve para hacer camino para que “abuelito” pudiera rodar nuevamente. “No, puedo hacerlo, me hace feliz”, me dijo. En pocos minutos, con su mano experta, dejó el camino libre. No fue suficiente, así que él mismo empujo el auto, conmigo al volante. Y luego me guió en el camino marcha atrás hacia abajo.
Cuando estuve en un lugar seguro, detuve el auto y me bajé para darle las gracias. Ahí me dijo que se llama Bob. Tomó su pala y a su perro y se devolvió a su casa. Tan lentamente como había venido. Yo retomé el camino y concluí la ruta. Nunca lo había visto antes; probablemente nunca lo volveré a ver. Pero Bob se ha ganado un espacio en mi corazón gracias a su don de gente y solidaridad. Simple y sencillamente un buen samaritano, una mano tendida en el momento justo; la clara voluntad de ayudar.
El pequeño incidente me había preocupado mucho. Hoy me siento feliz de que haya ocurrido. Porque me permitió conocer a Bob. Otra mano amiga en esta aventura de emigrante. Por otro lado, la cuenta regresiva continúa sin inconvenientes. Unos 180 días y contando. Aunque esa, esa es otra historia...
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