Paysandú, Lunes 01 de Marzo de 2010
Opinion | 24 Feb Según el nominado ministro de Salud Pública del gobierno que asumirá el 1º de marzo, Ec. Daniel Olesker, durante su gestión y por pedido expreso del futuro mandatario José Mujica se apuntará a incorporar un programa específico para mejorar la atención de salud en el interior profundo, que es uno de los grandes debes del sistema en nuestro país, como lo ha señalado en reiteradas oportunidades EL TELEGRAFO.
El próximo jerarca manifestó que “hay un programa nuevo que Mujica me lo ha pedido especialmente, que es el acceso a la salud en el medio rural”, y en declaraciones a EL País Olesker agregó que “hay que trabajar con las mutuales y ASSE para armar un programa de salud rural que dé accesibilidad, quizás en convenio con líneas de transporte para tener ómnibus que recorran haciendo exámenes preventivos de salud, como lo hace el programa de lucha contra el cáncer”.
Pese a que el futuro ministro no amplió más detalles en esta oportunidad, ha quedado por lo menos planteada la voluntad política de poner énfasis en un área de vital importancia para miles de uruguayos que hoy son los grandes postergados de nuestro sistema de salud, pese a las proclamadas políticas de inclusión que se han instrumentado a partir de la reforma de la salud, y que ha dejado prácticamente incambiada la situación de los pobladores del interior profundo.
La problemática de la salud en el Interior tiene diversidad de componentes y no existe un común denominador, desde que no es la misma para quien reside en una ciudad de Canelones, a tiro de piedra de Montevideo, que para quienes viven en alguna perdida localidad de Artigas o Cerro Largo, que siguen hoy con las mismas carencias que hace décadas.
El reciente informe del Ministerio de Salud Pública sobre la distribución geográfica de profesionales de la salud confirma el esquema asimétrico que se da en nuestro país en este sector, y que no refiere solo a la concentración en Montevideo de todos los centros de alta tecnología, sino también de las áreas de investigación y capacitación, lo que implica además oportunidades laborales y de perfeccionamiento para quienes se encuentran en esa área geográfica, en tanto en el caso del Interior las perspectivas cambian radicalmente, además de la relación mucho menor médico-paciente. Pero el habitante de las áreas rurales se encuentra aún más abajo en esta escala de desigualdades, y su acceso a los servicios de salud es dificultoso, no solo por la disgregación territorial, sino porque tampoco se desarrollan acciones preventivas con la regularidad imprescindible para dotarlas de eficacia. A la vez, también se choca con la reticencia de trabajadores rurales a concurrir cuando se cumplen las visitas de médicos, y muchas veces el control se limita solo a mujeres y niños, por una razón cultural de los pobladores del interior profundo.
Por supuesto, si la atención primaria en salud en el interior departamental deja mucho que desear, mucho peor aún es la posibilidad de acceso a la atención hospitalaria y/o de centros de alta tecnología, una falencia crónica que se agrava a medida que aumenta la distancia con Montevideo, y que no podrá superarse solo con la posibilidad de contar con algún servicio de ómnibus con personal para efectuar exámenes preventivos.
Es impensable, además, poder encarar algo serio para revertir este panorama si a la vez no se cuenta con el apoyo de la Universidad en cuanto a establecer la obligatoriedad de que los egresados de la Facultad de Medicina, que estudian gratuitamente con los aportes de toda la sociedad, presten servicios durante uno o dos años en áreas del interior rural, en calidad de residentes, como una forma además de incorporar méritos a su legajo para futuros empleos en el ámbito público. Pero sobre todo, sería esta una forma viable para que el egresado devuelva en trabajo los aportes en impuestos con que la sociedad lo ha beneficiado --incluyendo los sufridos habitantes del Interior-- para formarse gratuitamente, pese a que la mayoría de los estudiantes provienen de familias pudientes y de la capital.
No es la solución mágica, por supuesto, pero es parte de las respuestas que necesita el Interior profundo para quedar por lo menos un poco menos relegado en esta área esencial y pueda aspira legítimamente a tener una mejor calidad de vida, que le corresponde por derecho, como a cualquier ciudadano de la república.
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