Paysandú, Lunes 15 de Marzo de 2010
Deportes | 08 Mar Da pena. Acercarse al velódromo municipal permite palpar una realidad que contrasta en forma poco creíble con aquellas fiestas interminables del ciclismo en pista. A tal punto, que se hace difícil poder recordar que este coloso del ciclismo nacional alguna vez fue un velódromo.
Hoy, el ingresar al predio da lástima. Es más, basta recorrer el perímetro del mismo, para darse cuenta de que el velódromo se ha transformado en un verdadero cementerio del ciclismo sanducero.
A la hora de ingresar al predio, el recibimiento no es el esperado. El letrero avejentado, donde luce la fecha de inauguración del velódromo; el portón cuya una de sus hojas está en el piso, estimula la imaginación para pensar en lo que uno se encontrará metros más adelante.
Los baños y vestuarios permanecen cerrados, testigos fieles de que el velódromo es tierra de nadie.
El pastizal que rodea a la pista es el entorno adecuado para la realidad de hoy, en la que los pocos espinillos que circundan la gran fosa ya no recuerdan aquellos días de intenso movimiento, y que hoy solo tienen la visita obligada de los caballos que son llevados a pastar en el lugar.
Antes de subir la escalera que permitirá ver en toda su dimensión a este coloso del ciclismo, el visitante se topa con el túnel de acceso. Oscuro, sin vida, que solo conoce la visita de sapos y ratas que burlan la reja con el candado que hace demasiado tiempo permanece cerrado.
Pero subir los escalones para poder apreciar la magnificencia de una pista que es copia fiel de la que vive en el Parque de los Príncipes, en Francia, es un golpe bajo al alma.
Ya prácticamente no existe el muro olímpico, del que tan solo pueden apreciarse en pie algunos pocos metros. El resto de las piezas, o la mayoría, ya no está.
Los ladrillos han sido quitados, robados por quienes como trofeo de guerra les habrán encontrado otro uso, obviamente fuera del predio.
Y muchas partes de ese muro que supo contener a los ciclistas y al público, están esparcidos en una pista intransitable, pero que todavía muestra orgullosa lo que supo ser. O lo que es debajo de ese maquillaje grotesco y hasta doloroso.
Solo queda imaginarse qué sucedería con un ciclista a la hora de recorrer la pista en esas condiciones.
Pero hay más. Así como el muro de contención brilla prácticamente en su totalidad por su ausencia, el tejido que lo acompañaba directamente no existe. Metros y metros del alambrado circundante desaparecieron como por arte de magia, para que la tétrica imagen del velódromo no tenga escapatoria.
Abajo, donde los equipos deberían concentrarse, preparar los materiales, es imposible transitar.
Sigue en pie una pequeña grada metálica, que parece lucir orgullosa entre la basura y los pastizales que son solo transitados por alimañas.
El túnel de ingreso al sector no se queda atrás. El techo de chapa del túnel está destruido, hundido en todos lados, siendo víctima seguramente de quienes no tienen ningún respeto por las obras públicas. Y es víctima del paso del tiempo, sin tener un mínimo de mantenimiento.
Pero la pista se mantiene ahí. Como esperando que alguien venga a rescatarla, manteniendo la esperanza de que de una vez por todas se entienda que esto, el abandono total del velódromo, no está ni estará bien.
Es que la pista mantiene firme su estructura, demuestra estar en buenas condiciones más allá de que el mantenimiento brille por su ausencia.
La réplica del Parque de los Príncipes seguramente nunca imaginó su futuro. Ilusa, habrá esperado que la intensa actividad que la tuvo como protagonista a lo largo de varios años se extendiera en el tiempo.
Pero terminó siendo olvidada. Las autoridades, más allá de algún intento de dar al velódromo en comodato, no tienen en cuenta a este coloso sumergido en el olvido, como si no fuera parte de las obras que son, nada más y nada menos, patrimonio de todos los sanduceros.
Para colmo, tampoco existe hoy siquiera la Federación Sanducera de Ciclismo, que ha quedado sin dirigentes tras el alejamiento de Walter Bergara.
Es verdad que hoy el ciclismo sanducero está atravesando una de las peores crisis de su rica historia.
Pero no es excusa para que nadie tenga en cuenta a esta obra impresionante, al mejor velódromo del Interior. El único, después del capitalino que vive en el Parque Batlle, que cuenta con las medidas reglamentarias, ese número que es imposible de olvidar: 333 metros con 33 centímetros.
Hoy el velódromo es tierra de nadie. El entorno fantasmal contrasta con la vida que todavía tiene la pista, que pese a todo todavía late en el olvido. Pero parece que nadie se ha percatado.
A nadie parece interesarle que el 15 de febrero de 2006 fue la última vez que el velódromo tuvo actividad. Sí, hace ya más de cuatro años.
Todos parecen haberse olvidado rápidamente el festejo alocado de los sanduceros todos, ciudadanos y autoridades, cuando Milton Wynants se bañó de plata en los Juegos Olímpicos de Sydney, en una especialidad de pista, la misma que tiene hoy Paysandú en la oscuridad.
Con el nombre del ciclista fue bautizado el velódromo sanducero, en lo que terminó siendo un homenaje poco deseado si se tiene en cuenta el estado deplorable en que vive el coloso de cemento del ciclismo sanducero.
El velódromo lleva el nombre de Wynants, el mismo que se ha colgado medallas de todos los colores en el concierto internacional.
El mismo que representará a Uruguay en los próximos Juegos Odesur. El mismo Wynants que no puede entrenar en nuestra ciudad, ante su gente y bañado en su aliento.
Y el motivo es duro: sencillamente el velódromo quedó en el olvido. STB
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