Paysandú, Lunes 15 de Marzo de 2010

Nadie es perfecto

En un solo instante, entre la vida y la muerte

Locales | 14 Mar (Por Enrique Julio Sánchez, desde Estados Unidos). Un instante... una vida... De pronto pasa... sin avisar. A pocos días de la Primavera la nieve parece haberse despedido definitivamente, aunque aun hay grandes concentraciones en diferentes lugares. Pero las tormentas de nieve han sido sustituidas en estos días por tormentas de lluvia y viento que empezaron el viernes y que -claro- siguieron mientras repartía diarios el sábado de madrugada. ¡Lindo trabajo!
El sábado por la mañana, mientras repartía diarios a los clientes del condado de Morris que no habían recibido el suyo en la madrugada, por error de los repartidores, porque el diario se mojó por la lluvia o el viento lo aventó lejos del lugar donde debió ser entregado, seguía lloviendo.
Volvía de Chatam camino a Morristown, para entregar el último diario de la jornada. Pensaba en el asado que iba a disfrutar en el almuerzo, aunque hecho en microondas, en el par de cervezas que iba a desgustar, y en la computadora que iba a comprar por la tarde, en Sparta, en la misma zona donde durante meses trabajé como panadero para Panera Bread junto a Carolina Baillo. Uno de esos negocios que surgen en estas tierras, en que los gringos cambian cada pocos meses y eso permite que uno compre un equipo de 2.2 giga de potencia, 120 giga en el disco y pantalla plana alta definición por apenas 100 dólares.
Conducía en realidad distraído, entre la música de “Viva México” de la radio Amor de Nueva York. Había elegido el camino por la zona de pantanos porque no quería hacerlo pasar por el centro de Morristown, pues se desarrollaba a esa hora, y pese a la lluvia, el desfile en honor de los irlandeses, en honor al Día de San Patricio.
Finalmente el desfile se suspendió, aunque yo por entonces no lo sabía y aunque cientos de participantes habian llegado al lugar (parcialmente si los vi) vestidos de verde y cubiertos por “pilots” transparentes.
Así que, tranquilamente, iba por la zona de pantanos, disfrutando el entorno, pleno en verdes y ocres, con azul aquí y allá. Una enorme zona resguardada para las especies silvestres, con enormes carteles donde se prohíbe cualquier caza y pesca. Cosa rara, no iba rápido, ni siquiera por encima de los 70 kilómetros por hora. Relajado, casi conduciendo con una sola mano, pensando en el paisaje y en mis cosas. A unos 100 metros, de pronto, una curva por la que apareció veloz -demasiado- un Volkswagen azul plateado, que perdió parcialmente el control e invadió sin más mi carril. Patinó, maniobró de un lado a otro y finalmente, a apenas 10 metros de mi auto logró controlar el vehículo y “arrojarlo” sobre su carril, mientras yo frenaba con toda la precaución necesaria ante un pavimento tan mojado y desesperado hacía sonar la bocina.
Nos miramos apenas un instante. El estaba demasiado ocupado en tratar de controlar su vehículo tras su desafortunada maniobra y tras sus “patinadas” en el carril contrario, con cierto peligro de irse directamente a la banquina, lo que hubiera significado internarse entre los pantanos, con destino incierto.
Llegué a la curva, giré sin problemas y seguí. Instintivamente, volví a reducir la velocidad. Iba despacio, pero igual. Es que estaba tomando conciencia del peligro por el que había pasado.
En tropel, pasaron por mi mente las decenas de accidentes (consumados) que he visto en estos meses, y los cientos de maniobras arriesgadas que he presenciado y, en algunos casos, sufrido.
La lluvia siguió cayendo, mansamente. Pero el pavimento mojado siguió siendo un peligro, especialmente para conductores inexpertos o arriesgados. Nada me sucedió.
Felizmente. Pero el peligro estuvo. En un instante. Como en una vida...


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