Paysandú, Lunes 29 de Marzo de 2010
Opinion | 25 Mar Aunque tanto la Administración Vázquez como el nuevo gobierno han tratado de restar entidad al tema, seguramente con la intención sobre todo de no despertar expectativas en algunos operadores, es evidente que el Uruguay sigue lenta pero inexorablemente perdiendo competitividad en el concierto internacional, en grados diferentes según el país o la región de que se trate.
El economista Michele Santo, en el semanario “Búsqueda”, retoma el tratamiento de este punto, y señala que los índices de cambio real que calcula el Banco Central del Uruguay muestran un panorama “bastante preocupante” para la competitividad externa de la economía uruguaya en lo que va de 2010, y advierte que “salvo respecto a Brasil, los diversos indicadores de competitividad muestran un desmejoramiento generalizado desde aproximadamente mediados de 2007, deterioro que se acentuó y aceleró el año pasado”.
Argumenta el economista que las bajas en la relación contra Uruguay se sitúan prácticamente entre el 18 y el 34 por ciento desde esa fecha en comparación con la competitividad global extrarregional, regional, con Estados Unidos y Argentina, con el agregado de que este deterioro se ha dado en un contexto en el que en general los precios de los principales productos de exportación de Uruguay dejaron de mejorar, como ocurría antes de la crisis internacional, lo cual vuelve el problema mucho más preocupante.
Pese a que los valores se han situado en niveles similares a los vigentes en setiembre de 2007, no sucede lo mismo con la competitividad, que ha descendido sustancialmente, lo que no es poca cosa si sacamos este tema de la abstracción de los números y lo evaluamos en el contexto de las consecuencias para la actividad de la industria exportadora en general, con algunos sectores particularmente afectados, y en los que trabajan para la sustitución de importaciones.
Santo lo sitúa en este contexto cuando analiza las causas para este deterioro, que sin dudas son consecuencia por un lado de factores externos pero sobre todo de la forma en que se ha desarrollado la política económica, que priorizó otros parámetros respecto a la competitividad, por condicionamientos socioeconómicos fundamentalmente.
Para el economista este deterioro es consecuencia de la inconsistencia en el manejo de las políticas fiscal y salarial por un lado, que fueron muy expansivas, y de la política monetaria por otro, cuando para hacer frente a la aceleración de la inflación se subieron las tasas de interés y se aplicaron otras medidas restrictivas.
Por supuesto, no es cosa de apelar a eufemismos rebuscados, y lisa y llanamente el economista plantea que existe un “atraso cambiario” porque se retoman viejas prácticas de mantener un dólar depreciado para tratar de contener la inflación, lo que a la vez lleva a que se manifieste inflación en dólares y por lo tanto crezcan en esta moneda los costos internos que inevitablemente el exportador debe trasladar a sus productos, como así también el que trabaja para el mercado interno en áreas donde compite con lo que se importa.
Como en tantos órdenes, no resulta fácil alcanzar el punto de equilibrio, es decir cuantificar y evaluar objetivamente el punto de transacción entre los intereses en juego, porque inclinar la balanza hacia uno u otro lado en este esquema pendular significa transferir recursos y consecuencias de acuerdo a prioridades. Pero ello se hace en base a un margen de maniobra que en un país tan vulnerable a los avatares externos, como el nuestro, es muy acotado, y también muy delicados los efectos sobre el escenario interno, lo que se traduce en merma de la actividad económica y gradual desempleo si no se adoptan correctivos.
Michele Santo subrayó que “en materia de competitividad externa hace meses estamos transitando por un camino equivocado, que puede transformarse en potencialmente muy peligroso ante cualquier deterioro adicional de la situación exterior tanto regional como internacional, cosa que es muy probable a partir del año que viene”.
De lo que se trata, consecuentemente, es de actuar con ponderación y mente abierta, reconociendo errores y evaluando con cuidado los pro y las contras de medidas que inevitablemente se deberán adoptar, porque recurrentemente la solución al atraso cambiario ha sido la devaluación, que siempre es traumática y deja el tendal de afectados.
En cambio, debería buscarse el ajuste por correctivos en los costos internos, reduciendo el peso del Estado, haciéndolo más eficiente, bajando la presión tributaria, no cediendo ante los intereses corporativos que juegan solo para sí y acumulan carga tras carga sobre los contribuyentes, porque de lo contrario nos encontraremos de un día para otro dentro de un corral de ramas, por tropezar una y otra vez con la misma piedra.
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