Opinion | 31 Mar La visita del presidente José Mujica a Brasil, como así también las recorridas que ha efectuado el mandatario desde su asunción al cargo hace un mes, tienen no solo su impronta marcada por un desapego al protocolo, sino que es notorio que Mujica es poco afecto a desplazarse con custodia y ya ha hecho de esta característica una marca registrada.
El jefe de Estado suele dejar en blanco a la custodia que obligadamente le sigue y seguramente es un dolor de cabeza para los encargados de velar por su seguridad, teniendo en cuenta que se desmarca del protocolo y suele responder a la espontaneidad en sus contactos.
Esta forma de actuar marca un agudo contraste con la de su antecesor, el ex presidente Tabaré Vázquez, quien era un obseso con su seguridad, al estilo de los presidentes de las mayores potencias mundiales y sus desplazamientos solían ser un verdadero despliegue de guardaespaldas visibles y encubiertos, que a la vez no solo evitaban el contacto con la población, sino que marcaban a fuego a los periodistas, lo que era muy palpable en las recorridas por el Interior.
Una característica similar la tuvo el ex presidente Julio María Sanguinetti, quien también hacía un culto de su seguridad personal y en todo momento contaba con una barrera de contención en sus desplazamientos contra la que chocaban tanto el ciudadano común como los representantes de la prensa.
En cambio, tanto Luis Alberto Lacalle como Jorge Batlle enmarcaban sus desplazamientos en una tónica similar a que le ha dado actualmente Mujica, con escaso despliegue de agentes de seguridad y especial disposición al diálogo con la prensa, incluso con la del Interior, lo que precisamente conlleva una relación mucho más distendida y pone de relieve la sencillez en toda circunstancia de la persona que ejerce el cargo, por encima de sus aptitudes.