Paysandú, Domingo 04 de Abril de 2010
Opinion | 04 Abr Escasa concientización y un alto grado de irresponsabilidad, característico de culturas latinas como la nuestra, donde el subdesarrollo e idiosincrasia se conjugan para que a la escasez de recursos se agregue el desinterés y desaprensión para hacer lo que se debe hacer, son factores que influyen para que se manifiesten en nuestro medio problemáticas sanitarias que a esta altura deberían estar erradicadas o por lo menos en sensible declive.
Uno de los aspectos en que esta reflexión encaja, lamentablemente, refiere a las acciones muy sencillas de prevención que corresponde adoptar para evitar que se den en forma endémica, y ocasionalmente con empujes epidémicos, enfermedades como la hidatidosis y el Mal de Chagas, a lo que se agrega la amenaza del dengue, las que pueden evitarse o minimizarse en nuestro país con mucho más facilidad que en países vecinos, debido a nuestro menor tamaño y una composición socioeconómica con menores expresiones de pobreza extrema y dificultades por la distribución territorial.
Los estudios realizados últimamente por la Comisión Nacional de Hidatidosis indican que la media nacional de afectación por quiste hidático es de entre el 1 y el 1,5 por ciento, con notoria preeminencia en las áreas rurales, donde la zoonosis se manifiesta con carácter endémico.
El punto es que tenemos hidatidosis, un verdadero estigma del subdesarrollo, porque en los establecimientos rurales sigue alimentándose a los perros con achuras crudas, pese a que prácticamente nadie ignora que debe hervirse cuidadosamente las vísceras y complementar esta medida preventiva con la dosificación periódica.
Ello da la pauta de que se sigue actuando desaprensivamente, sin asumir responsabilidades mínimas ante el prójimo, dejando las cosas para más tarde o para algún día que nos venga bien, que en nuestra cultura es lo mismo que decir nunca. Por supuesto, cuando las cosas pasan y nos tocan de cerca, viene el desconsuelo y el tardío arrepentimiento.
Otra expresión de esta actitud la percibimos además los sanduceros ante la displicencia con que el ciudadano común actúa ante el avance sostenido de los focos del mosquito Aedes Aegypti, al que se le combate con eficacia mediante medidas sencillas como no dejar a la intemperie recipientes que puedan almacenar agua.
Sin embargo, esta simple precaución es desestimada por gran parte de la población, que culturalmente no es afecta a la prevención ni tomarse molestias mínimas para evitarse grandes problemas, como sería que tengamos dengue autóctono en nuestro medio. Pero lamentablemente tenemos el mosquito, al punto que ya en el 8 por ciento de los hogares relevados está instalado este insecto, y la realidad indica que se está extendiendo porque no hay conciencia de la importancia de la prevención.
Otra enfermedad que es estigma del subdesarrollo, sobre todo en Sudamérica, como lo es el Mal de Chagas, también se manifiesta en nuestro país en forma endémica en diversas áreas, sobre todo en el noreste del territorio nacional, incluso en el este de nuestro departamento, en la franja limítrofe con Tacuarembó.
Como la hidatidosis y el dengue, requiere controlar el vector de transmisión al ser humano, en este caso un tipo de vinchuca, a la que se combate mediante la fumigación y reduciéndole el hábitat, además de mejorar la calidad de las construcciones y limpiando gallineros y otros espacios que propician las condiciones para su desarrollo.
El común denominador que ha sido determinante para que nos encontremos ante estos flagelos cual espada de Damocles en nuestro país, es sin dudas una falta de concientización inexplicable en seres racionales, y no precisamente por falta de difusión de los problemas y de la forma sencilla en que se pueden prevenir. Estamos ante una mezcla de irresponsabilidad, de desinterés y de fatalismo, unido tal vez a la confianza o esperanza de que “nunca nos va a tocar” para justificar íntimamente una indolencia que también es alentada por controles muy “light”, cuando existen, y sanciones que se pueden eludir, que no alcanzan para cambiar costumbres hondamente arraigadas, que tienen un alto costo en vidas y situaciones traumáticas.
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