Paysandú, Viernes 23 de Abril de 2010
Opinion | 21 Abr Desde hace muchos años la izquierda uruguaya tiene pendiente el procesar o más bien digerir la realidad del régimen dictatorial cubano, que para algunos representantes del Partido Comunista y de algún otro sector ortodoxo es una “democracia”, pero donde rige la democracia del partido único, el de las asambleas populares de manos levantadas, donde quien disiente con el régimen es un traidor, no existe la libertad de expresión y tampoco se puede abandonar la isla, como ocurría asimismo en las naciones ex comunistas de detrás de la Cortina de Hierro.
Realmente cuesta entender como connotados “intelectuales” de izquierda, tanto en Uruguay como en algunos otros países –cada vez menos-- ejercen ante lo indecible el esfuerzo mental de retorcer argumentos y seudojustificaciones en procura de hacer creer que efectivamente la isla caribeña es una democracia, pese a que desde hace más de cincuenta años Fidel Castro ha ejercido el poder absoluto y nada puede hacerse que involucre a Cuba si no se cuenta con su consentimiento.
A propósito de la muerte en prisión por huelga de hambre del disidente cubano Orlando Zapata, el Frente Amplio fue de alguna manera llevado contra las cuerdas por la oposición para que se pronunciara sobre el caso, lo que dio lugar a una vergonzosa declaración de la Mesa Política de la coalición en la que se pretendió justificar de mil formas posibles el atropello a los derechos humanos, trasladando en gran medida las culpas al bloqueo de Estados Unidos y a la vez subrayando que en países capitalistas al fin y al cabo se perpetran peores atentados contra los derechos humanos, sin que se haga tanto escándalo.
Y el Frente Amplio, tan proclive a condenar actos similares en otros países, trató por todos los medios de evitar el tener que pronunciarse, pero cuando lo hizo lo ha manifestado con evasivas y buscándole siempre cinco pies al gato, manteniendo la vieja tesitura de que el mundo sigue dividido en malos y buenos, que son por un lado los países capitalistas explotadores e imperialistas y por otro las naciones como Cuba, en manos de una dictadura popular a la que no hay nada que reprocharle, sino simplemente deshacerse en loas y agradecimientos por marcar el camino de la liberación.
Felizmente, hay también intelectuales de izquierda que se resisten a ser llevados de la nariz y tienen su propia visión crítica de las cosas, sobre todo porque han asumido que no existe la perfección, y que pese a las simpatías que se tenga con tal o cual régimen, no es posible que pueda afirmarse muy suelto de cuerpo que una dictadura de cincuenta años es una democracia y que no hay violación a los derechos humanos pese a que se conculcan libertades, se encierra a los ciudadanos en una inmensa prisión de la que nadie es dejado salir sin autorización y no hay elecciones por fuera de la parodia de elegir a los “candidatos” del partido único, el Partido Comunista.
Al explicar esta visión, uno de los firmantes de la carta en la que fijaron su posición crítica al respecto, Alvaro Díaz Maynard, explicó al semanario izquierdista “Brecha” que “las barbaridades en nombre del socialismo muchas veces se ocultan, o se considera que es inoportuno darle armas al enemigo, hablar de ellos. Pero pienso que es exactamente al revés, que el mundo está en una situación de bisagra, y se está buscando un modelo democrático y socialista diferente. A mi juicio no habrá una construcción de un modelo socialista de clase alguna sin libertad y sin democracia. Y eso hay que decirlo, si uno lo cree”.
Reflexionó que “no hay cosa más terrible y que nos duela más a aquellos que la sufrimos en carne propia, que una dictadura que oprime y que oprime la libertad de opinión y que persigue a quienes son opositores”, para acotar que “el pensamiento de izquierda tiene que ser coherente: lo que nos ha dolido también nos tiene que doler cuando le pasa a los otros”, en tanto evaluó que “la izquierda no ha analizado la caída de la URSS. Si lo hubiera hecho, hoy estaríamos discutiendo otras cosas”.
Dijo asimismo respecto al caso cubano que “en un sistema en que el Estado se confunde con el partido, donde el partido en realidad es un grupo muy pequeño de personas que deciden, donde no hay participación, se está ante un código común de todos los totalitarismos”.
Sobre todo preguntó ante los cuestionamientos que recibió de grupos de izquierda sobre la oportunidad de formular este tipo de planteos “¿cuándo va a ser oportuno? ¿cuando las cosas ya no tengan remedio? Hace décadas que escuchamos eso”, y señaló que hay una cultura muy arraigada en la izquierda de “repetir los mismos rituales frente a cualquier cosa. Ese decir ‘son agentes del imperialismo’, ‘son gusanos’, ‘le hacen el juego a la derecha’, no permite pensar con cabeza propia. Yo me niego a eso”. Ese pensar con cabeza propia fue precisamente el principio del fin para las utopías, las dictaduras populares de la ex URSS y otras naciones del socialismo real hoy desaparecidas, que ayer eran paradigmas y que hoy son reconocidas como pesadillas en las que los derechos humanos eran violados a diario, con millones de muertos en las peores épocas. La mentira cayó estrepitosamente hace veinte años, cuando los que la defendieron ardorosamente durante décadas se quedaron sin referentes y buscaron mil y una formas de justificarse por haber defendido sin autocrítica alguna las atrocidades de esas dictaduras. Y la consigna de “no tocar a Cuba”, está impregnada de las mismas prácticas estalinistas, del eterno argumento de que el fin justifica los medios, que han utilizado abiertamente tantas tiranías de derecha como de izquierda, para avasallar a los pueblos que sometían.
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