Paysandú, Domingo 25 de Abril de 2010
Locales | 23 Abr Desde pequeño entendí el sacrificio que hacían mis padres por darnos lo mejor a mis hermanos y a mí. Jamás cedieron frente a la adversidad. Ver sus rostros envejecidos y sus manos cuarteadas me provocaba una mezcla extraña de admiración y dolor.
En aquel entonces apenas tenía 8 años y no se me cruzaba por la cabeza ni de casualidad que algún día me marcharía de la chacra para ya no regresar. No conocía la palabra cansancio; de hecho ayudábamos en todas las tareas y abrazábamos con placer cada cosa que hacíamos.
Enfardábamos, ordeñábamos, juntábamos los animales, dábamos vuelta tierra y, además, íbamos a la escuela. La mayoría de edad llegó la vez que el viejo me encendió el primer cigarrillo y la primera visita a la ciudad me confirmó que mi vida tendría un inesperado cambio.
Tuve la posibilidad de concurrir al liceo y sin medir esfuerzos pude estudiar una carrera. Les escribía cuantas veces podía y al poco tiempo descubrí que aquellos escritos fueron sustituyendo lentamente las visitas a casa.
Sin haberlo planificado antes, me calcé las orejeras como caballo de carrera y ahogando el llanto y la melancolía solo miré la meta, como un jockey que imagina el momento en el que cruzará el disco. Tal vez tuve la cuota de suerte que se necesita en estos casos en los que se experimentan sentimientos opuestos.
El amor por la familia y el deseo de obtener un título como profesional siempre me sacudieron hasta lo más íntimo.
Comprendí entonces que para concretar ciertos objetivos en la vida hay que sacrificar otras cosas, hasta las más caras desde el punto de vista sentimental.
El tiempo pasó, mis viejos ya no están físicamente y hace treinta años que dejé mi casa en el campo. Aunque hace un buen rato dejé de fumar, de vez en cuando enciendo un cigarrillo e intento recrear aquella primera vez, cuando mi padre me advertía que ya había llegado a la mayoría de edad.
Tal vez esa fue la señal con la que aquel buen hombre –sin emitir una palabra– me indicaba que había llegado el momento de volar por mí mismo. En tiempos tan turbulentos como los que vivimos, hoy confirmo que solo gracias a los valores que me inculcaron mis padres pude llegar a la meta.
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