Opinion | 23 Abr El presidente boliviano Evo Morales fue protagonista de un papelón que despertó indignación en la comunidad homosexual y en la órbita de la ciencia.
En la inauguración de la Conferencia Mundial de los Pueblos sobre Cambio Climático Morales causó asombro con afirmaciones en las que vincula el consumo de pollo engordado con hormonas con la homosexualidad y al aceleramiento del desarrollo de las niñas. “Cuando los hombres comen esos pollos, tienen desviaciones en su ser como hombre”, dijo el presidente, quien se aseguró de dejar en claro que personalmente sólo consume animales “criollos”. También dijo que las niñas que consumen esos pollos desarrollan más temprano sus pechos.
Las afirmaciones no solo fueron rebatidas por especialistas y científicos de la industria avícola por “no tener asidero científico alguno” sino que fueron repudiadas por organizaciones homosexuales de todo el mundo considerando que “este tipo de afirmaciones sin base científica alguna son, además de insidiosas y falaces, un mensaje de odio y rechazo a la población homosexual”.
El episodio ha abierto múltiples espacios para la broma y la caricaturización del presidente, pero el caso resulta una muestra más que lamentable de la escasa responsabilidad con la que Morales habla en el ejercicio de la investidura presidencial. Resulta poco serio que en lugar de hacer un mea culpa y asumir que no debió hablar de cuestiones de las que no entiende salga acusando a los medios de comunicación atribuyéndoles “interés de dañar o afectar al gobierno”.
El portavoz oficial del gobierno de Morales, Iván Canelas dijo que la prensa dio prioridad a “lo superficial” respecto de “lo importante, que es tratar de preservar, proteger y defender al planeta”. Habría que avisarle que se encargue de advertir al propio Morales dónde está lo importante antes de que abra la boca y “vomite” lo primero que se le cruza por la cabeza. El inconveniente se lo generó el propio Morales sin ayuda de nadie.