Paysandú, Jueves 29 de Abril de 2010
Opinion | 25 Abr La celebración del Día Mundial de la Tierra dio lugar a numerosas instancias y foros en los que en carácter nacional, regional e internacional se analizaron aspectos como la explotación indiscriminada de los recursos naturales, las consecuencias de la acción del hombre en el clima y en muchos casos procurar generar consensos para regular las explotaciones con una visión de futuro a efectos de un manejo adecuado de los recursos sustentables.
Claro, no se ha logrado hasta ahora una visión netamente “desfronterizada”, pese a que los recursos no son de un solo país o región, sino que estamos ante un sistema interconectado e interdependiente, y es así que hasta ahora han primado intereses nacionales y particulares con la premisa de obtener el mayor provecho posible en el menor tiempo que se pueda, lo que ha derivado en la explotación descontrolada de recursos sin siquiera medir los costos a futuro. Ello ha dado lugar a la depredación de regiones como la Amazonia, en la que siguen desapareciendo miles de hectáreas de selva por año, nada menos en el área que es considerada como el pulmón del mundo por su aporte de oxígeno y absorción de anhídrido carbónico.
En un ámbito más cercano, podríamos citar el caso de la protección del Acuífero Guaraní, que en Uruguay está resguardado por la Constitución, mientras Brasil y Argentina se hace uso y abuso del mismo recurso con fines comerciales sin trabas de ningún tipo.
En este contexto, entre las declaraciones que se acordaron en el marco de la jornada de clausura de la Tercera Cumbre Mundial de Regiones sobre el Cambio Climático, ha quedado laudada una prioridad especial para el agua como una de las tres áreas clave para la adaptación y mitigación del accionar del cambio climático.
El programa de trabajo Energía para el Desarrollo Sustentable señala que “la red debería intentar organizar al menos un proyecto al año para desarrollar la capacidad en los ámbitos de producción del cambio climático o adaptación al mismo, biodiversidad, agua y saneamiento”.
Esta declaración final entiende que “el cambio climático constituye un reto, pero también una oportunidad para una transición con éxito hacia un modelo económico sostenible, que establezca que la calidad medioambiental va unida al crecimiento económico, la creación de riqueza y el progreso tecnológico”.
En estas consideraciones va implícito gran parte del desafío que tiene ante sí el hombre: conjugar el crecimiento económico, la creación de riqueza y el progreso tecnológico con la preservación de los recursos para permitir que los avances que se logren no signifiquen a la vez una sentencia a determinado plazo. Y en este desafío al que nos referíamos seguramente el gran instrumento para el desarrollo sustentable es el avance tecnológico, para hacer más eficientes las técnicas de aprovechamiento de los recursos naturales al mismo tiempo que se preserva el ecosistema y el propio recurso, sin fundamentalismos sino buscando el equilibrio y poniendo particular cuidado en que los costos no superen los beneficios o signifiquen una condena segura en el mediano o largo plazo.
Pero lo que debe buscarse a toda costa, cuando se participa en estos foros internacionales, es dejar de lado toda subjetividad, sobre todo de carácter ideológico, y situar las cosas en sus reales términos, desde que en mayor o menor medida, no hay nación o grupo humano que no haya depredado los recursos naturales durante la larga noche de los tiempos, apostando a que estábamos ante ecosistemas inagotables y autodepurables por los tiempos de los tiempos.
Lamentablemente mandatarios como Evo Morales, presidente de Bolivia, han hecho flaco favor a la credibilidad de los planteos en favor del uso racional de los recursos y desarrollo sustentable, cuando en el reciente discurso inaugural de la Primera Conferencia Mundial de los Pueblos sobre el Cambio Climático superó en desbordes verborrágicos e incongruencias a su mismísimo colega venezolano Hugo Chávez, cuando en su afán por endilgarle al capitalismo todos los males del mundo, sostuvo --palabras más palabras menos-- que comer pollo producido en el primer mundo tiene consecuencias negativas para la hombría –subrayó que no es su caso, porque él no come ese tipo de pollo-- por estar cargado de hormonas femeninas, y que en pocos años todo el mundo será calvo por la desnaturalización de los alimentos, a la vez de asegurar que las papas holandesas contienen veneno en la cáscara y que la Coca Cola solo es buena para destapar inodoros, por lo que es mejor la chicha de maíz.
Ante tal razonamiento infantil e ignorante sólo le faltó incorporar como cierta la leyenda del lobisón por culpa del capitalismo, pero sirvió al menos como muestra del grado de politización que existe muchas veces tras una fachada inocente y bienintencionada como puede ser la densa de la ecología y los recursos naturales. Y son precisamente personajes como éste los que terminan desvirtuando una lucha en la que está en juego el futuro del planeta, por lo que es fundamental erradicar las pasiones políticas si pretendemos lograr acuerdos serios para mejorar el planeta.
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