Paysandú, Viernes 07 de Mayo de 2010
Opinion | 05 May En cualquier parte del mundo los casinos son un excelente negocio para los inversores por su altísima rentabilidad asegurada por simples matemáticas, más allá de que para ser competitivos en una determinada región debe contar con una infraestructura acorde al perfil del jugador que pretenda captar. Esto significa que si se pretende llegar a un público de alto poder adquisitivo de nivel internacional, la inversión deberá ser mucho mayor que la que se necesita para funcionar con comodidad con el apostador de clase media local, especialmente si se tiene el monopolio de las salas de juego de la ciudad. Por ejemplo en Las Vegas, “capital mundial del juego” la inversión necesaria para asegurar el éxito del emprendimiento es de unos 600 a 900 millones de dólares, entre las salas de apuestas y el lujoso hotel que necesariamente debe acompañarlo. En Uruguay en cambio alcanza con unas modestas --en comparación-- decenas de millones de dólares para captar un público similar, aunque a nivel regional, como lo demuestran los emprendimientos del hotel Conrad o el Mantra en Punta del Este, y quizás algo menos en otras localidades del Interior. Esto es siempre que hablemos de categoría internacional, con capacidad de atraer turistas de las grandes ciudades, donde están los clientes que pueden sustentar un casino de este nivel. Pero si las pretensiones no son tan altas es posible igualmente hacer muy buenos pesos con mínimo de gastos, como queda demostrado en Paysandú con el actual Casino, que apenas requiere de un espacio físico adecuado para ubicar algunos slots y máquinas de azar. En contrapartida el público que captará será solo el ciudadano local, que irá a gastar sus últimos pesos con la esperanza de ganarle a la suerte y llegar más holgado a fin de mes, ignorando conscientemente la ley que indica que “la casa nunca pierde”.
Y este es precisamente el aspecto negativo de las casas de juego, que si bien potencialmente pueden ser un gran imán para turistas de altos ingresos, allí también va a parar el salario del iluso trabajador local. Por este motivo es imprescindible evaluar muy bien qué tipo de emprendimiento se piensa desarrollar cuando se va a adjudicar una sala de juegos, y exigir en contrapartida al empresario una inversión que asegure que lo que la ciudad pierde por un lado será recuperado con creces por los ingresos que aporta el turismo.
Esto está estipulado claramente en el pliego de condiciones para la licitación de un casino en Paysandú, y es algo que los sanduceros debemos ser muy celosos en hacerlo cumplir. En ese sentido las dos propuestas que existen hasta el momento contemplan esta disposición, por cuanto, de ganar la licitación, una ofrece construir un hotel de al menos cuatro estrellas en el radio céntrico, mientras que la otra pretende hacer un centro termal en un predio privado junto al arroyo San Francisco, que es una de las viejas aspiraciones de Paysandú. Visto así, cualquiera de las dos parece suficiente para el propósito que aspira la ciudadanía, aunque al menos en nuestro caso desconocemos los proyectos en profundidad suficiente como para emitir un juicio primario. Lo que sí sabemos de primera mano es lo que los empresarios asociados a Kaskira --que busca instalar el casino en los salones del Gran Hotel, que está en plena remodelación-- manifestaron a EL TELEGRAFO, que “si sale el casino, Kaskira está obligada a hacer el estudio de factibilidad de un pozo termal, con control del Estado para que si hay agua, se haga el emprendimiento. Y si es factible, se desarrollaría el proyecto”.
Dicho así, habría una gran incertidumbre respecto a la contraparte exigida por la licitación, puesto que no habría obligación de continuar con el emprendimiento de San Francisco, de no contar con aguas termales en el predio. Y hasta ahora no hay certezas de que exista, más allá de que supuestamente esta es una zona termal, pero podría suceder que el agua sea demasiado fría para estos propósitos, o esté a demasiada profundidad, por ejemplo. Por otra parte, el proyecto de inversión debe ser claro, detallado y conciso antes de decidir la adjudicación, porque una vez entregado el casino desaparece el interés por respetar las obligaciones contraídas. En este aspecto, lo mejor es que ambas cosas se realicen en simultáneo, cuando menos.
En la otra propuesta en cambio hay que exigir que el hotel comprometido sea realmente de categoría internacional, puesto que la “escala de estrellas” suele ser distorsionada según los parámetros de referencia que se toman. Por ejemplo, es común encontrar hoteles en Uruguay que supuestamente tienen tres o cuatro estrellas, pero que puestos en el primer mundo no alcanzan a dos. Claro que si los comparamos con lo que hay alrededor parecen cumplir con lo que manifiestan, pero esto no es suficiente para atraer al turismo de alta gama --que es lo que nos hace falta--, que si no obtiene lo que busca opta por lo que conoce aunque esté a cientos de kilómetros de distancia. Por eso es imprescindible apostar a lo seguro y ser muy meticulosos al momento de entregar el casino de Paysandú. Una vez entregado el dulce, será muy difícil encontrar capitales fuertes para invertir en turismo en nuestra ciudad.
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