Locales | 09 May Hace hoy cuatro años, el 9 de mayo de 2006, nos abandonaba físicamente Fernando Miguel Baccaro Pesce, quien fuera director de EL TELEGRAFO durante cuatro décadas y digno continuador del rumbo trazado por el fundador de esta casa periodística, Miguel A. Baccaro, junto a Angel Carotini, y de su padre e impulsor de la empresa, Fernando J. Baccaro.
Sin dudas que la trayectoria de Fernando, como lo llamaba cual un amigo más el personal de EL TELEGRAFO, signó la impronta de un Paysandú que por períodos se sumergía en el estancamiento y al que sin embargo su pluma incansable y su visión de futuro lo llevó a sacudirse la modorra para superar una mediocridad que por momentos parecía ganar la batalla.
Es cierto, su departamento ya no era el que surgía recién al desarrollo, como a principios de siglo, cuando se fundó EL TELEGRAFO, ni tampoco el de la pujanza industrial de la década de 1940, pero sí creció a su influjo y el de otros prohombres desde la segunda mitad de la década de 1960, cuando el mundo comenzó a cambiar aceleradamente y Fernando volcó sus esfuerzos, aportó ideas y la acción para no quedar rezagados ante el desafío. Los tiempos de la dictadura encontraron en él un indoblegable luchador por la democracia, y brindó el espacio a periodistas que los medios más importantes del país les negaban. No le tembló la mano al denunciar los atropellos del gobierno de facto, aún a riesgo personal, y encontró la forma de hacer saber al mundo la barbarie en que estábamos sumidos a través de la Sociedad Interamericana de Prensa, de la que fuera el primer socio del Uruguay. También la prensa del Interior lo tuvo entre sus más tenaces defensores, impulsando a través de la Organización de la Prensa del Interior el ejercicio del periodismo libre en un país dividido entre hijos y entenados, es decir los medios capitalinos y los demás. Pero sin dudas que más allá del aspecto profesional, la calidez humana de Fernando Baccaro, su hombría de bien y su manera positiva de ver las cosas fue su rasgo más destacado, y es lo que hace que hoy lo sigamos extrañando y evocando como el primer día en que dejó de estar entre nosotros, y dejamos de verlo recorrer el diario con sus largos pasos y su eterna sonrisa y amabilidad a flor de piel, condición innata de su persona y expresión fiel de su forma de ser. Tras cuatro años desde su deceso, el dolor lacerante por la noticia de su muerte ha dado paso gradualmente a la resignación ante su pérdida, lo que no quiere decir que igualmente no se sienta el vacío que dejó la partida del ser humano, del director que veinteañero aún asumió el gran desafío de conducir EL TELEGRAFO, y que supo cumplir con creces con esa responsabilidad.