Paysandú, Miércoles 12 de Mayo de 2010
Opinion | 08 May Más allá de los resultados que se den en las elecciones departamentales de este domingo, todo indica que al poco tiempo cobrarán fuerza nuevamente los planteos que ya han formulado en más de una oportunidad dirigentes de todos los partidos políticos, los que han puesto sobre el tapete reparos a este sistema electoral, que ha incorporado una “maratón” de convocatorias a las urnas en menos de un año.
A juicio de gran parte de la dirigencia política, ya la celebración de dos períodos con el nuevo sistema ha puesto de relieve que se está ante una saturación de la ciudadanía por la sucesión de elecciones internas, elecciones nacionales, eventual balotaje y posteriores elecciones departamentales, en tanto también la misma sensación se recoge en los partidos políticos, por la sucesión de las campañas y los recursos económicos que éstas insumen.
Y si bien hay argumentos que podrían compartirse en lo general para promover nuevamente modificaciones al sistema vigente, no es menos cierto que el régimen anterior también distaba de ser el ideal, desde que era determinante para que las elecciones departamentales sufrieran el efecto de “arrastre” de la nacional, al realizarse en forma simultánea y atar al ciudadano a que votara en el sobre a un único partido en las dos opciones para elegir gobernantes.
Esta experiencia obliga a reflexionar profundamente sobre los pro y los contra de las “soluciones” que se propongan, desde que la enmienda puede ser peor que el soneto, y a la vez deben pensarse para ponerlas en práctica sin estar sujetas a los intereses político-partidarios que inevitablemente surgen cuando se sopesan propuestas teniendo en cuenta la conveniencia o suerte que pueda tener cada colectividad partidaria en la próxima elección. El argumento de que se convoca en poco tiempo a tres o cuatro diferentes comicios es válido, pero una forma de superar este inconveniente sería diferir las elecciones departamentales y hacerlas a medio período, por ejemplo dos años después de las elecciones nacionales. Sería incluso un factor positivo para diluir aún más el efecto de “arrastre” que obra siempre en perjuicio del Interior y mantener a la vez la independencia entre los comicios, haciendo ver que son dos escenarios completamente distintos.
El punto es que no hay mucho tiempo para incorporar un proceso de reforma electoral que permita minimizar los cálculos político-partidarios, y el mejor momento es hacerlo lo más lejos posible del próximo acto electoral. Y si bien hay acuerdo respecto a la necesidad de acortar las campañas, las diferencias surgen a la hora de proponer alternativas, sobre todo en un aspecto en el que los legisladores del Interior deben actuar con visión propia y sin dejarse influir por los intereses del centralismo, que procurará seguir influyendo lo más posible en la capacidad de discernimiento de los votantes del norte del Santa Lucía.
En la campaña para la presente elección departamental esta pretensión ha quedado muy clara en el hecho de que llegaron hasta Paysandú decenas de dirigentes nacionales de todos los partidos pretendiendo “vender” su candidato preferido a la ciudadanía local, con lo que se ha desvirtuado el espíritu de la norma que apunta a que el elector se pronuncie por el vecino que considere que pueda desempeñar en mejor forma el cargo de intendente, por encima de afinidades partidarias. Por otra parte, cuando se dice que el país “se paraliza” por las elecciones departamentales cabe preguntarse por qué todos estos legisladores distraen días de trabajo –bien pagas por el pueblo, por cierto—en una campaña que no les corresponde. Por lo tanto debe ponerse sumo cuidado en que la enmienda al final no resulte peor que el soneto, sobre todo si tenemos presente que en algunos dirigentes capitalinos ha cobrado fuerza la idea de que en lugar de las elecciones departamentales separadas los comicios departamentales se realicen en forma simultánea a la elección nacional, con la diferencia de que se habilite el voto cruzado, es decir permitiendo que se pueda votar por candidatos de un partido en lo nacional y por otro en lo departamental. En teoría estamos ante un sistema que permitiría ahorrar el desgaste de una elección adicional con el mismo resultado, pero la experiencia indica que las cosas no son tan fáciles ni tan lineales, porque inevitablemente la corriente de simpatía de un candidato de la tendencia nacional incide marcadamente en el pronunciamiento departamental, lo que condiciona al elector por una corriente emotiva que no tiene nada que ver con el escenario local. Pero además ahora existen las elecciones “municipales” para las alcaldías que complican aún más el procedimiento electoral, por lo que de hacerse en una sola instancia terminarán confundiendo al ciudadano entre montañas de listas nacionales, departamentales y locales, por lo que se corre el riesgo de lograr el voto por inercia y no por convicción.
Corresponde por lo tanto hilar muy fino y evaluar cuidadosamente los pro y los contra de toda reforma que se intente en el sistema electoral vigente, cosa de no estar al poco tiempo nuevamente ante la necesidad de nuevos “toqueteos” porque las cosas al fin de cuentas han resultado ser al revés de lo que se presumía era por fin la solución a todos los males.
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