Paysandú, Viernes 14 de Mayo de 2010
Opinion | 07 May “No hay nada acordado” detrás del visto bueno a Néstor Kirchner que dio la delegación de nuestro país en la todavía no oficializada Unión de Naciones Suramericanas (Unasur), según expresó el presidente José Mujica ante dirigentes políticos de todos los partidos durante un almuerzo, poco después de que se considerara la designación del ex mandatario argentino en el cargo de la secretaría general del organismo.
La actitud de nuestro país en la cumbre en la que se trató la creación de la unión ha sido motivo de diversidad de comentarios sobre todo dentro de fronteras, a la luz de la historia de desencuentros y rispideces con el ex presidente e incluso su sucesora, Cristina Fernández de Kirchner, a propósito del conflicto por la instalación de la planta de Botnia-UPM en Fray Bentos, y evidentemente este episodio a pocos días de conocerse el fallo de la Corte Internacional de la Haya sobre el diferendo, pone una interrogante respecto a las motivaciones que puede tener el presidente Mujica para adoptar una posición muy diferente a la que tenía su antecesor Tabaré Vázquez sobre el particular.
Precisamente ante el apoyo constante de la Administración Kirchner a los piqueteros de Gualeguaychú, e incluso tras el desaire de Cristina Fernández al propio Vázquez en oportunidad de su asunción, el ex mandatario uruguayo había mantenido su decisión de vetar el acceso de Kirchner al cargo de secretario general de este organismo, que aún no tiene ratificación por la vía de la aprobación de los parlamentos de algunos países, incluyendo el nuestro.
La actitud de Vázquez era entendible y hasta compartible, por cuanto evidentemente Kirchner no da la talla para este cargo, desde que para ejercer estas funciones en un organismo internacional se necesita tener proyección de estadista, tener disposición al diálogo y a atender otras posiciones, en el entendido de que nadie es dueño absoluto de la verdad. Durante su actuación como presidente de la Argentina, tanto hacia adentro como hacia afuera en el caso específico de Botnia, entre otros ejemplos, Néstor Kirchner ha dado muestras de intolerancia y maniqueísmo, gobernando su país con puño de hierro en base a los “superpoderes” que le daba el absoluto control de todo el Estado sin dar lugar a quienes piensan distinto o tienen puntos de vista diferentes, lo que implica que está en las antípodas del perfil que debe tener un negociador y un componedor al frente de un organismo del de la proyección que se quiere dar a la Unasur.
Es cierto, este “club de amigos”, como lo denominara el senador Jorge Larrañaga, se ha integrado como reflejo de una situación coyuntural, por gobiernos “solidarios” con Hugo Chávez a la cabeza, como una forma de crear un foro alternativo a organismos como la OEA, y la designación de Kirchner aparece como ajustada a la medida de la visión política de quienes han apostado a la Unasur.
Así, entre estos escenarios discurrió la convocatoria de esta semana y se generó finalmente la postura salomónica por nuestro gobierno, resumida por Mujica en el voto uruguayo de “votar el consenso”, es decir una forma rebuscada de acompañar con el voto la postulación de Kirchner, dejando de lado el veto que había interpuesto Vázquez en su gestión.
No puede cuestionarse a Mujica por dejar el camino libre a Kirchner, desde que al fin de cuentas mucho más que lo que pueda hacer el ex mandatario en la secretaría de la Unasur, importa el escenario regional y la necesidad de tender puentes para que tienda a volver a sus carriles normales la relación entre Uruguay y Argentina.
La decisión del mandatario uruguayo apunta a reconstruir un proceso en el que pierden los dos países, pero mucho más el nuestro, que debe apostar a la solución del diferendo para recomponer un proceso de integración que se ha visto muy deteriorado --ya tenía sus dificultades antes del conflicto, obviamente-- por el bloqueo y las consecuencias en proyectos fundamentales, como es el dragado del río Uruguay hacia el norte y del canal Martín García para la salida de buques de ultramar desde el puerto de Nueva Palmira.
El gesto de Mujica puede rechinar a muchos que consideran que Kirchner no merece esta actitud condescendiente, y posiblemente tengan razón, pero los países y el bienestar de los pueblos están por encima de situaciones personales y/o coyunturales, y sobre todo en el caso de Uruguay, corresponde extender la mano para tratar de superar de una vez por todas el diferendo, lograr el desbloqueo del puente por los activistas y ponerse a trabajar por el futuro, en lugar de pasar facturas en un ir y venir interminable de reproches y cobro de cuentas. Por otra parte, aunque la Unasur puede ser muy importante para Kirchner y el proyecto socialista de los mandatarios de izquierda de la región, aún tiene que ganarse su espacio en el escenario mundial, cosa que difícilmente se logre en la medida que se base en afinidades ideológicas coyunturales.
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