Paysandú, Lunes 17 de Mayo de 2010
Locales | 16 May (Por Enrique Julio Sánchez, desde Estados Unidos). En la madrugada, a veces todavía el frío golpea, si bien en general durante el día se disfruta de una temperatura al menos agradable, a veces ya calurosa.
Una de estas madrugadas, repartía los diarios como siempre, disfrutando de música y también de esa tranquilidad antes del amanecer, con las calles desiertas, las familias descansando en sus hogares. Un par de horas más tarde el tráfico se tornaría rápidamente pesado, mientras cada cual trata de hacerse camino hacia sus respectivos trabajos, los autobuses escolares pronto iniciarán su recorrido para llevar a los estudiantes a las escuelas secundarias (y más tarde a las primarias).
Pronto, la ciudad se despertaría y esa paz y tranquilidad se rompería en pedazos, hasta la próxima madrugada. Conducía por Alcor Road y doblé como siempre en Dover Chester Rd, frente a la escuela de Ironia, uno de los municipios de la zona. Como siempre también, por aquello de que no hay tráfico y para ahorrar tiempo, tomé la mano contraria a la que debía, buscando el número 306, donde debía arrojar en la entrada del garaje un Daily Record.
A lo lejos, las luces de un auto, a las que no les presté demasiada atención. Arrojé el diario y rápidamente tome la mano apropiada. Conduje unos 200 metros, hasta Quail Run, arteria en la que me interné, pues allí residen varios clientes. El auto siempre detrás mío, también dobló en Quail Run. Entonces comprendí. Era un patrulla de la Policía de Randolph (el municipio de Ironia no tiene cuerpo de Policía y el área es responsabilidad de la de Randolph).
No había mucho por hacer. Sabía lo que vendría. Las luces de emergencia del vehículo policial se encendieron y simplemente detuve el auto, encendí las luces de posición y esperé, aparentando tranquilidad, aunque pensando en el monto que debería pagar por multa, al transgredir una norma de tránsito.
El oficial siguió su manual, se aproximó por detrás, iluminó el interior del auto con su linterna y luego mi cara. Saludó amablemente. Retribuí el saludo. Pidió mi licencia de conducir y el registro del vehículo. Y entonces la pregunta habitual: ¿Sabe por qué lo detengo, verdad? Pude haber dicho lo que generalmente expresamos los conductores, que no, que ni idea. Pero resultaba muy obvio que esa no iba a ser la mejor opción.
“Sí, oficial, lo sé, transitaba por la mano contraria”. Eso me salvó. Una lección rápidamente aprendida es que la Policía trata mejor las transgresiones de tránsito si el conductor dice la verdad o al menos aparenta decirla. Habló de los peligros de conducir como lo hacía, de la temeridad y esas cuestiones. Que así como mi trabajo era repartir diarios el suyo era mantener la seguridad en el área. Expliqué mi posición, lo mejor que pude pero sin hacer mucho énfasis, porque no podía defender lo que no se podía defender.
“¿Tiene puntos en la licencia?”, preguntó. “No, oficial, está limpia”, dije. “Voy a fijarme si es cierto”, agregó y se fue a su patrulla, mientras yo esperaba dentro del auto.
Un par de minutos después volvió con un tique de advertencia, por el cual no hay que pagar ni tampoco quedan registros. Me pidió que buscara una ruta alternativa, que no siguiera repartiendo diarios desde la mano contraria, saludó y se fue.
Yo reinicié mi camino. Un Wall Street Journal en el número 6, un The New York Times en el número 11 y así por el estilo. Me atrasé unos 15 minutos en mi recorrido, pero me salvé de una multa de tráfico. La Policía en general prefiere dar advertencias en lugar de multas a quienes tienen su licencia de conducir libres de puntos de castigo, el método con que en Estados Unidos se castigan las transgresiones de tránsito y cuya acumulación lleva a la suspensión primero y a una posible pérdida del permiso de conducir más adelante. Por el contrario, es particularmente dura con aquellos conductores que sí tienen puntos de castigo.
El Sol comenzó a asomarse en el horizonte. El azul profundo del cielo se transformó en una mezcla de celestes, rojos, ocres y amarillos. En pocos minutos, la tranquilidad desapareció y el tráfico se tornó denso. Inicié el camino a mi casa para dormir un par de horas. A contramano de la mayoría, yo me iba a acostar a dormir cuando el resto tomaba su primera taza de café y se preparaba para iniciar su jornada laboral.
Mis clientes caminaban hacia su entrada de garaje, recogían sus periódicos y se enteraban de las últimas noticias mientras se preparaban el desayuno. Un nuevo día había llegado.
Un nuevo día también ha llegado en mi Uruguay. El Día de la Madre. No puedo evitar recordar a mi amada madre, que ya no está fisicamente a mi lado, pero que se mantiene siempre en el centro de mi corazón. Ella seguramente me hubiera reprendido de saber mis andanzas y mi manera de conducir. Pobre mamá, cuántos líos me soportó. Como todas las madres. Feliz Día para todas.
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