Paysandú, Domingo 23 de Mayo de 2010
Locales | 23 May Por Horacio R. Brum (Corresponsal). El combate naval de Iquique, del 21 de mayo de 1879, es un episodio de la Guerra del Pacífico, el conflicto en el cual Chile de apoderó de los territorios de Perú y Bolivia cuyas riquezas minerales siguen constituyendo hoy la base de la economía nacional. Dos viejas unidades navales chilenas, de casco de madera, se enfrentaron con dos buques blindados peruanos, y con el heroísmo que suele dar la desesperación por la derrota inminente, el comandante de una de las naves de Chile se lanzó al abordaje de su enemigo, el monitor Huáscar. El capitán Arturo Prat murió en ese intento; su nave fue hundida y el combate terminó en lo que podría definirse como un empate: en el apresuramiento por dar caza al otro buque chileno, que huía de la zona, la fragata compañera del Huáscar encalló en un arrecife y también se hundió. Las primeras noticias del hecho que llegaron a Santiago, al dar sólo cuenta de la pérdida de una de las naves chilenas, provocaron disturbios en las calles, contra un gobierno que había iniciado la guerra jaqueado por la crisis económica. Sin embargo, a los pocos días las versiones oficiales y los diarios de propiedad de la clase dirigente transformaron la muerte trágica e inútil de Arturo Prat en una epopeya nacional y hasta ahora el malhadado capitán es una figura intocable de la mitología patriótica. Con más plazas y bustos que los héroes de la Independencia, Prat mira a los chilenos desde los billetes de diez mil pesos, en tanto que el libertador Bernardo O’Higgins debe conformarse con adornar las monedas, desde quinientos pesos para abajo. El Huáscar, capturado a los peruanos algunos meses después del épico empate, se conserva como monumento flotante en la principal base naval del país; cada vez que alguien habla de devolverlo a Perú, como signo de los nuevos tiempos de integración americana, surgen de todos los sectores los rugidos nacionalistas y sesudos historiadores gastan su tiempo escribiendo cartas y columnas en los diarios, para rechazar tal posibilidad. Asimismo, el aniversario del combate de Iquique se conmemora con unos fastos que hacen parecer que de ese hecho hubiese dependido la suerte de la nación, sin tener en cuenta las desconfianzas y paranoias que aún contaminan las relaciones con los países vencidos en la guerra de hace 131 años.
Para agregar solemnidad a la ocasión, el 21 de mayo es también el día en el cual los presidentes de la República dan cuenta anual de los planes del gobierno y el estado del país, ante el Congreso Pleno (Asamblea General) y por cadena nacional. Aparte de los simbolismos patrióticos, este 21 de mayo fue más especial, por ser la primera vez en medio siglo que cumplió esa función un mandatario de la derecha, elegido democraticamente. Fiel a su estilo empresarial, Sebastián Piñera quiso dar el discurso con el apoyo de un “PowerPoint”, una presentación con gráfica de computadora proyectada en pantalla gigante, pero los encargados del protocolo del Congreso no estuvieron dispuestos a llegar tan lejos en la modernización, y el Presidente tuvo que conformarse con tener su imagen proyectada en dos pantallas a los costados de la sala. Otro tipo de tradición se mantuvo: el edificio del Congreso fue acordonado por la policía en un radio de tres cuadras y sólo se autorizó la entrada a ese perímetro de las autoridades, los invitados y los manifestantes que podían probar su lealtad al gobierno. Quienes intentaron realizar alguna suerte de protesta fueron “contenidos” a tres cuadras con gases y chorros de agua, particularmente fríos en el día gris y destemplado de Valparaíso, la ciudad costera a 170 kilómetros de Santiago donde Pinochet ubicó al Poder Legislativo para que no le molestara, si acaso seguía por la eternidad al mando de Chile.
Había alguna expectativa por el contenido del discurso presidencial, pero en los días anteriores, una significativa pelea de familia dejó claros los límites a la osadía de un gobierno cuyo presidente intenta representar a la derecha moderna y liberal, pero depende para la mayoría parlamentaria de un partido conservador y clericalista, estrechamente vinculado a los sectores más reaccionarios de la Iglesia y al Opus Dei, que todavía no se desprende de sus raíces hundidas en la dictadura militar. Durante la campaña electoral, como parte de la imagen moderna que deseaba proyectar para atraer a votantes del centro y la centro-izquierda, Sebastián Piñera coqueteó con los grupos homosexuales, dando a entender que iba a asumir un papel activo contra la discriminación. Entre sus propuestas estaba la regulación legal de las uniones estables, para darles derechos similares a los matrimonios, y se proponía anunciar en su discurso a la nación un proyecto de ley al respecto. Un día antes de la sesión solemne del Congreso, el mandatario fue visitado por el presidente de la Unión Demócrata Independiente (UDI), el partido mayoritario de la coalición de gobierno y el más votado en las elecciones pasadas. En sus comentarios sobre la reunión, el dirigente de la UDI declaró a los medios que poner el tema de las uniones homosexuales en la agenda pública le parecía “un exceso”.
Así, el asunto desapareció del mensaje del 21 de mayo y Piñera describió, en cambio, varias medidas para respaldar el concepto tradicional de la familia, como un bono especial para los matrimonios que lleguen a las Bodas de Oro. También definió a las mujeres como “pilar de la familia y el hogar”, habló de promover la natalidad y anunció que la comisión presidencial “Mujer, Trabajo y Maternidad” estudiará los modos en que las mujeres podrán tener más facilidades para tener hijos y trabajar fuera de la casa. En otras líneas de tono conservador, achacó a la modernidad males como la drogadicción, el alcoholismo y la violencia en las calles. Para hacer frente a este último problema –que en Chile es menor, si se compara con el promedio latinoamericano-, el mandatario aumentará en 10.000 efectivos las fuerzas policiales y dará mayor severidad a las penas contra quienes ataquen de palabra o de hecho a los policías. Mayor severidad, en un país en el cual incluso insultar a un policía puede llevar a cualquier civil ante la justicia militar, en tanto que los delitos cometidos por los policías o los militares contra los civiles quedan en el ámbito de la misma justicia y no tienen jurisdicción sobre ellos los tribunales civiles. Las relaciones internacionales abarcaron muy pocas líneas del discurso; Piñera dedicó más minutos a enumerar sus recientes visitas al exterior y presencia en reuniones de distintos organismos, que a definir con claridad el rumbo de la política hacia el extranjero. No hubo menciones específicas al diferendo pendiente de resolución en La Haya, por un reclamo peruano de rectificación de la frontera marítima, ni a las próximas negociaciones para definir el límite chileno-argentino en la zona de glaciares cordilleranos conocida como Campo de Hielo Sur. Este es el último diferendo pendiente con Argentina, cuya resolución se ha venido arrastrando durante varios gobiernos, principalmente por una tendencia histórica chilena a dar largas a los problemas internacionales complejos, cuya solución pudiera perjudicar los intereses de Santiago o poner en riesgo el capital político interno. Para hacer más complicado este caso, el acuerdo preliminar para la delimitación fue rechazado por los Kirchner cuando aún no estaban en la Casa Rosada. Además, el año próximo se dará la gran batalla electoral al otro lado de la Cordillera y como bien sabe Uruguay, al matrimonio gobernante en Buenos Aires no le cuesta nada sacar munición del frente internacional para defenderse en el frente interno. Un anuncio económico también podrá tener repercusiones internacionales, porque el mandatario expresó que se tomarán medidas para controlar la competencia comercial desleal y subrayó el perfeccionamiento del sistema de salvaguardas. Estas son sobretasas arancelarias, que Chile aplica cuando considera que un producto importado se ha elaborado en el país de origen con subsidios o costos por debajo de los reales. En el ámbito agropecuario, más de una vez las salvaguardas han tenido olor a proteccionismo, porque se han aplicado por la presión de sectores como los productores de leche, que por volumen de actividad no pueden competir con los precios uruguayos o brasileños.
La realidad de la vida en Chile indica que los pobres son muchos más que aquellos de los cuales dan cuenta las cifras oficiales o que se ven desde el exterior. Según Piñera, durante los próximos cuatro años se acabará la indigencia y dentro de unos ocho años se llegará al desarrollo, con estándares de vida superiores a países como Portugal o la República Checa. Una de las herramientas para lograr este milagro será el “ingreso ético familiar”, equivalente a 500 dólares mensuales, para una familia de cinco personas. No se trata de exigir a las empresas que paguen mejores sueldos, sino de complementar, mediante bonos y subsidios, el ingreso familiar, hasta llegar a esa cifra, la misma que debe pagar un joven mensualmente, por ejemplo, si quiere estudiar en la universidad... En cuanto al plazo para llegar al desarrollo, lo han puesto –y corrido- casi todos los gobiernos precedentes. Durante varios años, la fecha mágica fue el Bicentenario, que ya llegó, sin novedad.
Si bien abundaron las buenas ideas, muchos puntos del mensaje al país de Sebastián Piñera quedaron sin precisión. Así, en los interrogatorios de los medios posteriores al discurso ningún funcionario pudo definir exactamente cómo se financiará e integrará el “salario ético”. El propio ministro de Planificación, encargado de convertirlo en realidad, se limitó a decir que “va a demorar, obviamente, su tiempo” instrumentarlo. El gobierno actual solamente tiene, por calendario, cuatro años de ese tiempo, aunque el Presidente enunció varios planes para diez años, aparentemente con mucha fe en la continuidad de la derecha en el poder.
En el análisis de las palabras de Piñera, la oposición comprometió su apoyo a las medidas que fueran claramente favorables para el país, pero también se manifestó desorientada en cuanto a la implementación. “Mucha palabra, falta efectividad y no hay una línea clara”, expresó el senador José Antonio Gómez, de la Concertación que fue gobierno hasta marzo. Para el diputado comunista Guillermo Teillier, cuyo partido volvió al Congreso después de una larga ausencia, el discurso tuvo mucho de populismo, en tanto que el senador socialista Juan Pablo Letelier consideró que hubo poco de nuevo, ya que varios proyectos de ley y medidas de distinto tipo fueron iniciativas del gobierno de Michelle Bachelet.
Queda poco más de un mes para que se cumplan los cien días de la gestión de Sebastián Piñera, el hombre que dice estar dispuesto a cambiar radicalmente la manera de gobernar y hacer política en Chile.
Es el plazo a partir del cual suele terminar la luna de miel de cualquier gobierno con la opinión pública, cuando los opositores empiezan a perder su buena voluntad y cuando las promesas de la campaña electoral deben estar bien encaminadas a cumplirse. Piñera ha saltado al abordaje de las situaciones que traban el desarrollo de su país; queda por ver si se convertirá en un héroe vivo, o en la trágica figura de un fracaso heroico, como el hombre que cayó en Iquique en 1879.
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