Paysandú, Lunes 24 de Mayo de 2010
Opinion | 17 May Entre las amenazas que se ciernen sobre la Humanidad cada vez con mayor evidencia de dificultades de reversión o siquiera atenuación, sin dudas el cambio climático, el uso irracional de los recursos naturales y su consecuente posibilidad de agotamiento en el mediano y largo plazo, son las que han sido identificadas como las de mayor incidencia en el futuro, sobre todo teniendo en cuenta la lentitud en las acciones más o menos coordinadas que permitan por lo menos controlar la evolución de los factores más preocupantes, cuya incidencia a la vez difiere en regiones y países.
Así, los países desarrollados son evidentemente los grandes contaminantes y depredadores de los recursos, con Estados Unidos a la cabeza, desde que son los grandes consumidores de bienes y servicios, así como de energía, por lo que evidentemente tienen la mayor responsabilidad en el agotamiento de estos recursos.
En grandes números, el cinco por ciento de la población mundial consume el mayor porcentaje de la producción energética global, de la misma forma que en lo que refiere a la alimentación y consumo de bienes y servicios. Esta mayor disponibilidad y acceso no es gratis, desde que a efectos de promover una mayor calidad de vida se están sobreutilizando recursos naturales en desmedro de otros grupos de población que no acceden de la misma forma a este consumo, en muchos casos aún en niveles mínimos.
El crecimiento de la población mundial evidentemente pone a prueba la capacidad del ser humano para adaptarse a este desfasaje entre oferta y demanda de recursos, pese a que las nuevas tecnologías permiten un uso más eficiente y hacen rentable la extracción y explotación de energéticos y materia prima que hasta no hace mucho era descartada por resultar antieconómica.
Pero en esta carrera entre oferta y demanda, así como en la distribución flagrantemente irregular de la riqueza entre países ricos y pobres, nos encontramos con que el ritmo de aumento de la población mundial ha sido determinante para que se necesite en forma cada vez más acuciante avanzar en el desarrollo de tecnologías y productividad a efectos de aumentar la producción de alimentos y de energía. Ello significa asimismo mayor presión sobre los recursos naturales, cuyas consecuencias se observan a la vez en la expulsión de gases nocivos a la atmósfera, las emanaciones que causan el efecto invernadero y desechos tóxicos que afectan el ecosistema, sin olvidar trastornos como la creciente tala de bosques y selvas, deslaves como consecuencia de explotaciones irracionales y asentamientos en lugares vulnerables, entre un sinfín de situaciones y escenarios que contribuyen a generar una problemática muy vasta.
Las previsiones sobre el aumento de la población mundial hasta no hace muchos años eran realmente pesimistas, por cuanto si bien en las naciones desarrolladas y algunos países en desarrollo, como Uruguay, el crecimiento ha sido mínimo o aún nulo, en países del Tercer Mundo e incluso en China e India --los más poblados del mundo-- la tasa de crecimiento poblacional era mucho mayor.
Pero las condiciones socioeconómicas han cambiado y contrariamente a lo que se esperaba, se ha registrado una fuerte caída de la fertilidad en los países en desarrollo, los que gradualmente se irán acercando a un esquema similar al de los países desarrollados.
Entre estos países figuran nada menos que China, Brasil, Indonesia y hasta la India, cuya tasa de fertilidad ha bajado y actualmente es del orden del 2,1 por ciento y en descenso, tratándose de un valor que es considerado como consistente con una población estable y como una tasa de fertilidad de reemplazo.
De mantenerse esta tendencia, todo indica que en algún momento entre los años 2020 y 2050, la tasa de fertilidad va a caer por debajo de la tasa de reemplazo a nivel mundial. Las causas de esta reversión tienen su origen en un cambio del patrón familiar en amplios sectores de la población de países en desarrollo, y se está transitando un camino similar al ya recorrido por naciones desarrolladas.
Y si bien este enlentecimiento en el crecimiento demográfico conlleva cierta tregua respecto a un escenario global de presión sobre los recursos naturales, tiene la contrapartida de un mayor grado de envejecimiento poblacional. Uno de los grandes desafíos en el mediano plazo, por lo tanto, es lograr una mayor equidad en la calidad de vida entre los grandes consumidores y miles de millones de seres humanos que siguen en estado de pobreza y con serias dificultades para el acceso a bienes y servicios. A la vez deberá redoblarse la apuesta a encontrar nuevas formas de explotación energética, con avances tecnológicos en los sistemas productivos de alimentos, bienes y servicios, confiando en que la tecnología seguirá retrasando el momento de una saturación que hasta ahora muestra una tendencia que no ha sido posible revertir.
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