Opinion | 24 May Causó sorpresa que la Intendencia de Montevideo decidiera imponer a las empresas fúnebres la identificación de los cadáveres con una pulsera de metal incorruptible. Pero más sorprendente es la razón de esta decisión: las varias desapariciones y extravíos de cuerpos enterrados en los cementerios de Montevideo.
La medida, que rige para todos los cementerios capitalinos, pretende dar mayores garantías a la identificación de los cuerpos en los cementerios de la capital, donde “algunas confusiones” han llevado a la desaparición de varios cadáveres y la reducción de restos equivocados. Cabe recordar que el año pasado hubo una serie de denuncias de familiares que cuando quisieron realizar la cremación de un cuerpo sepultado en cementerios municipales, el difunto no estaba en el ataúd o era otro. Las denuncias derivaron en investigaciones judiciales y estudios de ADN para identificar los restos.
Las pulseras, que deberán contar con la inscripción del nombre y el documento de identidad del fallecido, pretenden evitar estos “errores”. Antes de esta medida, la única forma de identificación de las personas enterradas se podía leer sobre el ataúd.
La identificación también ofrece mayor seguridad frente a actos vandálicos ocurridos en los cementerios, como el robo de varias placas de bronce y cobre o el destrozo de sepulturas.
Esta correcta medida es en realidad una forma de poner fin a la negligencia de algunos funcionarios de los cementerios municipales capitalinos, quizás desbordados por el trabajo o por no prestarle la debida atención a su tarea. No obstante, la pulsera no arroja claridad sobre las denuncias de corrupción contra funcionarios, acusados de un desmedido “crecimiento económico”, producto de lo que sería la venta irregular de nichos y panteones.
Más allá de esto, la colocación de un precinto a los cadáveres evitará situaciones penosas a personas que se encuentran en una dolorosa circunstancia, como es la muerte de un ser querido.