Paysandú, Miércoles 26 de Mayo de 2010
Opinion | 23 May En las últimas horas el presidente José Mujica ha vuelto a ser blanco de críticas de los gremios de funcionarios públicos nucleados en la Confederación de Funcionarios del Estado (COFE) porque el mandatario nos los “deja tranquilos” y los menciona recurrentemente como ejemplo de ineficacia y objetivo inevitable de la reforma del Estado prometida, cuando ha quedado atrás y ya lejos la que anunció –y nunca se hizo--el ex presidente Tabaré Vázquez como la “madre de todas las reformas”.
En su audición radial capitalina por la emisora M24, el mandatario fue particularmente cáustico hacia los funcionarios, generando malestar en los sindicatos, del mismo modo que lo hizo hace algunos días cuando dijo que los funcionarios eran “sustituibles”, aunque esta vez los puso en alguna medida también como víctimas de un sistema que no premia el mérito ni el esfuerzo, sino más bien el “acomodo” para trepar dentro de la administración.
Mujica indicó que “frecuentemente nos damos cuenta de su temperamento, nos sobran reproches y críticas. Pero cómo medir ese cansancio profundo, del transcurrir de toda una vida que bajo el señuelo un día de la seguridad, de cobrar consecutivamente y sin aventura todos los meses, de compaginar toda una vida las aventuras de un vivir a ese ritmo, sin sobresaltos, vegetativamente, quejosa, cansinamente, como al tranco interminable, todos los días, todos los tiempos igual, todos los meses, todos los años igual, igual, sin aventura”.
A la vez el mandatario se preguntó cómo medir la carrera administrativa, que “ni es carrera ni es nada frecuentemente. El mérito casi ni siquiera se mide, y a veces demasiado frecuentemente pasan de largo los que tienen no mérito, sino habilidad para trepar”, aludiendo a una realidad que solo no la ve –y no la sufre—quien no la quiere ver y que explica el suplicio de tener que estrellarse mostrador tras mostrador sin encontrar respuestas expeditivas, salvo que se tenga “padrino”.
Este escenario está directamente vinculado a los problemas de gestión, uno de los aspectos en los que más ha puesto énfasis en cuanto a la reforma del Estado, y en este contexto se refirió a los expedientes que se amontonan, el problema que implican las “firmas y firmas que van y vienen, para construir la sensación de controles que en el fondo no son reales”, y que la mayoría de las veces “tratan de encubrir que nadie es responsable”. Este largo proceso “terminó conformando una verdadera cultura que está por todas partes, que no es propiedad de ningún partido, que está incorporado al modo de ser y de conducirse de los orientales”.
Más lejos aún, para Mujica existe un “verdadero puñado de héroes anónimos que tienen alma de funcionarios y de servidores de la Nación, que son demasiado pocos” y que cargan con “un compromiso desigual: frecuentemente ser odiados por sus compañeros y por otro lado no ser premiados ni reconocidos por nadie”, pues “el Estado es avaro en reconocimiento”.
Es que precisamente el sistema perverso se “traga” a todo aquel que tiene otra disposición para el trabajo y cuando así se actúa se pone en evidencia en toda su magnitud la enorme burocratización y desfasaje entre el interés general y la gestión de un Estado en el que ser diligente y capaz es mal visto por compañeros y hasta por las propias jerarquías. Además, no hay evaluaciones objetivas para medir desempeños funcionales que signifiquen estímulo para desarrollar un mejor trabajo en favor del ciudadano, que paga los salarios a través de los impuestos y que sin embargo es destratado como si se le estuviera haciendo un favor cuando se le atiende.
Lamentablemente, la respuesta de los sindicatos a Mujica cuando éste formula en voz alta reflexiones que comparten la enorme mayoría de los uruguayos no es el de aceptar muchos de estos conceptos y promover ámbitos para considerar quçe se puede hacer para revertir este escenario, sino apelar a activar los mecanismos de autodefensa y negar lo que rompe los ojos, insistiendo en reclamar más beneficios sin a la vez comprometer la imprescindible disposición para incorporar los cambios que se requieren en la gestión del Estado en una diversidad de áreas.
Es cierto que estamos ante un estado de cosas que no es nuevo y que como expresó Mujica “yo no responsabilizo a los que están, son hijos de un proceso. Son nuestros compatriotas, cualquiera de nosotros en la misma situación hubiera sido lo mismo”, pero la consigna en los sindicatos es seguir la corriente y no innovar para mantener estructuras que hacen de coraza contra todo intento de promover reformas.
Y precisamente el esbozo de proyecto de reforma del Estado planteado por Mujica incluye algunos conceptos como los ingresos por concurso y la “ventanilla única”, aunque aún no ha dado mayores detalles sobre su implementación. Para allanar el camino hacia la reforma, el presidente decretó que los contratos en el Estado deben terminar el 31 de marzo de 2011, de forma de pasar raya y más o menos tener alguna idea de donde se está parado.
Hay muchas, demasiadas cosas para hacer, y para hacerlo el mandatario necesita no solo a su partido, sino a todo el sistema político, porque no habrá reforma del Estado sin un amplio consenso, con objetivos claros y sobre todo decisión para seguir adelante pese a que los grandes beneficiarios de esta situación seguirán poniendo piedras tras piedra en el camino para que nada cambie.
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