Paysandú, Sábado 29 de Mayo de 2010
Locales | 23 May (Por Enrique Julio Sanchez, desde Estados Unidos).- El presidente de México, Felipe Calderón, visitó la semana pasada Estados Unidos y ante el Congreso demandó urgentes acciones en beneficio de los millones de inmigrantes no documentados que residen, trabajan y pagan sus impuestos (como se sabe, los indocumentados no pueden tener beneficios como licencias de conducir o seguros de salud, pero están obligados a pagar impuestos como todos) en esta nación que en los últimos meses ha visto crecer la tensión en torno a este candente tema, que de todas maneras trata de ser ocultado tanto como se pueda por los medios de prensa dedicados a los anglo parlantes. Obviamente, la mayor parte de los inmigrantes provienen de México, por razones de cercanía y oportunidad. Asimismo, la mayor parte de no documentados son mexicanos, en la medida que son quienes más optan por cruzar la frontera por algún punto del desierto. Esto hace que para el gobierno mexicano el de la legalización de los inmigrantes sea un tema clave, pues parte de la economía nacional depende de las remesas que se envían desde Estados Unidos.
Por otra parte, la relación comercial entre ambos países se caracteriza por la asimetría. Para Estados Unidos el interés comercial en los países de América Latina es marginal, pero adquiere mayor importancia si éstos se ubican dentro de su perímetro de seguridad y en la medida en que las cuestiones comerciales se vinculan con sus preocupaciones en materia de seguridad nacional. Por su parte, México tiene un interés vital en la relación comercial con Estados Unidos, dado que concentra más del 80% del volumen de su intercambio comercial con este país, ya que no posee opciones reales de diversificación pese a su vasta red de acuerdos comerciales.
Por tanto, la visita de Calderón tenía varios temas de importancia, entre ellos la creciente amenaza de los carteles de la droga mexicana sobre la frontera estadounidense. Pero todo quedó opacado, quizás por obra de la reciente ley aprobada en Arizona, por el tema de los indocumentados. En verdad, Calderón no logró demasiado en ese aspecto, pues los congresistas, si bien lo escucharon respetuosamente, indicaron posteriormente que la prioridad de Estados Unidos no es legalizar a los indocumentados sino la seguridad nacional. Pero hubo otra persona que sí tuvo un efecto muy importante en la discusión del tema inmigratorio. No es política, no es líder, simplemente una niña de siete años de edad. Michelle Obama, primera dama de Estados Unidos, y su similar de México, Margarita Zavala, visitaron una escuela primaria en Silver Spring, Maryland y como es habitual respondieron a una serie de preguntas de los alumnos. Una niña, con timidez, preguntó si era cierto que “Barack Obama expulsa a todos los que no tienen papeles”.
La pregunta, que tomó por sorpresa a Michelle Obama, puso de manifiesto el drama humano de millones de familias que se van a descansar cada noche sin saber a ciencia cierta si ellos o sus familiares no serán deportados al alba. “Es algo sobre lo que tenemos que trabajar, para estar seguros de que la gente puede estar aquí con papeles”, respondió Michelle Obama. Pero la respuesta de la niña fue terminante: “Pero mi mamá no tiene papeles”.
La realidad en Estados Unidos no es tan dulce como podría suponerse desde afuera de fronteras. La resistencia social crece sin pausa y no solamente por parte de los latinos y las organizaciones que los defienden. Hay descontento en la sociedad estadounidense, porque el país no logra salir de la recesión en que se encuentra, por los crecientes recortes presupuestales que afectan directamente la salud y la enseñanza, por la incapacidad de las fuerzas de seguridad de impedir intentos de acciones terroristas y por la falta de decisiones contundentes de Washington.
En tanto, hay otros inmigrantes que permanecen en las sombras pero que de todas maneras siguen con interés la lucha de los latinos, porque de su resultado ellos serán directamente beneficiados o perjudicados. Hindúes, irlandeses, chinos y otros asiáticos, tan indocumentados como los latinos, siguen ingresando por grandes cantidades, en general con visas de turista pero con intenciones de quedarse a vivir y trabajar aquí.
Ellos son los otros inmigrantes, de los que poco se habla. En tanto, la atención se centra en los latinos y los ataques racistas también. Es el precio que se debe pagar por intentar alcanzar el sueño americano. Que le quita el sueño a muchos, no solamente a los adultos, también a esos niños como la estudiante escolar que temen por el futuro de la familia. Se emigra esencialmente por el futuro. Cuando este es oscuro e incierto, pocas esperanzas quedan. Salvo en la lucha.
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