Paysandú, Martes 01 de Junio de 2010
Opinion | 01 Jun El presidente José Mujica a menudo utiliza su espacio radial y su presencia en diversos foros para formular pronunciamientos y reflexiones a propósito de la problemática nacional, los que por lo general son compartidos por la gran mayoría de los uruguayos, tanto aquellos que lo votaron como los que no lo hicieron, con diagnósticos y posibles respuestas en las que difícilmente haya algún ciudadano que discrepe, salvo los que tienen determinados intereses directos en el tema de que se trate y que de alguna forma son destinatarios de los reproches y/o llamados de atención por el mandatario.
Es que la palabra de un presidente, para el ciudadano común, significa nada menos que la voz oficial del gobierno, y por lo tanto más que reflexiones, lo que expresa Mujica es valorado como un anuncio de un inminente acto de gobierno, al que solo falta el ajuste y el cúmplase.
Sin embargo, el estilo del actual mandatario parece romper con esa tradición, porque en sus discursos suele referir a lo que es su opinión personal y a lo que se debería hacer, pero queda la duda respecto a si realmente hay un compromiso explícito de que va a llevarlo a cabo al pie de la letra.
Durante su campaña electoral, Mujica supo adaptar sus exposiciones a la medida del auditorio ante el que compareciera, lo que se enmarcó en su particular latiguillo de que “así como te digo una cosa te digo la otra”, lo que igualmente fue valorado por el electorado uruguayo con una gran dosis de tolerancia y comprensión hacia quien evitaba comprometerse. Pero en el ejercicio de la primera magistratura las cosas son distintas –por lo menos debería serlo-- desde que quien habla es el presidente de todos los uruguayos, y si lo hace con conocimiento de causa no puede concebirse que ante reflexiones de tanta contundencia y lo que es mucho mejor, ajustadas a la realidad que vemos todos los días, se acepte luego por el mandatario que muchas cosas van a quedar como están “porque si no se nos arma un lío terrible”.
Este consentimiento debe ser interpretado necesariamente como un triunfo de aquéllos que siempre reclaman --con y sin razón-- a viva voz o mediante la protesta, la amenaza de paralización del país, el reproche y la anatemización mientras siguen gozando de sus privilegios y pretenden que todo siga como está.
¿O acaso algún uruguayo --a no ser los funcionarios públicos--, puede estar en contra de la reforma del Estado; o de la premisa de que el funcionario esté para servir y no para ser servido; o a que se respete a quien comparece ante el mostrador de un organismo estatal, como subrayó en una de sus intervenciones el presidente Mujica?
El mandatario seguramente representó la opinión del noventa por ciento de la población, cuando hablando ante la “familia ancapeana”, presentó una realidad que todos vemos y sufrimos a diario, financiando con el pago de nuestros impuestos y de sobrecostos en tarifas una estructura estatal que solo sirve para quienes están dentro del Estado, desde el momento en que tenemos empresas públicas “privatizadas” por sus funcionarios, como bien sostuvo en una ocasión el ex vicepresidente Rodolfo Nin Novoa.
Pero hasta ahora el presidente no ha comprometido más que apelaciones a la conciencia y a la asunción de responsabilidades por quienes así actúan, desde los jerarcas hasta los funcionarios de menor grado, sin a la vez asumir que hay responsabilidades políticas ineludibles en quienes desde posiciones de mando tienen la obligación de hacer que las cosas cambien, de exigir eficiencia y compromiso desde arriba hacia abajo, porque el gran beneficiario y destinatario de esta responsabilidad es el ciudadano de a pie.
En Paysandú, al hablar ante el congreso de la Federación Rural, Mujica dio en gran medida marcha atrás respecto a su enunciado de que en vez de seguir con feriado tras feriado en la administración pública, “hay que laburar más”, porque trabajando de verdad se deja de mirar insistentemente el reloj esperando que llegue la hora de irse. “¡Ni se nos ocurre intervenir en los feriados, porque armamos un lío que Dios me libre! Lo único que queremos es saber…”, dijo al referirse al origen de la fijación de estos feriados. Pero una vez interiorizados en este aspecto y descubierto al abuso: ¿corresponde no tomar medidas? De no hacer nada --como claramente adelantó en Paysandú--, sería hacerse cómplice de una injusticia. En otra oportunidad también señaló que “la mejora en la educación no es solo cuestión de presupuesto ni de más recursos”, para acotar que los docentes “no son dioses”, a la vez de subrayar que “no puede entenderse a la educación sin solidaridad ni compromiso”.
Ahora, ¿cómo va a hacer Mujica para traducir estos conceptos en hechos sin “armar un lío bárbaro”, en atención a los supremos intereses del país y no de los grupos de presión, que son los que harán cualquier “lío”para defender sus intereses? Pues la experiencia indica que no hay remedio dulce, por lo que debe tener en cuenta el presidente, cuando llegue la hora de las decisiones, que detrás de cada uno de los que “arman lío”, hay mil uruguayos que lo respaldarán cuando haga lo que tiene que hacer. Y que eso es para lo que fue elegido, precisamente, no para dar diagnósticos de lo mal que están las cosas en el Estado.
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