Paysandú, Miércoles 02 de Junio de 2010
Opinion | 02 Jun Sin duda nuestro país está situado en un lugar de vanguardia en la lucha contra el tabaquismo a partir de la aprobación de un decreto presidencial, primero, y posteriormente de una ley sancionada por iniciativa del ex presidente Tabaré Vázquez que prohibió fumar en espacios públicos cerrrados, tanto públicos como privados, incluyendo el ámbito laboral. La norma parte del principio básico de que el derecho de cada uno termina donde empieza el de los demás, en este caso a disfrutar de aire puro sin afectar por quienes desaprensivamente lo contaminan con humo de tabaco.
A esta iniciativa se ha agregado la sanción con severas multas, no para el infractor, sino para los responsables de las dependencias en que se viole la normativa, por lo que se determinan responsabilidades claras y una consecuente vigilancia directa del afectado. Pero sobre todo se ha generado espontáneamente un apoyo y consenso social poco frecuente en la sociedad uruguaya, que condena a quienes hacen caso omiso de la norma, que son muy pocos, felizmente.
Ocurre que a esta altura del nuevo milenio pocos pueden dudar de los serios perjuicios y grave afectación de la salud que directa o indirectamente provoca el tabaquismo, y en este sentido debe valorarse como un gran aporte a la salud de los uruguayos las medidas adoptadas por la Administración Vázquez, superando incluso las expectativas más optimistas respecto a su acatamiento, teniendo en cuenta la particular idiosincrasia latina.
Pero claro, una cosa es el reconocimiento de los serios perjuicios del tabaquismo y otra muy distinta el extraño y en gran medida inexplicable fatalismo que lleva a adoptar y mantener la adicción al tabaco, cuando no hay quien dude a esta altura de sus graves consecuencias sobre el organismo, pensando tal vez que “a mí no me va a tocar”, o que por tratarse de un desenlace a largo plazo, “si no me siento bien lo dejo”.
Igualmente, es notorio que existe un trabajo de concientización que está arrojando resultados en foma gradual pero aparentemente con una tendencia positiva persistente, lo que no obsta para que igualmente el consumo de tabaco siga teniendo guarismos preocupantes en grupos etarios cada vez más jóvenes y, en los últimos años, con preeminencia en el sexo femenino.
En el marco de la conmemoración, el lunes, del Día Mundial sin Tabaco, se divulgaron cifras que reflejan un problema real que debe ser abordado en toda su magnitud, que refiere a que entre los adolescentes ha pasado a ser mayor el número de mujeres que varones que se vuelcan al tabaquismo, en primera instancia como un extraño rito de inserción social, ya lejos de aquellos tiempos en que en determinados círculos fumar era asimilado a la hombría y precisamente como una especie de condición para refrendar que el joven dejaba atrás la adolescencia para pasar a la etapa adulta.
En el caso de la mujer la consigna pasa por otros parámetros, igualmente delirantes, por supuesto, pero la realidad indica que cualquiera sea la extraña motivación que anima a esta decisión tan perjudicial para la salud y hasta para la economía de quien la practica, la realidad es que va en aumento el porcentaje de mujeres que adquieren este hábito pernicioso.
“El hombre ya sufrió el máximo daño y está descendiendo la mortalidad. Ahora el problema es la epidemia de enfermedades y muertes de mujeres relacionadas con el tabaco. En 10 o 15 años habrá un aumento exponencial de decesos, especialmente por cáncer de pulmón. Tanto es así que se superará la mortandad de cáncer de mama, que es el tipo que mata más uruguayas”, advirtió el Dr. Eduardo Bianco, presidente del Centro de Investigación para la Epidemia del Tabaquismo (CIET).
Es que según datos de la Encuesta Nacional del Tabaquismo, más del 40 por ciento del total de los fumadores del Uruguay son mujeres, lo que en términos económicos arroja un promedio de gasto de unos 28 pesos por día que hacen unos 10.000 pesos al año, lo que debe a la vez valorarse en el contexto de que la epidemia de tabaquismo está afectando principalmentre a los sectores más pobres de la sociedad, donde el 46,1 por ciento de las mujeres fuma, en contraste con el 13,4 por ciento de las integrantes del estrato socioeconómico alto.
El problema tiene aún connotaciones más graves, si se tiene en cuenta que se trata de personas que poseen menos información sobre el tema, sufren más carencias y además tienen menor acceso al sistema de salud, a lo que se agrega el fatalismo cultural que lleva asimismo que muchas de esta mujeres siguen fumando durante el embarazo, con la seria amenaza que ello entraña para el hijo por nacer. Situado en estos términos, es claro que deben redoblarse los esfuerzos por la concientización que con buen suceso se lleva adelante en escuelas y en menor grado en secundaria para ilustrar sobre los peligros del tabaquismo, a lo que deben agregarse acciones con similar perfil en todos los sectores de la población, sobre todo con especial énfasis en los sectores de jóvenes donde se genera el foco que luego lleva a las graves consecuencias por todos conocidas.
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