Paysandú, Domingo 06 de Junio de 2010
Opinion | 02 Jun Desde hace ya un buen tiempo los sanduceros que vivimos en distintos puntos del centro de la ciudad hemos venido padeciendo una serie de atropellos en contra de nuestros derechos como ciudadanos. Siendo nosotros mismos y nadie más, los responsables de que ellos se produzcan, ya sea por acciones directas o en el mejor de los casos, por falta de iniciativa para intentar cambiar las cosas que están mal.
A los ruidos molestos producidos por los escapes libres de motos y autos “preparados”, o los provocados por algún que otro avisador al que poco o nada le importa si se trata de un sábado por la tarde a la hora de la siesta, o por los coches cuyas alarmas se activan -vaya coincidencia, como consecuencia de los escapes libres- mientras sus propietarios se vuelven indiferentes, debemos sumarles el mal olor que cada vez con más frecuencia se abate sobre el centro de la ciudad.
Sería bueno conocer si los señores ediles de la Junta Departamental ya han debatido el tema de la “contaminación olora” de la que es rehén gran parte de la población de la ciudad. Y de ser así, también sería interesante saber si haciendo uso de las facultades que sus cargos les confieren, ¿se han movilizado al respecto?, o si ¿han realizado un pedido de informe a la Intendencia para determinar si el olor a podrido que inunda las calles y se mete en las casas, impregnando de ese indeseable “perfume” ropa y muebles, es producido por alguna de las fábricas que se ubican a esta altura casi en el centro de la ciudad, o si es producto del colector de aguas servidas?
Si no reaccionamos y como vulgarmente se dice, sacudimos la modorra, este será otro de los atropellos, al cual -lamentablemente- también nos habremos acostumbrado.
Es que la dejadez es uno de los peores agentes contaminantes, porque nos hace acostumbrar a que vivamos en un lugar donde los baches y pozos sean una característica más de las calles, que los “arroyos” que se forman debido a las pérdidas en las cañerías constituyan un elemento más del paisaje, que las infracciones de tránsito de las que toda persona es testigo día a día se vuelvan moneda corriente ante la ausencia de los inspectores encargados de controlarlas.
Y es además, la culpable de que respondamos con cierto dejo de resignación: “Ese olor... Ah, sí, a veces se siente, pero no es de ahora”, ante la atónita mirada de los incrédulos visitantes que preguntan acerca de su origen.
Sería momento de que alguien se empezara a mover para que este olor pestilente no se transforme en otro triste y por demás molesto, patrimonio sanducero.
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