Paysandú, Viernes 11 de Junio de 2010
Locales | 11 Jun Infinitos recuerdos de un tiempo que ya no está, pero que marcó profundamente a los maestros rurales que se reencuentran con parte de un rico pasado. María Helena Ribeiro nació en Puntas de Buricayupí, cursó primer año en la escuela 34. Tiene 80 años, está casada con José Pedro Ibargoyen, Son padres de un hijo médico y una hija nurse y abuelos de 4 nietos.
Fue maestra en Arroyo Malo y en Santa Kilda, estuvo durante cinco años como directora efectiva, pero renunció cuando se casó, asegurando que también en estos lugares encontró a su amor con el cual formó su familia.
“Uno viene a la escuela rural como si fuera a la guerra, con un escarbadientes. En aquella época la mayoría de los habitantes de la colonia eran rusos y alemanes. Hablaban en su idioma materno y había que enseñar palabra por palabra en español. Hay que tener presente que era una sola maestra con seis clases. Alcancé a tener hasta 49 alumnos, incluso tuve uno de 18 años. Vino su abuela a pedirme si no lo recibía. Pedí autorización en la Inspección Departamental de Escuelas, y me dijeron que no lo anotara en la lista, pero si no tenía problemas de conducta que lo recibiera; se llamaba Raúl Irisague”.
En cuanto a los recursos, en aquellos años no existían los comedores escolares, los niños se traían sus meriendas. Cuando se necesitaba dinero para la compra de algún material se hacían quermeses. “El Instituto de Colonización, cuando fundaba una colonia dejaba 5 hectáreas de terreno para hacer una escuela por si no había local y otras 5 hectáreas para hacer un club social. Como no había recursos para construir la nueva escuela, los vecinos plantaron esas 5 hectáreas con trigo y maíz y luego que se levantó la cosecha se abrió una cuenta corriente en el banco República y se depositó el dinero para recaudar fondos para construir el edificio escolar. La escuela funcionaba en el casco de la estancia Santa Kilda, cerca de un cementerio, bien en un rincón”. Fue maestra en 1951 en la escuela 70 de Santa Kilda y reencontrarse con tanta gente de su época, “significó un montón de emociones, aunque siempre hemos estado vinculados ya que vivimos aquí enfrente. Primero cuando me casé fuimos a vivir al campo de los padres de mi esposo. Como había fallecido su padre tuvo que quedarse a cargo de su madre y dos hermanas solteras y para venir tenía que cruzar el arroyo Guaviyú. Renuncié a la escuela porque el día que regresábamos de la Luna de miel y tenía que reintegrarme a trabajar, había una cañada que no daba paso entre la ruta y la escuela y me vi obligada que volver a Paysandú, avisar a Inspección y pedir el día de licencia. Por el camino de regreso mi esposo me decía que cuando fuéramos a vivir del otro lado del Guaviyú, cuando el arroyo se desbordara y no pudiera venir y los niños hicieran 2 o 3 leguas a caballo para encontrar la escuela cerrada, los vecinos se iban a quejar y eso no era correcto”.
“Él era dirigente ruralista de la Liga Federal de Benito Nardone y me decía que en el ruralismo siempre se critica a los empleados públicos que no cumplen como deben, y justo la esposa de un dirigente ruralista iba ha tener que faltar por crecidas de las cañadas. Entonces me sugirió que en vez de pedir el día, directamente renunciara, y así me llevó hasta la ciudad. Cuando llegué a la Inspección me encuentré en la puerta con el inspector departamental Newton Bassagoda, quien se sorprendió ante mi presencia y cuando le dije que venía a renunciar atinó a decir que lo único que lamentaba era que se perdía a una buena maestra; fue el consuelo que me dio”.
“En oportunidad de visitar la escuela para una fiesta de fin de cursos –en tiempos en que estaba Martha Favotto de directora– yo había pintado sobre una arcada del salón unos dibujos camperos. Había llovido toda la semana y no había concurrido ningún niño. El inspector departamental de ese entonces, que era Lezcano, le preguntó a Martha quién había hecho esos dibujos. Cuando le comentó que eran de una maestra, el inspector no podía creer que hubiera una maestra viviendo en la zona y que no ejerciera. El inspector me preguntó si no quería retomar la docencia”.
“A fines de setiembre de 1963 y tras llegar de Montevideo un grupo de vecinos me estaban esperando para que me hiciera cargo de la escuela, porque Martha estaba con licencia. Dio la casualidad que durante ese tiempo me tocó inaugurar oficialmente la escuela, un 17 de noviembre de 1963. Mi hermano me envió la banda del cuartel, e invitamos a otras escuelas. En 1964 concursé porque la maestra que vino, ‘Quicha’ Federico, me sugirió que me presentara”.
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