Paysandú, Lunes 21 de Junio de 2010
Opinion | 14 Jun “Me preocupa que los principales lineamientos del anteproyecto de Ley de Presupuesto están basados en una proyección de expansión del producto que no es muy conservadora, sino bastante optimista, dadas las tasas históricas de Producto Bruto Interno (PBI) en Uruguay, máxime con la volatilidad que aún persiste en los mercados internacionales, sobre todo en Europa”, reflexionó la economista María Dolores Benavente, asesora de la Cámara Nacional de Comercio y Servicios.
En declaraciones al suplemento “Economía y Mercado”, del diario El País, la profesional formula evaluaciones acerca de un aspecto que reviste carácter crucial para el país, desde que los próximos cinco años estarán signados por las previsiones que se establezcan en la ley madre presupuestal y sus correspondientes rendiciones de cuentas.
Como es norma, el Presupuesto Quinquenal marca el rumbo de todo gobierno y el destino de lo que recauda el Estado para su redistribución en salarios, inversiones y cumplimiento de programas, así como el funcionamiento de sus dependencias en todas las áreas, traduciendo así en números las políticas y filosofía de la nueva administración.
Por lo tanto, más allá de los enunciados, las promesas y los compromisos, el Presupuesto es la verdadera prueba de fuego para todo gobierno, desde que invariablemente se manifiesta en esta instancia el síndrome de la sábana corta, que no da para cubrir al mismo tiempo la cabeza y los pies en lo que refiere a los recursos disponibles ante la demanda de los respectivos sectores que reclaman su parte de la torta.
Como bien sostiene la economista, este es el desafío mayor a la hora de conciliar lo que se dijo con lo que se considera se puede hacer. “Me gustaría encontrar el discurso de prudencia fiscal del presidente José Mujica plasmado en los números del próximo Presupuesto, con cautela a la hora de proyectar los gastos y con ahorro fiscal al final del período y no con un déficit del 0,8 por ciento del Producto Bruto Interno, como se ha informado”. A juicio de Dolores Benavente, “con las actuales tasas de crecimiento de la actividad económica se debería aspirar a que las cuentas fiscales globales sean superavitarias, de manera que los imponderables y la volatilidad de los mercados no nos encuentren nuevamente desprotegidos”, en tanto dijo temer que “se vuelva a cometer el mismo error histórico de que el Estado incrementa el gasto ante coyunturas expansivas y por tanto no dispone de recursos suficientes cuando se contrae la economía”.
Más aún, reflexionó que “se debería tener la previsión de guardar el colchón que se genere, porque no se puede pensar que los mercados emergentes van a continuar creciendo durante un quinquenio a tasas del 6-7 por ciento anual en tanto la economía europea se desmorona”.
Las aprensiones de la economista son compartibles, y refieren a conceptos que hemos manifestado en más de una oportunidad desde esta columna, porque parten de un elemental sentido común que indica la necesidad de adoptar políticas contracíclicas para no quedar al descubierto en el momento menos pensado, sobre todo en un país tan vulnerable como el nuestro a los avatares externos, que no es el mismo caso de las grandes economías.
Así, considera Dolores Benavente que “lo preocupante es que en un presupuesto basado en un eventual aumento de la recaudación por una supuesta expansión de la actividad económica superior a la tendencial, se destine la totalidad del espacio fiscal a nuevos gastos, en lugar de utilizar esos 920 millones de dólares para reducir el endeudamiento público, disminuir la carga impositiva y mejorar la competitividad de la economía. La preocupación es mayor aún porque es sabido que el Parlamento suele aumentar el gasto más de lo previsto por el Poder Ejecutivo”.
La hora aconseja por lo tanto mantener un margen o espacio fiscal --como gustan decir los integrantes del equipo económico de gobierno-- para atender imprevistos que nunca faltan. Pero de lo que se trata es de traducir en la práctica los enunciados sobre austeridad, y para ello tiene que ver sobre todo la calidad del gasto, para hacer rendir cada peso que vuelca el Estado a las respectivas áreas, de forma que el gasto sea eficiente y no se sigan arrojando recursos de toda la sociedad a un barril sin fondo, como ha sido la constante durante décadas.
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