Paysandú, Viernes 02 de Julio de 2010
Opinion | 30 Jun Los profundos cambios que se han registrado en la sociedad uruguaya, en el marco de una tendencia mundial, sobre todo en los últimos 20 años, involucran una serie de orígenes y manifestaciones disímiles, que se traducen asimismo en cambios sustanciales en valores que otrora eran columnas del tejido social, pilares sobre los que se sustentaba el relacionamiento y la cohesión en una sociedad a la que de un tiempo a esta parte le han cambiado los parámetros.
La interrogante, ante hechos que se han desencadenado naturalmente y que el ciudadano ha recibido como un cambio gradual que implica una adaptación a las épocas por personas que se han formado en otras concepciones, radica en qué grado se ha estado preparado para este desafío y sobre todo para adecuar legislaciones y normas a escenarios que surgen de costumbres y valores muy diferentes a los del siglo pasado, que a partir de la segunda mitad de la centuria se han desencadenado cual cascada.
La desintegración del hogar y la formación en otros valores desde la infancia, junto con el desarrollo tecnológico en todas las áreas, son precisamente elementos básicos de esta evolución, que se perciben en el convivir diario pero que no ha sido fácil traducir en cifras para establecer mediciones y comparaciones.
Uno de estos aspectos clave en este nuevo escenario es sin dudas la nueva conformación de la célula familiar, desde que el hogar tradicional constituido por el padre, la madre y el o los hijos ha pasado a transformarse en una diversidad de situaciones y es común el hogar monoparental, sobre todo el de mujeres jefas de hogar y a cargo de sus hijos, así como uniones concubinarias de personas solteras, separadas o divorciadas, con hijos de otra pareja.
Así llegamos en forma cada vez más frecuente a situaciones asimilables a la de la película “Los tuyos, los míos y los nuestros”, cuando las sucesivas uniones hacen que se termine conviviendo con hijos de cada uno de los integrantes de la pareja y los que se tienen en común.
En nuestro país hasta no hace mucho resultaba muy difícil acceder a datos fehacientes acerca de esta realidad, pero recientemente el Instituto Nacional de Estadística (INE) presentó el estudio “Análisis de las trayectorias familiares y laborales desde una perspectiva de género y generaciones” realizado por las economistas Soledad Salvador y Gabriela Pradere a partir de la Encuesta Continua de Hogares.
No puede soslayarse, ante este análisis, considerar a priori que entre otros elementos que son parte de estos cambios figura la mayor inserción laboral de las mujeres, el aumento en la cantidad de divorcios, sobre todo en personas jóvenes y de mediana edad, las uniones concubinarias y consecuentes separaciones, que no solo involucran a las parejas, sino lo que es mucho peor y trascendente en cuanto a la proyección social, a los niños que nacen de estas uniones y que a la vez repercute en su formación en valores y educación.
Destaca el informe que el modelo de hogar y su funcionamiento, a partir del prototipo en el que el hombre trabaja a tiempo completo y la mujer permanece fuera del mercado laboral para dedicarse a las tareas del hogar perdió predominio respecto a otras combinaciones, en las que el común denominador es el de la mujer trabajando fuera de su casa y desdoblándose al mismo tiempo para seguir con las tareas del hogar, encargada de la crianza de los niños, a lo que se agrega naturalmente una mayor libertad sexual que es origen y consecuencia a la vez en este escenario.
El estudio ha revelado que las generaciones más jóvenes empiezan a convivir en pareja a mayor edad y tienen hijos más tarde, al mismo tiempo que crecen los hogares unipersonales en las nuevas generaciones, con un aumento generalizado de los hogares monoparentales para las edades menores a los 60 años.
Estos datos estadísticos, reflejo de los cambios respecto a la realidad de hace pocas décadas, son a la vez indicativo de que las transformaciones, aunque no siempre sean para bien, son inherentes a la esencia del ser humano, y que lejos de intentar frenarlos para llevarlos arbitrariamente a determinado destino antojadizo, debe ponerse énfasis en acompañarlos con acciones que permitan a la sociedad reducir la marginación y la degradación de valores, en el entendido de que entre todos, las viejas y las nuevas generaciones, podremos construir un tejido social más justo.
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