Paysandú, Sábado 03 de Julio de 2010

OPINIONES

Recibimos y publicamos

Locales | 27 Jun José Artigas, el que se mantuvo fiel a los principios revolucionarios de la Revolución de Mayo de 1810
“Solo hay en el mundo una obra digna del hombre: la verdad”. (H. Taine – “Pages Choisies” – Hachette, París 1909). Las generosas columnas del que podemos llamar con propiedad nuestro diario centenario, nos publicó una apretada síntesis de los sucesos acaecidos en Buenos Aires, capital del Virreinato del Río de la Plata, que desembocaron en la revolución independentista proclamada por el Cabildo el 25 de mayo de l810.
Revolución que dijimos nació como franca y radical expresión de emancipación del quebrado gobierno del reino de España, sin ruptura con las tradiciones culturales, las estructuras forales y la raíz católica española, cuya figura gravitante fue el Cnel. Cornelio de Saavedra que resultara presidente de la Junta que reemplazó al gobierno virreinal nombrado por la Junta de Cádiz, representante del rey Fernando VII preso en Bayona por Napoleón, dueño entonces de la España invadida.
Al espíritu y raíz de esa Revolución fue que se plegó el entonces Capitán José Artigas cuando abandonó el ejército español para ponerse a las órdenes de la Junta de Mayo y volver a la Banda Oriental en procura de integrarla a ese movimiento independentista.
El altísimo mérito de Artigas fue haberse mantenido fiel a los principios que inspiraron esa Revolución de Mayo, principios que dejaron por el camino muchos de los encumbrados líderes bonaerenses, detractores de Artigas, que terminaron rebajándose ante las cortes europeas buscando afanosos un monarca que reinara sobre estas colonias ya emancipadas de la corona española.
Quizás la desgracia de Artigas se debió a la envidia que despertó en los traidores, la hidalguía aragonesa de aquel oriental de escapulario al pecho que se mantuvo fiel hasta el final en los principios de mayo de 1810, a los que sumó los principios estampados en las Instrucciones del año XIII y la oración de abril, impregnadas con la clara impronta federal que acunó el sueño de una patria grande con el corazón en el trópico y la frente en el Plata.
Después del inicio emancipador del 25 de mayo de 1810, desplazada la figura de Saavedra y su impronta, en Buenos Aires otros vientos bien distintos soplarían.
Para la Banda Oriental, superadas las acechanzas inglesas, y obtenida la emancipación de España, surgieron las patrañas porteñas que alimentaron las invasiones portuguesas, las defecciones de orientales y la invasión brasileña admitida por Buenos Aires.
Nuestra causa resucitó con la gloriosa Cruzada Libertadora de 1825 de Lavalleja y Oribe. Juntos ellos con Rivera, recién pudimos declararnos independientes en 1830, fruto de nuestra resistencia y de situaciones internacionales que supimos aprovechar a ese fin.
Para los bonaerenses, sepultado el espíritu original de aquel 1810, todo cambió. Consiguieron como dice Alberdi, que la revolución fuera “una doble revolución contra la autoridad de España y contra la autoridad de la Nación Argentina. Fue la sustitución de la autoridad metropolitana de España por la de Buenos Aires sobre las provincias argentinas: el coloniaje porteño sustituyendo al coloniaje español. Fue una doble declaración de guerra: la guerra de la independencia y la guerra civil”.
Con Alvear y el Dr. Manuel José García, con Nicolás Herrera, pugnaron por entregar la Banda Oriental al imperio inglés o a la casa real portuguesa de Braganza con tal de liquidar a Artigas. El Directorio porteño entre 1815 y 1819 se empeñó en conseguir un príncipe europeo para que gobernara el Río de la Plata. Rivadavia, Sarratea y Belgrano fueron enviados ante las cortes europeas para conseguir una “testa coronada” que gobernara lo que fuera el virreinato español. No conformes con eso, hicieron lo posible para convencer a San Martín de que en vez de encarar la campaña de liberación del Perú, comprometiera su ejército en guerras civiles al servicio de la desgraciada idea de afiantar el centralismo porteño, a lo que el héroe se negó recibiendo la reprobación de Pueyrredón.
La revolución de mayo se desvirtuó bajo los designios del Directorio, centralista y monárquico, que solo buscó la defensa de sus intereses en detrimento de todas las provincias.
Aclaradas las circunstancias, nos adherimos pues a los festejos del bicentenario de esa Revolución a la que sumó sus esfuerzos José Artigas y cuyo espíritu conservó y enriqueció. Ing. Ramón Appratto Lorenzo


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