Paysandú, Sábado 03 de Julio de 2010
Locales | 27 Jun (Por Enrique Julio Sánchez, desde Estados Unidos). Apenas terminado el partido que Uruguay ganó a Corea del Sur, de acuerdo a videos, fotos y reportes que llegan desde el paisito, los uruguayos se lanzaron a las calles de ciudades y pueblos celebrando que el equipo que casi entró por la puerta del fondo al Mundial es ya uno de los 8 mejores del mundo.
El festejo, a no dudarlo, se repitió, de diferentes maneras, a lo largo y ancho del mundo, allá donde hay uruguayos, quienes frente al televisor o una computadora siguieron con idéntica emoción esos 90 minutos y monedas que, cómo no, no estuvieron excentos de sufrimientos. Es que nuestro “ser nacional” es sufrir, tangueros somos al fin de cuentas.
Aquí en Dover, un puñado de uruguayos se lanzó a las calles en autos convertibles y motos, con banderas uruguayas al viento y haciendo sonar las bocinas, celebrando el triunfo, por las principales calles. Fue una caravana un tanto fugaz, pero fue la misma explosión de alegría que unió y hermanó a los uruguayos, independientemente de la ubicación en el planeta, porque Uruguay esta allí donde hay un uruguayo. Más tarde, “el equipo de todos”, como se denomina a la selección de Estados Unidos, aludiendo a que la apoyan no solamente los gringos que siguen al soccer sino los inmigrantes que llegamos de todas partes, no pudo pasar el escollo de Ghana. Ahora la tarea será para Uruguay ganarle a Ghana. De todas formas, en Estados Unidos la noticia de la eliminación de la selección de “las barras y las estrellas” no causó el mismo impacto que causaría en un país latinoamericano y solo se escucharon voces de agradecimiento a lo realizado.
Es que en verdad el fútbol todavía dista mucho de ser un deporte popular en Estados Unidos, donde los intereses son diversos y los puntos de interés casi infinitos. En estos días, por ejemplo, para cientos de miles de personas lo más importante no fue el Mundial ni los 15 millones de desocupados, ni el derrame de petróleo. Lo que los tuvo en vilo fue el lanzamiento del iPhone 4G, el nuevo juguete electrónico de Apple que también sirve para llamar por teléfono.
En Nueva York por ejemplo, cientos de personas sitiaron durante un par de días el Apple Store, en espera del comienzo de la venta, en simultáneo con Japón, Inglaterra, Francia y Alemania, soportando la primera e intensa ola de calor de este verano, más allá que la tienda repartía donas, refrescos y manzanas.
Pero la realidad fue que hubo suficiente stock para todos de los próximos teléfonos antiguos (en no más de un año), lo que de todas formas no impidió que los primeros que los compraron explotaran de alegría. El Daily News publicó una foto del hijo de inmigrantes hispanos Jeffrey Galvan, quien pletórico contó que “tuve que esperar, transpirar y sufrir, pero lo conseguí”.
Es otra faceta de esta nación tan parecida a un prisma. Con 300 millones de personas distribuidos por una desigual geografía, con diferentes climas, concentrados en enormes ciudades o residiendo en comunidades suburbanas, como las del norte de New Jersey por ejemplo, o en comunidades rurales, las realidades no son las mismas.
Seguramente hay millones que ni siquiera conocen el iPhone o los otros “gadgets” que nutren el mercado electrónico. Pero hay otros millones que directamente no pueden vivir sin ellos. La diversidad no es solamente cultural, no se trata solo de un crisol de razas. La sociedad estadounidense, de la que formamos parte todos, gringos e importados, se caracteriza en realidad por la diversidad de intereses. Esa es la verdadera clave para entender a esta nación ciertamente compleja, donde conviven las ideas más liberales con las más retrógradas; donde coexisten los que viven de los cupones que entrega el gobierno, con los que compran solo en los Dollar Store (todo a un dólar, incluidos alimentos), con los que gastan cualquier suma de dinero simplemente para estar un paso más adelante que los demás, para ser poseedores de “lo último”, de “lo más nuevo”. Claro, no hay mejor candidato a ser viejo que lo más nuevo, pero ellos siguen su camino, descartando todo lo que haya sido superado por una nueva versión, haciendo largas filas, acampando en las puertas de las tiendas. Todo por ser “los primeros” en tener ese instante fugaz que significa “lo último”.
Esta es una nación que dificilmente se termine de conocer alguna vez. Demasiado compleja, pero también constantemente en cambio. A eso sí contribuyen los aportes culturales y raciales. Y esa es otra característica clave. Esta es una nación cuya población no crece desde adentro, es decir a partir de la diferencia entre nacimientos y fallecimientos, sino desde afuera, gracias a las oleadas de inmigrantes. Muchos vienen, otros retornan, otros se van. Un país en movimiento, sin dudas. En tanto, la cuenta regresiva continúa como siempre, sin prisas y sin pausas. Sesenta días y contando. Aunque esa, esa es otra historia. Y el jueves se escribirá una página histórica del periodismo uruguayo y más allá de fronteras. Un diario -este diario- que no es editado en una ciudad de gran población será centenario. Cien años escribiendo las últimas noticias que luego han pasado a ser la más auténtica y viva historia sanducera. Aunque esa, esa también es otra historia. Pero, como sea, nuestra historia.
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