Paysandú, Sábado 03 de Julio de 2010
Opinion | 29 Jun Una de las mayores dificultades para quienes levantan una determinada bandera o abrazan una causa, de la naturaleza que sea, es poner las cosas en su justo término, desde que es común dejarse llevar por el entusiasmo, que hace que todo se mire con el color del cristal de uno y, lo que es peor, pretendiendo que quienes no coinciden con los puntos de vista propios no solo están equivocados sino que responden a intereses ocultos o conspiraciones para boicotear la noble causa abrazada.
Un caso cercano y notoriamente revelador a propósito de esta reflexión es el de los activistas de Gualeguaychú, quienes exponen urbi et orbi que están defendiendo un objetivo ambientalista, “a favor de la vida”, contra la presunta contaminación de la planta de UPM Botnia, basándose en su verdad revelada, en el entendido de que quienes discrepan con esta postura son ignorantes, estúpidos, han sido comprados por la multinacional o tienen intereses creados. Ni siquiera aceptan como una posibilidad que haya empresas que hagan las cosas bien, que realmente pongan en práctica tecnologías tan o más modernas que las que aplican en sus países de origen, y sostienen que a la vez todo el mundo es cómplice y oculta información sobre la tal contaminación.
El punto, además, es que esta causa ambientalista es selectiva, y para quienes así piensan y actúan no tiene ninguna importancia que el parque industrial de Gualeguaychú tenga plantas de tratamiento que han sido desbordadas y que por lo tanto contaminan cursos de agua cercanos y derivan la agresión ambiental al río Uruguay, de la misma forma que la contaminación local generada en el propio balneario Ñandubaysal por el vertido de aguas negras en un complejo turístico sin saneamiento. Tampoco que incluso este fuera el origen del sonado caso del centenar de afectados por sarpullido el verano pasado, y que luego se supo era consecuencia del desborde de los pozos negros del lugar por una crecida del río en la que el balneario debió haber sido inhabilitado.
Paradójicamente, los “iluminados” y activistas del “todo está mal” son quienes más daño le hacen a la causa ambientalista, porque su irracionalidad y su intransigencia terminan saturando a quienes realmente pretenden ver las cosas de un modo objetivo, evaluando los pro y los contra de cada situación, con la información objetiva imprescindible, sin ser llevados de la nariz por quienes pretenden imponer sus puntos de vista y fundamentalismos.
Quien tiene porqué saber del tema, el ex director nacional de Medio Ambiente, Ing. Aramis Latchinian --quien en la anterior administración incluso estuvo más de una vez en Paysandú-- en declaraciones a la revista “Qué Pasa” del diario El País expone desde su visión técnica las incongruencias y contradicciones que ha debido enfrentar cuando se encontraba al frente de esta dependencia, precisamente porque se pierden referencias y se ponen las cosas en blanco y negro, con pronósticos tremendistas y presunciones sin asidero científico.
Subrayó asimismo que estos tremendismos son a menudo lanzados por organismos internacionales que son reflejo de un discurso ambientalista a nivel mundial al que definió “como uno que dice que estamos al borde de una crisis que azotará a la Tierra con castigos de dimensiones bíblicas. Un discurso que no tiene respaldo científico”, lo que se basa en que “la percepción del riesgo se construye aunque se da independiente de los riesgos reales, por ejemplo con imágenes contundentes que generen temor”.
Latchinian alude a golpes de efecto que a menudo se lanzan como si se tratara de verdades absolutas, al estilo de lo que hacen los activistas de Gualeguaychú, que como todos sabemos no son ambientalistas sino fanáticos de una causa que han asumido como verdad absoluta e indiscutible ante los simples mortales que no entienden de estas cosas. Subrayó que incluso en Uruguay se mencionan situaciones como si fueran una consecuencia del cambio climático que nadie ha podido probar, cuando en cambio hay problemas locales que no se han podido solucionar, empezando por el vertido de aguas cloacales crudas al río Uruguay, los agroquímicos que van a dar al mismo río procedentes de los cultivos en ambas orillas, suelos que se erosionan y se degradan y una muy mala gestión de residuos. Por supuesto, como bien dice el ex director, estos temas puntuales no tienen nada que ver con el calentamiento global, pero sí indican que hay falta de conciencia ambiental y de controles que hagan cumplir las normas –también desacompasadas de la realidad muchas veces—y que dan la pauta de que es preciso dejar de lado los eslóganes y los prejuicios, para atacar el tema desde un punto de vista racional, con datos científicos y estudios rigurosos, sin extremismos y, en todos los casos, con datos a la vista. Pero sobre todo, teniendo presentes los pro y los contra en cada caso, con la correspondiente evaluación del costo-beneficio, porque en este mundo no hay nada absolutamente inocuo, y sí muchas necesidades a resolver mediante desarrollo y avances tecnológicos que lo hagan sustentable.
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