Paysandú, Domingo 04 de Julio de 2010
Locales | 29 Jun Ha sido desde hace muchos años firme preocupación del autor de esta columna, analizar las razones que existen para sostener la necesidad de que sea objeto de severa defensa la corrección del idioma español, y por ello, una vez más ha entendido necesario volver a dicho tema. Lo hará, ciertamente, sobre la base de recordar conceptos ya emitidos pero que es evidente que aún no han logrado gravitar eficazmente en el medio.
Los desarreglos en el uso de la lengua, en su expresión oral y escrita, existen en todos los ámbitos, científicos, periodísticos, oficiales, como verbigracia se da en la redacción de leyes y reglamentos, en todos los países en los cuales el idioma español es la lengua nacional, incluida España. Si bien no soy especialista en la materia, no por ello no he advertido tal desfavorable realidad que me induce a volver una vez más sobre el tema.
Como alguna vez expresé, tales desarreglos vienen de lejos en el tiempo, como ya sostenía Ramón y Cajal en su libro “El mundo visto a los ochenta años”, publicado hacia 1930. En párrafos transcriptos por el sabio Alberto Boerger en su libro “Agronomía. Consejos Metodológicos”, señalaba su preocupación por “grandes y no siempre gratas transformaciones del lenguaje”, lo cual le inducía a preguntarse: ¿qué lengua se habla en España?; agregaba que eran vanos los esfuerzos de la Academia y filólogos “por contener el alud arrollador de vocablos exóticos y neologismos superfluos” que en su concepto tuvieron “incidencia importante y absolutamente imparable” en la lengua, algo que, sostenía, ha impuesto a la Academia un trabajo ímprobo para seleccionar e ingresar oficialmente numerosos vocablos, que nuevas técnicas y la formidable transformación de las comunicaciones han obligado a admitir.
En nuestro medio gravita, se debe entender que también desfavorablemente, por contagio de prácticas vecinas, una forma de deformación del idioma que consiste en la generalizada utilización en la publicidad, incluida la oficial, y aunque parezca insólito a veces hasta en la de centros docentes, de formas de expresión provenientes de la deformada habla común o popular que es habitual en todos los niveles de la población.
Como se afirmaba en un libro especializado cuyo autor no conservo en la memoria, el lenguaje correcto y el popular marchan por cauces diferentes, pero ello no impide que llegue el momento en que el último transfiera al culto formas de expresión alteradas o deformadas. Y es pertinente señalar que la expresión correcta se mantiene más en la expresión escrita que en la oral, por lo cual la manifestación que en cierta oportunidad presencié, ante una explicación familiar, en términos muy parecidos a la oratoria, cuando una oyente dijo “parece que está leyendo”, tradujo obviamente sin proponérselo la normal diferencia de los lenguajes oral y escrito.
Complementariamente, es necesario también señalar que en los últimos tiempos ha sido frecuente advertir en el lenguaje usual, no sólo oral, incluido el empleado en los periódicos, muchas pequeñas deformaciones y usos equivocados, como es el caso, por ejemplo, de confundir “dictamen” con “decisión” y aludir a “dictamen del juez”, o el de expresar “de acuerdo a” en lugar a “de acuerdo con”, y otros errores cada vez más extendidos, que sin duda no ayudan a contribuir al uso del buen idioma. Y se debe señalar adicionalmente que se han muchas veces advertido, hace cierto tiempo, importantes defectos idiomáticos en la redacción de leyes y reglamentos, que hasta hicieron pensar en la idea de crear -en el Parlamento- comisiones de “estilo” con la función de revisar la expresión idiomática de los proyectos, lo cual sólo puede ser eficaz si quienes las integran tienen también buena formación jurídica.
Por todo lo sintéticamente dicho, es necesario organizar métodos que tiendan a defender lo que es el idioma como medio de expresión y comunicación, y además como instrumento que bien utilizado permite la construcción de piezas de indiscutible belleza; debe ser en consecuencia preservado hasta donde sea posible de sus comunes y habituales deformaciones. Es deseable ver secciones periodísticas tendientes a tal defensa como era, con la denominación de “El buen idioma”, años atrás, la que se publicaba en “El Plata”.
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