Paysandú, Lunes 05 de Julio de 2010
Locales | 02 Jul Afirma que la vida es mejor ahora. Seguramente su pasado de sacrificado trabajo en el monte no le dejó buenos recuerdos. Se siente orgulloso de su familia; entre hijos, nietos, bisnietos, yernos y nueras llegan a 50 personas.
Julián Fagúndez está casado hace 62 años con Lucía Méndez, y junto al calor de la estufa a leña en su casa de Lorenzo Geyres – Parada Queguay-- y compartiendo unos mates, recibió al periodista de EL TELEGRAFO y se animó a contar parte de su historia.
“Somos unos privilegiados, porque en 62 años de casados no hemos perdido a ninguno de nuestros seres queridos. Tenemos 11 hijos, 20 nietos y 6 bisnietos”, comenzó su relato don Julián, quien en poco tiempo cumplirá 85 años.
Trabajó en el monte y en las carbonerías del Queguay en la zona de colonia Las Delicias. También estuvo tres años en la isla grande del Queguay. No fue mucho tiempo, porque las crecientes del río y los gurises en edad escolar aceleraron la decisión de marcharse del lugar.
Actualmente está jubilado, pero su impecable memoria lo transporta a un tiempo de mucha lucha, entrega y sacrificio, aunque cada frase que recrea le hace dibujar una sonrisa.
Una vez que llegó a Las Delicias comenzó a recorrer la colonia en busca de Adolfo Volpe, un conocido que supo tener comercio y que ahora está en la central telefónica de Parada Queguay. “Cuando lo encontré, enseguida me dijo que justo me estaba precisando, porque le pidieron a un hombre que sepa hacer de todo y ese hombre era yo. La verdad que no me dejó decir palabra alguna. Don Raúl Carabia – que anda siempre de a caballo porque tiene miedo a las víboras – necesitaba a un paisano baqueano y que tenga maña pa’ todo, me comentó”.
Entonces sin mucho que pensar don Julián se fue a hablar con él. “Fue entonces que el hombre me dijo que si era Volpe el que me enviaba que fuera cuando yo quisiera. Pero, resulta que una vez que me presenté me confesó que necesitaba a una persona que fuera tractorero, alambrador, montaráz, peón y capataz. Es decir, bien campero”.
“Lo cierto es que estuve trabajando con ese hombre durante 15 años. Después lo mataron y las cosas cambiaron mucho”.
“En 1972 comencé a trabajar en el polvorín de Ancap, ahí en donde se bifurca la ruta 3 con la 26. Fue un trabajo muy diferente al que estaba acostumbrado a hacer, porque eran tareas más livianas. Todo lo resolvían las máquinas. Ahí no se hace nada a mano”. De las anécdotas que rescata, don Julián cuenta que “cuando había recarga, los cimientos de las casas de Parada Queguay (Lorenzo Geyres) - centro poblado ubicado a 7 kilómetros de la planta - se movían. Es más, muchas casas se han partido culpa de las detonaciones. Habían prohibido las cargas muy grandes. En tiempos en los que existía el almacén Máscolo, recuerdo que cargaron un terraplén con 2 mil kilos de dinamita. Parecía un terremoto, las cosas se movían y los vidrios de las casas vibraban. Fue entonces que pusieron límite de cargas con 200 kilos de explosivos por barreno. Para mí fue un trabajo mucho mejor que lo hecho hasta ese momento”.
“El recuerdo más lindo que tengo de aquellos años es la confianza. En ese tiempo surgió el proyecto de la represa hidroeléctrica de Salto Grande y yo hacía poco que había entrado en Ancap. Un día el jefe me citó junto a otros compañeros, porque había surgido un trabajo en Salto Grande. Se trataba de sacar muestras de piedras para enviar a analizar a Buenos Aires. Así fue que marchamos con Salles, Fleitas, Minifaldo y Maianti. Durante una semana el jefe nos explicó que era lo que íbamos hacer. Cuando llegamos el hombre se enfermó y nos dijo que regresáramos porque él no estaba bien de salud. Fue entonces que le dije: ‘dígame ¿usted no estuvo una semana explicándonos todo y no tiene confianza en que nosotros hagamos ese trabajo?’ ‘ Eso era lo que yo quería sentir de la boca de ustedes’, respondió el hombre. Fue así que estuvimos 3 meses e hicimos todo lo planeado. Había que sacar una piedra de 5 mil kilos ubicada a 4 metros de profundidad. Fue una noble tarea”, afirmó don Julián.
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