Paysandú, Jueves 08 de Julio de 2010
Locales | 04 Jul (Por Enrique Julio Sánchez, desde Estados Unidos). Cuando en las postrimerías del tiempo extra del encuentro Uruguay- Ghana, Luis Suárez impidió cual jugador de voleibol que el disparo ghano se convirtiera en gol, el diagnóstico habría sido taquicardia. Cuando Sebastián Abreu picó la pelota en el ultimo penal, el diagnóstico habría sido bradicardia. En pocos minutos, la selección uruguaya, como al resto de los uruguayos, me hizo un electrocardiograma. No sé si el resultado habrá sido inusal o no inusual, pero seguro que el de la zurda “aguanta cañón”. Vaya con las tradiciones uruguayas. Nacimos para sufrir. Podes reír, podés gozar, podés sentirte dueño del mundo, pero antes tenés que sufrir. Y cómo.
Siguiendo, como otros nueve millones de personas en Estados Unidos, la transmisión de Univisión, la principal cadena televisiva que transmite en español, la tensión fue creciendo minuto a minuto, como allá, aquí y acullá, como en cada sitio donde un uruguayo seguía el partido que volvería a poner a su selección entre las cuatro mejores del mundo, después de cuatro décadas. Y seguía la selección como podía. Muchos la transmisión televisiva, otros algunas de las radiales y otros, como en el caso de Eduardo Marcovich, a quien yo, como estaba trabajando, lo mantenía informado mediante mensajes de texto. Todo valía, todos teníamos las mismas ganas, las mismas ilusiones y los mismos nervios.
Después, ya triunfadores, como allá en el paisito, en cada ciudad, pueblo y rinconcito, los yoruguas de Dover salimos a Blackwell, la principal arteria de esta pequeña ciudad del norte de New Jersey, con nuestras banderas, nuestras camisetas y especialmente nuestra alegría desbordante para realizar una caravana tan memorable como insólita para las costumbres de la zona.
Indudablemente, la Celeste nos ha dado una enorme ilusión, pero especialmente una realidad que hace mucho no vivíamos. Cosa insólita en los uruguayos -aunque no debería serlo- nuestro corazón esta repleto de alegría, una incontenible alegría que se expande, que explota, que no solamente nos pone contentos sino que nos hace ver la diaria realidad con un punto de vista más positivo, menos gris.
Más allá de los resultados deportivos, la buena actuación de la Celeste en el más importante torneo futbolístico del mundo, debería ser el punto de partida para la recuperación del optimismo, de las ganas de cambiar la realidad, del ímpetu creativo, de la capacidad de transformar los sueños en realidades.
Hace sesenta años, cuando la Celeste enmudeció al Maracaná, cuando canceló la fiesta brasileña, Uruguay aún vivía la recuperación económica de posguerra y en el caso de Paysandú había comenzado la explosión industrial que lo llevó a un sitial de privilegio a nivel nacional y regional.
Evidentemente, el fútbol no tuvo nada que ver con ello en forma directa, pero probablemente la buena realidad deportiva que se vivía entonces transformó la alegría en el coraje de realizar transformaciones, de cambiar la sociedad, de mejorarla.
Tal y como expresara el presidente José Mujica en su programa radial, antes del partido con Ghana, este es un buen instrumento de cambio. “Buena cosa fuera que cundiera como ejemplo para las distintas formas de vida y actividad en las cuales nos movemos”, expresó el presidente.
Es que sesenta años después, los uruguayos todos deberíamos aprovechar este renovado sentimiento que nos confirma como hermanos para abrazarnos de nuevo, día a día, no solamente para festejar un gol de Forlán o una salvada de Suárez, sino para transformar nuestra sociedad, para recuperar industrias y empresas, para restablecer una economía sana, que nos permita vivir mejor, construir el futuro que tanto deseamos para nuestros descendientes a partir de un presente que valga la pena vivir.
Este partido no tiene suplentes, todos somos titulares. Todos debemos desde nuestro puesto jugar para adelante, buscando convertir los sueños en realidad, las demandas en satisfacciones, las ideas en logros. Este partido también merece un “Vamos arriba Uruguay”, ponerse la Celeste en nuestra alma y salir a dar la vida en cada jugada.
Las sociedades se transforman no solamente por impulso de sus dirigentes, sino especialmente por el esfuerzo de todos. No se trata de sentarnos a esperar que nos lluevan las soluciones, se trata de pensar qué soluciones podemos aportar nosotros, cada uno, por pequeña o tonta que parezca.
Claro que los dirigentes tienen un puesto fundamental, lo mismo que los inversionistas, los industriales y los empresarios todos.
Pero tambien los demás jugadores tenemos que aportar nuestro buen juego para lograr el triunfo. Esta es una oportunidad histórica. Hemos recuperado la fe, la alegría, las ganas de triunfar. A demostrarlo en la cancha. Aquí y ahora. Todos jugamos este partido. “Vamos arriba la Celeste”. Esta vez por la sociedad uruguaya. Que supo de épocas de bonanza y gloria. Este partido hay que ganarlo. Ahora que nos tenemos fe, ahora que tenemos hambre de gol, ahora que podemos. Ahora es el tiempo. Dale juez, pita, pita, que queremos golear.
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