Paysandú, Jueves 08 de Julio de 2010
Opinion | 05 Jul La referencia que hace nuestro corresponsal Horacio Brum sobre los fat cats (gatos gordos, en inglés), sobre los ciudadanos europeos que durante décadas se han acostumbrado a un sistema con alta calidad de vida, y la crisis económica que se ha expandido por la Unión Europea a partir de los grandes déficit fiscales, es una reflexión apropiada respecto a una realidad que da la pauta de que no es oro todo lo que reluce y que sobre todo, un escenario estructurado sobre bases falsas puede durar una, dos, tres décadas, pero finalmente la verdad termina por imponerse y llevar las cosas a su lugar, y lo que es peor, a menudo traumáticamente.
El primer signo de alerta sobre las consecuencias de gastar durante mucho tiempo por encima de las posibilidades lo tuvimos en 2008, cuando la crisis golpeó duramente a los Estados Unidos, y se manifestó con la crisis inmobiliaria como detonante. Pero puso al desnudo una estructura sin sustento real al pretender presentar como buena una “bicicleta” de recursos en giro que no eran genuinos, y que se quiebra como un frágil cristal tan poco alguno de los eslabones de la cadena se rompe, como fue este caso.
En el continente europeo, el ejemplo de Grecia, con su enorme déficit fiscal y los severos ajustes fiscales en marcha, ha sido demostrativo de lo que ocurre cuando un país decide endeudarse para mantener cierta calidad de vida, apuntando a que con el paso del tiempo las cosas puedan acomodarse, lo que por cierto ocurre muy pocas veces y lo único que se logra es ir remendando deudas con más endeudamiento y hacer que crezca la bola de nieve, hasta que las propias estructuras crujen y se viene todo abajo, para tratar de empezar desde cero y con problemas mucho más graves que los que en su momento se quisieron evitar.
Así, en Grecia campea el desempleo, los recortes de salarios y gastos sociales, los reajustes de precios, los cierres de empresas, para tratar de reacomodar la economía a la realidad del país, lo que conlleva un hondo drama social, pese a la enorme ayuda de recursos de naciones europeas que tratan de evitar el contagio hacia sus economías, aún a costa de ríos de dinero.
El punto es que Grecia ha sido hasta ahora solo la punta más visible del iceberg y tal vez el caso más grave, pero están en una situación similar España, Italia, Irlanda, y en menor medida Francia, Gran Bretaña e incluso Alemania, entre otras economías, con la perspectiva cierta de que el problema se transmita a toda Europa y por proyección a todo el mundo, desde que una economía de la magnitud de este continente, con su gran capacidad de consumo, es también un motor para los países subdesarrollados productores de materias primas y otras mercaderías que encuentran destino en ese mercado. Por lo tanto, no se trata de “balconear” la crisis como si a nosotros no nos fuera a tocar y sea solo problema de ellos, desde que en esta economía globalizada no hay país que no sea vulnerable a los avatares internacionales y mucho menos en lo que refiere a Uruguay y otras naciones “emergentes”.
Y aunque desde acá poco y nada podamos hacer para que los problemas europeos pasen de largo, sí corresponde reflexionar a propósito de las causas de estos enormes déficit y cuyo origen tiene precisamente mucho en común con políticas que han estado en sintonía con “propuestas” como las que formula el Pit Cnt al gobierno, entre las cuales la reducción de la semana laboral, y aumentos salariales al barrer para el funcionariado público como si los recursos que genera toda la sociedad sobraran, sin a la vez siquiera mencionar la contrapartida de productividad y eficiencia en el Estado. Los “fat cats” europeos, como sostiene Brum, son precisamente ciudadanos que han resultado destinatarios de este esquema de bienestar, de reducción de jornadas laborales y altos ingresos con apoyo en inmigrantes que hacen las tareas pesadas que ellos no quieren hacer, que ganan mucho menos y que sin embargo son uno de los pilares de la economía y su mejor pasar. Este cuadro de bienestar social incluye asimismo seguros de desempleo irracionales para cualquier economía, pasividades con pocos años de trabajo y edad, y servicios sociales extendidos de muy buena calidad.
Pero cuando la realidad llama a la puerta, se percibe que este esquema resulta imposible de sostener por mucho tiempo, porque no hay quien lo pueda financiar salvo que se genere un endeudamiento infinito hasta que la burbuja explote, y que la disciplina fiscal, es decir gastar solo lo que se tiene y se puede, es la única posibilidad para evitar traumas como los que se están generando en el Hemisferio Norte.
Es decir que lejos de los planteos de la central sindical y sectores radicalizados que solo promueven postulados de base ideológica, como si los recursos provinieran de la nada, corresponde atenernos a nuestras posibilidades, situando la ecuación laboral en términos razonables, apuntando a la productividad y la eficiencia, a regímenes de trabajo en sintonía con las exigencias del país, en esquemas de seguridad social que no se transformen en una bomba de tiempo cuando los aportes de los activos no puedan sostener tanto costo. De no lograr llevarlo a estos términos, la crisis europea será un juego de niños en comparación con lo que puede ocurrir en nuestro país y en otras naciones subdesarrolladas, donde a una calidad de vida problemática por razones estructurales le pueden seguir situaciones aún más duras si no actuamos con prudencia, desde que por ley de Murphy, nunca se está tan mal como para no poder estar peor.
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