Paysandú, Jueves 08 de Julio de 2010
Opinion | 07 Jul Hace apenas unos meses, Uruguay entraba al Mundial de Fútbol por la puerta trasera, casi pidiendo perdón por distraer la atención de los “grandes”. Hacía décadas que la gloria de cuatro campeonatos había quedado en el pasado, vapuleada por actuaciones impresentables en las pocas y salteadas oportunidades en que no quedó directamente fuera de la contienda. El país, mientras tanto, buscó excusas en el jugador de turno, los técnicos, los arbitrajes, al tiempo que perdía las esperanzas de volver a ver alguna vez a su selección entre las cuatro principales del mundo. Pero en esta oportunidad esa desazón fue evolucionando a frenesí, cuando partido a partido nuestros embajadores del deporte máximo de los orientales demostraron que sí se podía llegar a más, ganarse el respeto de los favoritos y hasta estar en el podio de la gloria. Con humildad y por sobre todo jamás dando una instancia por perdida, logró lo impensable: disputar la copa entre los mejores cuatro equipos del planeta. La derrota de ayer nos privó de esa chance, lo que podría suponer la mayor de las tristezas para una nación que contuvo la respiración en cada minuto de juego. Sin embargo, finalizado el encuentro una multitud se volcó a la calle a festejar. Y ahí está el gran triunfo de Uruguay.
Los dirigidos por Tabárez no sólo se ubicaron entre los cuatro primeros, sino que le devolvieron la alegría a un pueblo, pintaron sus caras de celeste y blanco, vistieron con la camiseta de la selección a tres millones de uruguayos, inyectaron en sus venas la alegría, y le dieron color a los balcones y los frentes de casas y edificios. Nos devolvieron el orgullo, pero por sobre todo, unieron a un país que estaba dividido y amargado, por cosas que jamás debieron separarnos, como la política, las pasiones deportivas, las crisis económicas, los asuntos laborales, entre un sinfín de etcéteras. Hoy el pabellón nacional desplazó las banderas partidarias y las de los clubes de fútbol; ¡hasta el Che fue guardado en un cajón! Resurge el nacionalismo que solo veíamos en otros países, envueltos todos en una sola bandera de brillante Sol amarillo. La timidez y el recato propios de los uruguayos dio paso a la euforia colectiva, y mostramos las emociones de una manera completamente inusual. Los bares y espacios sociales no alcanzan para reunir a la multitud que se agolpa para ver cada partido entre amigos y desconocidos, en un televisor que nos muestra cada detalle mejor que si estuviéramos en el mismo estadio. Salimos a la calle en interminables caravanas que duran horas, desconcertando al mundo cuando lo hacemos de igual forma después de una derrota, pero casi no hay accidentes ni discusiones entre conductores o peatones. Extrañamente la delincuencia casi desaparece, y se registran muy pocos casos de violencia aún cuando en algunos puntos de la ciudad la concentración de gente apenas deja espacio para caminar o avanzar en vehículos. Da gusto ver festejar así a los uruguayos. Por eso, Uruguay ya ganó, y mucho más que la fría copa del Mundial. Ojalá que esta alegría dure para siempre, ahora que sabemos que podemos… ser todos ¡uruguayos!
EDICIONES ANTERIORES
A partir del 01/07/2008
Jul / 2010
Lu
Ma
Mi
Ju
Vi
Sa
Do
12
12
12
12
Diario El Telégrafo
18 de Julio 1027 | Paysandú | Uruguay
Teléfono: (598) 47223141 | correo@eltelegrafo.com