Paysandú, Domingo 11 de Julio de 2010
Deportes | 07 Jul Escenario: Estadio Green Point de Ciudad del Cabo. Arbitro: Ravshan Irmatov (Uzbekistán).
Uruguay: Fernando Muslera; Maximiliano Pereira, Mauricio Victorino, Diego Godín, Martín Cáceres; Diego Pérez, Walter Gargano, Egidio Arévalo Ríos, Álvaro Pereira (77’ Sebastián Abreu); Edinson Cavani y Diego Forlán (83’ Sebastián Fernández). DT: Oscar Tabárez.
Holanda: Maarten Stekelenburg; Khalid Boulahrouz, John Heitinga, Joris Mathijsen, Giovanni van Bronckhorst; Mark van Bommel, Demy de Zeeuw (46’ Rafael van der Vaart), Arjen Robben (88’ Eljero Elia), Wesley Sneijder; Dirk Kuyt y Robin van Persie. DT: Bert Van Marwijk.
Goles: 18’ Giovanni van Bronckhorst (H), 41’ Diego Forlán (U), 70’ Wesley Sneijder (H), 73’ Arjen Robben (H), 90’ Maximiliano Pereira (U).
Amonestaciones: 21’ Maximiliano Pereira (U), 29’ Martín Cáceres (U) y Wesley Sneijder (H), 78’ Khalid Boulahrouz (H), 90’ Mark van Bommel (H).
Hay que pensar y pensar, sin encontrar respuesta. Hay que revolver y exigir a la cabeza para encontrar el recuerdo de cuándo una selección uruguaya terminó siendo alabada, aplaudida, generando alegría en todo un país. Pero no en el festejo, sino en la derrota. Y el recuerdo no aparece.
Uruguay se quedó sin la posibilidad de pelear el título del mundo, sin poder ganarse su lugar en la final del Mundial de Sudáfrica 2010.
La anaranjada Holanda fue la encargada de tronchar la posibilidad, de cosechar amargura de la ilusión celeste sembrada, con un 3 a 2 a su favor en las semifinales.
Pero la Celeste se fue de pie. Fiel a su historia, a su pensamiento, a su concepción. A su forma de ser. Uruguay se despidió simplemente de la chance de pelear el título, de sumarle otra estrellita su gloriosa blusa.
Simplemente eso. Pero se dio el gusto de salir de la cancha con la frente en alto, con la tranquilidad de haberle puesto el pecho a las balas, y con la calma que permite saber que se dejó todo, hasta lo que no había, cobrando cara su derrota. Porque, más allá de lo que digan las estadísticas, y de aquel verso de que solo festeja el primero, el recuerdo de poco más de tres millones de hinchas traerá a la cabeza que este Uruguay, con sus limitaciones y sus virtudes, le dio un susto de novela a los holandeses.
Los que estuvieron prendidos al televisor se acordarán que la Celeste tuvo que remarla de atrás.
Que un gol de otro partido de Van Bronckhorst, clavando la pelota en el ángulo, cambió una historia que estaba pareja. Se acordarán que, por las bajas y el cansancio indisimulable, Uruguay se plantó a jugar de igual a igual, sabiendo que el objetivo era robar y robar en la mitad de la cancha; y que dio pelea aunque la otra parte del libreto, la de manejar la pelota, quedó en el vestuario.
Muchos se acordarán que Uruguay respondió a un golazo con otro golazo, el de Forlán, que pareció acomodarse para la derecha pero cambió de idea y definió con la zurda.
Otros, quizá, encontrarán como excusa que, cuando Uruguay hacía todo bien en la cancha tras salir del vestuario a jugar el complemento y se acercaba al gol, el tiro de Sneijder, cruzado, se convirtió en gol anaranjado pese a que el árbitro debió cobrar fuera de juego de Van Persie. Y la mayoría tendrá en la cabeza como, poco después, Uruguay fue vencido con un cabezazo impecable de Robben.
Pero todos, absolutamente todos, recordarán cómo la Celeste tuvo vergüenza, rebeldía y toda la intención de dar vuelta la historia. Vendrá a la cabeza cómo en los minutos finales Holanda no entendía la reacción de un equipo que no estaba muerto, y que se dio el gusto de anotar el 3 a 2 en medio de las miradas de desconcierto de los anaranjados.
Más de tres millones de personas sentirán cómo vuelve la imagen de un huracán celeste acosando el área rival cuando el tiempo se esfumaba; cómo llovían pelotazos en busca de un milagro que, lamentablemente, nunca llegó porque faltaron tan solo un par de minutos más.
Así se despidió Uruguay de la chance de ser finalista.
Luchando, dejando el alma en la cancha, con cada jugador calzando el corazón en lugar del zapato. Con la frente en alto.
Y eso, simplemente eso, y cuando todavía queda pelear por el tercer puesto, seguramente quedará en el recuerdo de todo un país. Pavada de recuerdo. STB
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