Paysandú, Martes 13 de Julio de 2010
Locales | 09 Jul José Lasaga (70), y Estela Segui (61), son padres de Fabiana, Adriana, Marcelo y Carolina.
Hace muchos años que viven en la ciudad, pero sus raíces están en la campaña. Recordar su pasado los hizo rememorar años intensos, cargados de gratos momentos donde la vida – más allá del sacrificio – les sonreía. Este simpático matrimonio aceptó contarnos parte de su historia, de una familia que recuerda con orgullo su pasado rural. Si bien el destino los trajo a la ciudad, aseguran que no hay como vivir en el campo, donde la gente es más sana y conservan otras costumbres. Algunos problemas de salud de José y las posibilidades de proyección para sus hijos y su esposa, llevaron a que la familia se fuera instalando de a poco en la ciudad.
Estela indica que el deseo siempre fue que sus hijos pudieran avanzar con sus estudios. De hecho su hija mayor quería estudiar para ser azafata, pero por esas cosas del destino hoy, está orgullosa trabajando en una chacra.
José y Estela extrañan un pasado de buenos tiempos, aunque con el transcurso de los años se tuvieron que mudar a la ciudad. Las posibilidades que les brindó Paysandú abrieron otras puertas de proyectos, tanto para Estela como para sus hijos.
“Aquello fue mi vida y extraño mucho”, afirma absolutamente convencida. Estela es docente especializada en educación inicial en la Universidad Católica, estudia en la Universidad de Bellas Artes, es profesora de órgano, estudia cerámica y es artista plástica.
“Cuando empecé a trabajar como maestra – por el año 1966 – a mi me tocó la escuela 68 de Santa Blanca. Recuerdo que fue algo complicado. Porque una vez que preparé todos los papeles para dictar clases en aquella escuela, mi madre me dijo que no me dejaba viajar. ‘Tienes apenas 16 años, es lejos y estas sola’; recuerdo que aquella tarde perdí el ómnibus de la Onda. De todos modos al día siguiente mi padre me llevó. Iba a hacer una suplencia por una semana y terminé quedándome todo el año. Cuando llegué a la colonia y vi ese montón de túnicas blancas – que me parece verlas todavía – a mi se me vino el alma a los pies. Me tocaron 38 niños entre primero, quinto y sexto. Los chiquilines de sexto y yo teníamos la misma edad. La directora de aquel entonces era Rosa Santoro. También teníamos a cargo cocinar para todos los niños. Cuando entré por primera vez a la clase me resultó un mundo totalmente diferente al conocido hasta ese entonces. Los chicos hablaban en alemán y los grandes me ayudaron como intérpretes. Lo bueno fue que no me quedó ningún niño repetidor, logrando el reconocimiento de la inspectora Samarra”.
Uno de los momentos más interesantes fue cuando Estela conoció a José. “Yo sabía de su existencia porque la directora estaba embelezada con él. Un cierto día yo estaba pintando el techo de la escuela y se aparece en una camioneta y cuando quise acordar estaba a mi lado. Nos pusimos a conversar y cuando acordamos comenzar como novios, yo dije: ‘cómo me voy a aparecer en casa con novio’. Más tarde, en 1968 nos casamos. Mis hijas mayores, Fabiana y Adriana alcanzaron a hacer la escuela en la colonia”
La memoria de José lo transporta a los orígenes de Santa Blanca. “Eran tiempos en los que la colonia se inició, cuando las tierras fueron fraccionadas por el banco Hipotecario. Fue el ingeniero Estéban F. Campall quien estuvo a cargo de la división de tierras. La colonia se fundó por el año 1945 y en 1948 esos campos pasaron a jurisdicción del Instituto Nacional de Colonización. Yo llegué a colonia Santa Blanca luego de haber vivido un tiempo en colonia 19 de Abril. Soy el tercero de siete hermanos y con mi familia paterna éramos productores rurales”.
“Al principio la colonia estaba compartida por alemanes y criollos, pero posteriormente y con el paso de los años se pobló de más inmigrantes”.
“El vínculo entre los orientales y extranjeros siempre fue cordial y el relacionamiento fluido. Por aquel entonces habitaban esos campos unas 40 a 50 familias. La producción era básicamente agrícola ganadera. Pero, se plantaban cultivos que hoy prácticamente no existen como el lino y maní. No eran grandes superficies, pero se plantaban cereales que muy poco se ven. Se trata de tierras arenosas y de pobre calidad. El ganado que se producía era de recría, mientras que 30 años después comenzó a incursionar el ganado lechero, cuando surgió la empresa Inlacsa de Salto que se dedicaba al rubro. La vida social estaba circunscripta a 2 o 3 quermeses que se hacían por año en la escuela. El fútbol tuvo una fuerte incidencia en la comunidad. Originalmente el club local se llamó Club Atlético Las Palmas y al tiempo pasó a denominarse Santa Blanca. En los inicios se trataba de un equipo que se formó a instancias de un grupo de vecinos, pero sin grandes aspiraciones. No tenía sede propia ni personería jurídica. Las escaramuzas futboleras tenían como principales protagonistas a los equipos de Santa Kilda, San Mauricio, Bella Vista, Chapicuy, Guaviyú, Quebracho y Meseta de Artigas”.
Lasaga rescata un pasado de victorias y algunas vueltas olímpicas que le valió al equipo el reconocimiento de los seguidores que peregrinaban por los caminos alentando a sus muchachos.
“Juan Lasaga, Óscar Céspedes, Mario Martínez, José Lasaga, Celiar Céspedes, Miguel Michaylov, José Holly, Eugenio Vidiella, Alberto Schollemberger, Alejandro Michaylov y Gregorio Michaylov. Un equipo imbatible de finales de la década de 1950 y comienzos de los ‘60, que también hizo giras para el norte. Unos entraron en años y otros se fueron, pero quedan muy buenos recuerdos de aquellos años”, finalizó Jose´.
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