Paysandú, Miércoles 14 de Julio de 2010
Opinion | 13 Jul Lenta pero inexorablemente estamos asistiendo a un cambio demográfico que aunque tiene su mayor manifestación en los países desarrollados --y precisamente es parte de los graves problemas que se han desencadenado en Europa, por ejemplo--, en el caso de Uruguay está entre las naciones en vías de desarrollo que tienen similar perfil y con diagnósticos coincidentes con el Primer Mundo ante su realidad socioeconómica.
El envejecimiento de la población mundial es precisamente el elemento distintivo del nuevo escenario y conlleva una serie de desafíos y condicionamientos para los cuales todavía no se han diseñado respuestas a medida, que varían con el escenario en cada país, pero naturalmente, con mayores urgencias en determinado plazo en las naciones que como la nuestra tienen sin resolver serios problemas estructurales.
A la vez, no existen posibilidades de reversión de esta tendencia desde el punto de vista biológico, sino que el desafío está planteado respecto a atender las consecuencias y manifestaciones de la evolución de este escenario, que cambia de acuerdo a cada país y/o región del mundo, y que responde inevitablemente a condicionantes socioeconómicas.
Uruguay es uno de los pocos países que presenta los dos aspectos más negativos de la ecuación, por cuanto por un lado su envejecimiento poblacional por mayor expectativa de vida y baja natalidad es similar al de los países desarrollados, pero por otro lado su economía tiene las vulnerabilidades y falencias de los países subdesarrollados.
El común de las naciones del Tercer Mundo, contrariamente al Uruguay, tiene una alta tasa de nacimientos y un promedio de población mucho más joven, lo que indica que pese a sus dificultades no tienen los perfiles que condicionan a nuestro país como consecuencia de su escenario demográfico.
Los datos estadísticos, pese a esta divergencia, indican que la población del mundo desarrollado envejece y que la del mundo “pobre” por lo general está solo algunas décadas atrasada en cuanto a esta tendencia, pero que más tarde o más temprano estos caminos se cruzarán. De acuerdo al pronóstico de población formulado por las Naciones Unidas, la media de edad para todos los países crecerá de 29 años en la actualidad a 38 para dentro de cuatro décadas. Así, en la actualidad menos del 11 por ciento de la población mundial de 6.900 millones de personas tiene más de 60 años, pero para 2050 el doble de este porcentaje alcanzará esa edad, que será sin embargo el 33 por ciento en los países desarrollados, y seguramente también en Uruguay, donde como en el Primer Mundo, una de cada tres personas estará jubilada y casi una de cada diez tendrá más de ochenta años. Este perfil nos da la pauta de que inexorablemente con el paso de los años habrá grandes consecuencias económicas, sociales y políticas, pese a que hasta ahora pocos países han decidido enfrentar decididamente la problemática, e incorporar políticas para hacerle frente con la debida disposición y sobre todo antelación, dentro de la relatividad en que puede considerarse el término.
Para este envejecimiento coinciden una serie de parámetros, pero sobre todo porque existe una mayor expectativa de vida, que en los países ricos era de menos de 50 años hace solo un siglo, y que actualmente es de 78, creciendo sostenidamente. A la vez las unidades familiares tienen menos hijos y los grupos de edad más jóvenes son más reducidos respecto al crecimiento del número de personas de avanzada edad, con solo 1,6 hijos por pareja de promedio.
Como señalábamos, el peor escenario es el del envejecimiento poblacional acompañado de subdesarrollo y economía muy condicionada por problemas estructurales, lo que indica que el Uruguay tiene un futuro comprometido ya en el mediano plazo, con algunos problemas relacionados que han comenzado a manifestarse y que se están agudizando en cada crisis económica, cuando la sociedad en su conjunto dispone de menos recursos para atender su seguridad social, entre otros aspectos.
Estamos asistiendo ahora al llamado a la realidad que está afrontando Europa, donde se ha gastado más de lo que se tenía durante muchos años, en generosos programas sociales, que han agravado el déficit fiscal y que están obligando a prolongar la edad de retiro, de la misma forma que han debido encarar recortes en beneficios sociales de diversa índole y hasta del seguro por desempleo.
Es indudable que existe fuerte presión de aportes sobre la masa laboral para sostener el esquema de prestaciones, como así también para atender en salud y esparcimiento a sectores de la tercera edad. Esta presión en recursos e infraestructura es problemática ya en economías sanas y ricas, como las de los países desarrollados, pero en naciones como Uruguay, de no encararse políticas que estén a tono con este desafío, nos encontraremos cada vez con mayores dificultades para responder a las necesidades del nuevo escenario poblacional en todas sus implicancias.
Es hora, por lo tanto, de que el sistema político y los sectores involucrados en esta problemática, analicen concienzudamente cual es la situación, con un diagnóstico ajustado a la realidad, y buscar acuerdos para desarrollar políticas de Estado que hasta hoy están pendientes, como si ya el problema no estuviera planteado.
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