Paysandú, Lunes 19 de Julio de 2010
Opinion | 14 Jul Hace apenas unos años, antes de asumir Tabaré Vázquez la Presidencia de la República, las únicas noticias que trascendían de Bella Unión eran el alto índice de mortalidad infantil, la creciente indigencia y la pobreza extrema, al tiempo que todos los esfuerzos por reflotar la planta azucarera de Calnu fracasaban estrepitosamente.
Para ese entonces ya estaba demostrado que todo lo que se hiciera en base a la producción de caña de azúcar tendría un final oscuro, por cuanto los rendimientos en esa zona no alcanzaban los mínimos necesarios para obtener rentabilidad, o directamente el clima no ofrecía la estabilidad mínima necesaria para una producción consistente en el tiempo. No en vano Brasil, principal productor de azúcar de caña del mundo y puntal del desarrollo de etanol para biocombustible, no produce en el sur de Rio Grande do Sul sino en zonas más tropicales en torno al paralelo 24, que es donde se desarrolla correctamente esta planta. El Norte de nuestro país se encuentra en el paralelo 30, seis grados más al Sur, por lo que se entiende que las condiciones climáticas son tan diferentes como pueden ser entre Paysandú y Asunción del Paraguay.
Por todo esto no es de extrañar la preocupación del presidente José Mujica respecto al proyecto sucroalcoholero en Uruguay, cuando dice que “hay que gerenciarlo de mejor manera, porque si es un proyecto que fracasa, le va la vida a Bella Unión”. Pero el desafío es grande, tanto como desarrollar el cultivo de café en Uruguay y pretender que sea autosustentable. Quizás una buena gerencia no alcance para abatir los grandes déficits de Alur y entonces cabrían dos posibilidades: o asumimos todos los uruguayos que el proyecto es tan importante para el país que debe ser subsidiado con millones de dólares al año, o la planta debe cerrar. Ninguno de los dos escenarios es bueno. El último caso, como indicó Mujica, significa que Bella Unión vuelva a la situación anterior, con altísimos índices de pobreza e indigencia, ahora incrementados por el cierre de una industria que atrajo a miles de trabajadores hacia el polo de desarrollo artificial que se creó a su alrededor.
Por otra parte, parece políticamente inaceptable para un gobierno de izquierda que precisamente se sirvió de los cañeros de Calnu para impulsar su movimiento de la década del ’60. Pero de continuar subsidiando la producción, se estaría cometiendo un acto de injusticia con el resto del país, donde también existe la desocupación, y apenas subsisten miles de pobres e indigentes. En ese aspecto Paysandú está entre las ciudades con mayor cantidad de asentamientos irregulares, por lo cual estaría en condiciones de reclamar un tratamiento similar. De ser así, lo que le correspondería sería un subsidio de entre 120 y 190 millones de dólares al año, si consideramos que Alur estaría dando pérdidas por entre 18 y 28 millones de dólares anuales y tiene una población siete veces menor que nuestra ciudad. Esto da la pauta de la irracionalidad con que se encaró la “solución” para Bella Unión, que aún con todo este apoyo sigue siendo pobre. Imaginemos lo que sería Paysandú si recibiera semejante suma de dinero del Estado, canalizado por ejemplo en subsidios a la producción azucarera local. Estaríamos hablando de una subvención seis veces mayor que el presupuesto anual de la Intendencia, “la mayor empresa” del departamento.
Es claro que el Uruguay no está en condiciones de hacerlo, pero sí demostró en estos cinco últimos años que puede destinar más de 140 millones de dólares –lo que se va “invirtiendo” en Alur— a promover la industria azucarera de Artigas. Entonces lo que debemos reclamar para Paysandú es, cuando menos, igual consideración. Azucarlito dejó de producir el edulcorante en base a remolacha a mediados de los ’90, justamente porque al caer las protecciones arancelarias esta forma de producción se hizo insostenible. Antes de eso, miles de pequeños agricultores, camioneros independientes, talleristas y trabajadores encontraban su sustento alrededor de Azucarlito. Pero todo eso podría volver a la vida con un subsidio como el que recibe Alur, e incluso mucho menor si consideramos el presupuesto anual del ingenio local cuando funcionaba a pleno.
En esa dirección deberían encauzarse todos los esfuerzos departamentales, a través de las voces de nuestras fuerzas vivas, los representantes nacionales y el propio intendente, porque sería un reclamo justo que de lograrse el objetivo generaría riqueza y prosperidad para Paysandú.
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