Paysandú, Jueves 22 de Julio de 2010
Deportes | 19 Jul A la hora de encontrar un micrófono o grabador, nadie se cansa de repetir hasta el cansancio que la clave fue el grupo. Ninguno de los jugadores celestes dejó pasar la oportunidad de señalar que, más allá del proceso de trabajo que se inició hace cuatro años, la integración del grupo humano fue fundamental para alcanzar el cuarto puesto en el Mundial de Sudáfrica 2010.
Y, al parecer, ahí estuvo la clave. Más allá del trabajo realizado por Tabárez desde que se hizo cargo de la Celeste, de la idea futbolística que mostró el equipo a lo largo del Mundial, el grupo se mostró sólido por demás afuera de la cancha, como hacía mucho tiempo no se veía.
La convivencia en la ciudad de Kimberley fue otro de los hechos destacados por la delegación, ya que permitió que Uruguay se sintiera como en casa y alejado de las presiones. A tal punto, que el propio Tabárez admitió que todo había cambiado luego de mudarse de ciudad a la espera del partido de los cuartos de final, y que a partir de ese momento se estaba viviendo el Mundial de cerca.
Más allá de lo sucedido afuera, a lo largo de la convivencia diaria el grupo se mostró sólido también adentro del terreno de juego, donde todos y cada uno se pusieron el overol cuando fue necesario. Prácticamente siempre.
Pero fue la unidad la que permitió tener las cosas claras. Y Tabárez, en todo sentido, puso toda su experiencia mundialista previa al servicio de la selección. Esto se notó adentro y afuera de la cancha, manteniendo la cordura, siendo mesurado y, sobre todo, sabiendo cuál era el potencial del equipo y cuáles sus falencias. Nada menos que eso que podría permitirle superar la primera fase o quedar por el camino, no habiendo sido sorpresa ninguna de las dos posibilidades.
Y en base a ello armó la estrategia, que le fue dando resultado. El equipo no anduvo ante Francia, pero se mantuvo firme y levantó una muralla delante del arco de Muslera. Frente a Sudáfrica fue tiempo de dejar de lado la tensión del debut, y el equipo tuvo varios minutos interesantes, como para liquidar con goleada el pleito a su favor y dar un paso firme rumbo a la clasificación.
El pasaje se sellaría ante México, ante el que ganó merecidamente para sorprender a todos terminando primero en el grupo. Luego llegaría Corea del Sur, un rival que resultó por demás complicado y que tuvo a los celestes a mal traer, hasta que el empate asiático provocó la reacción de Uruguay para liquidar las cosas y superar otra fase.
Y llegó el momento más emotivo, inolvidable: el partido ante Ghana por los cuartos de final. Pese al cansancio, a las lesiones, Uruguay la peleó de igual a igual. Pudo ganar, pero también quedar afuera. Pero se dio lo primero en aquella definición por penales a la que Suárez, al atajar la pelota que se metía en el arco en el último instante del alargue, llevó de la mano al equipo. La jugada, la más recordada del Mundial, fue otra prueba del sacrificio de todos en pos del objetivo: Suárez se fue expulsado, pero Ghana marraría el penal y, desde los 11 pasos, Uruguay alcanzaría el pasaje a semifinales.
Los celestes debieron enfrentarse a Holanda con un equipo diezmado por lesiones y sanciones. Pero más allá de todo se volvió a poner en corazón en cada zapato al punto que, pese a perder una chance histórica, se dio a los anaranjados un susto de novela al ponerse a tiro. Pero el segundo gol celeste llegó demasiado tarde, ya que al partido le faltaron algunos instantes para que Uruguay alcanzara la igualdad. Pero fue un 3 a 2 que dejó a Uruguay sin título, pero con la chance de pelear por un tercer lugar frente a Alemania, que se escaparía por poco.
El equipo de Tabárez volvió a dar una clase de juego de equipo, de tener en claro las cosas, de haberse aprendido el libreto ideado por el Maestro. Y tuvo a los germanos a mal traer más allá de otro 3 a 2 que tuvo otro sabor. Así se cerró, con un cuarto puesto, el camino celeste en un Mundial 2010 que despertó a todo un país, y que cosechó elogios dentro y fuera de fronteras.
Es que este Uruguay supo hacer de tripas corazón, supo concientizarse sobre cuáles eran sus flaquezas, y se metió en la cabeza que cada una de las piezas jugaría un papel preponderante a lo largo de un camino que fue complicado. Y así fue. El equipo que mostró la Celeste adentro de la cancha fue el fiel reflejo de lo que se vivió afuera. El ir paso a paso y todos juntos, el aliento permanente, el apoyo en los momentos complicados que tocaron vivir. Este equipo la tuvo clara afuera de la cancha, donde nadie se calzó –como sucedió en otras ocasiones— el traje de divo, que tampoco estuvo en el vestuario a la hora de salir a la cancha. Ahí, afuera del terreno, estuvo el secreto.
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