Paysandú, Viernes 23 de Julio de 2010
Deportes | 19 Jul La televisión muestra muchas caras. Ahí, en medio del escenario montado en el Palacio Legislativo, los jugadores de la selección uruguaya son recibidos no solo por el presidente José Mujica, sino por un montón de políticos que (no todos) seguramente antes del Mundial no tenían ni idea de cómo se llamaban los jugadores. La imagen da vueltas y vueltas en la cabeza, y se repite pocos días después.
Esta vez en un escenario de menores dimensiones, y un entorno muy diferente. Esta vez no son miles de personas las que lo rodean, sino cientos. Esta vez no es el Palacio Legislativo, sino nuestra plaza Constitución.
En esta ocasión no están todos los jugadores, solo Nicolás Lodeiro y la presencia de los familiares de Arévalo Ríos y Gargano, dos que no llegaron a nuestra ciudad. Y se repiten las caras, como en Montevideo, de quienes quizá se enteraron del nombre de los jugadores en ese momento, o días antes frente a la saturación previa de la fiebre mundialista y, sobre todo, ante la sorpresa del resultado.
Los homenajes me siguen dando vueltas y vueltas en la cabeza. Es como si, más allá del merecido reconocimiento, hay algo que no cierra. Y se le hace difícil a uno decir en voz alta lo que piensa, lo que se pregunta en el interior, quizá por miedo a la mala interpretación: ¿otra vez estamos aprovechando políticamente al deporte?
Me lo saco de la cabeza, pero me viene rápidamente al recuerdo una historia no muy lejana. Contaban hace unos años que un muchacho de barrio, luchador, se clasificó para competir en los Juegos Olímpicos. El ciclista en cuestión tuvo tanta mala fortuna, que vistiendo la camiseta celeste en el Panamericano de Colombia se pegó tal palo en la pista, que la bicicleta no servía ni para repuestos. Y los Juegos estaban a la vuelta de la esquina.
Según recuerdo, el muchacho tenía una beca del Comité Olímpico Uruguayo de 400 dólares mensuales, que se extendería a lo largo de cinco meses. Pero recién había cobrado dos. Me acuerdo, además, que la Federación Uruguaya solo le podía aportar 500 dólares para intentar conseguir una bicicleta, estando a 20 días de los Juegos Olímpicos.
Si no me falla la memoria, el ciclista tocó todas las puertas habidas y por haber. No solo en Montevideo, sino en su pago: Paysandú. Dicen, incluso, que hasta la Intendencia sanducera dio respuesta negativa cuando el deportista pidió colaboración para comprar una rueda.
Lo cierto es que, sin poder acceder a lo mejor, este sanducero viajó a Buenos Aires, se tomó las medidas para poder contar con un cuadro de bicicleta de mediana calidad, y volvió con su esperanza a cuestas cuando solo faltaban días para competir en los Juegos.
Aseguran por ahí que, ante tantas puertas sin respuestas, al deportista no le quedó otra que pedir dinero prestado a su cuñado para poder armar la bicicleta; dinero que más tarde fue devolviendo a medida que le pagaron la beca del Comité Olímpico, destinada no a comprarse la bicicleta para representar a Uruguay, sino para poder entrenar sin tener problemas con el trabajo.
Así, a pulmón, el ciclista se tomó el vuelo a Sydney, sede de los Juegos, en silencio. Pero volvió en medio de homenajes, de caravanas interminables, de representantes gubernamentales tomándose fotos con el campeón. El mismo que se fue sufriendo en silencio y terminó regresando como un héroe.
Después de interminables homenajes en Montevideo volvió a su ciudad. Volvió a Paysandú. Retornó con bombos y platillos, que sacaron a relucir muchos de los que nunca le habían abierto las puertas. Muchos de ellos aprovecharon para sacarse la foto, para anunciar proyectos impresionantes para fomentar no solo el ciclismo sino el deporte todo.
Pero recuerdo que lo que más me dolió fue que, en la plaza Artigas y durante uno de los tantos homenajes, a Milton Wynants le regalaron una bicicleta, quizás igual, mejor o peor que la que necesitó 20 días antes para entrenar y llegar con mejores posibilidades a los Juegos Olímpicos de Sydney 2000, donde sorprendió al mundo alcanzando la medalla de plata en la Prueba por Puntos.
El cuento termina ahí. O seguramente comienza. Pero con el deseo de que no se repita. Fueron festejos y nada más. Se habló de escuelas de ciclismo, de políticas deportivas serias porque tenemos “materia prima” para rato. Se habló, se habló, se habló.
No tengo idea si tendrá moraleja este relato que se me fue largo. Pero no tengo dudas de que usted va a sacar las conclusiones exactas.
De lo que sí estoy seguro es que este relato abarca a todas las banderas políticas, y comprende a cientos de deportistas de este país, a los que se les cierra la puerta, que después se abren –dependiendo del resultado— para la foto. Por eso, más allá de la imagen que reflejarán para la historia los diarios, y de los homenajes, es tiempo de que los políticos se den cuenta de la importancia que tiene el deporte. Es verdad, ya lo dijo el técnico de la selección uruguaya: la enseñanza y la salud son vitales y están muy por encima del deporte. Pero, ¿algo más que el deporte puede provocar lo que se ha originado en estas últimas semanas, en una sociedad como la nuestra?
Es de esperar que, al menos esta vez, la situación sea diferente. Que se pueda crear una política deportiva seria que desde hace tiempo es inexistente a nivel gubernamental (más allá de algún programa que ande dando vueltas), y también en Paysandú. Que no sea cuestión de sacarse la foto después, de festejar con el pueblo.
Que sea cuestión de trabajar en serio, con objetivos claros. Que, por lo menos, sea para abrir las puertas antes, para disfrutar el doble después. La oportunidad de cambiar esa historia contada líneas arriba está al alcance de la mano. Ojalá así sea. STB
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