Paysandú, Viernes 23 de Julio de 2010
Locales | 21 Jul (Por Horacio R. Brum). Durante muchos años, unos pocos periodistas extranjeros y algunas mentes independientes del país fuimos para Chile el niño de la fábula del rey desnudo, aquel que se atrevió a gritar “¡El rey está desnudo!” mientras el soberano se paseaba entre su pueblo, convencido de que solamente las personas inteligentes podían ver el magnífico traje invisible que supuestamente le habían hecho unos estafadores, aprovechándose de su estúpida soberbia.
Como corresponsales, nos resultaba difícil convencer a los editores de nuestros medios de comunicación que este no es un país al borde del desarrollo y de que el “jaguar latinoamericano” tiene mucho más de latinoamericano, en sus miserias, atrasos e inequidades, que de jaguar. Eso, porque en el extranjero los diarios contaban con grandes titulares que Chile se apartaba cada vez más de la región por su eficiencia y competitividad y sobre todo, por su éxito en la reducción de la pobreza.
En este último aspecto, todos los gobiernos chilenos se vanagloriaron de ir disminuyendo el número de pobres, que en las cifras oficiales llegó, durante el mandato de Michelle Bachelet, a poco más del 13% de la población. Sin embargo, en todos estos años el coeficiente de distribución del ingreso nacional se ha mantenido entre los peores de América Latina y mirando más allá de las estadísticas y de los impresionantes edificios y autopistas que suelen delimitar el horizonte de los periodistas y otros visitantes que vienen por pocos días a Santiago, para volver a sus países contando maravillas, es posible notar que la prosperidad económica se asienta en los malos sueldos, la precariedad del trabajo y el endeudamiento en que cae una gran parte de la población, para ser parte del juego del consumismo. Unas cifras que se repiten con regularidad dan el mentís a los cálculos de la pobreza: cada vez que hay aumentos importantes de la energía eléctrica o de los combustibles para calefacción, como el querosén, las autoridades reparten unas ayudas económicas para paliar esos incrementos. Aproximadamente un millón y medio de familias suele recibir tales bonos; considerándolas como familias tipo de cuatro personas, se puede calcular que unos seis millones de chilenos viven con un presupuesto restringido.
Es más de la cuarta parte de la población del país, que se balancea en el borde de la pobreza. Otro dato revelador lo dio el terremoto del 27 de febrero: según un catastro del gobierno de Sebastián Piñera, el 63% de los refugiados en las más de 45.000 casas de emergencia son pobres y lo eran antes del desastre.
Este lunes se publicó la encuesta oficial sobre la pobreza, que se realiza cada tres años, con la novedad de que ha sido elevado el umbral del ingreso para catalogar a una persona como pobre. Hasta ahora, ese límite estaba en los 90 dólares mensuales, que en el mundo real apenas pagan la cuenta de electricidad para dos personas o el consumo de alimentos para una semana, si se quieren comer productos variados y de buena calidad. La nueva encuesta de caracterización socioeconómica fue realizada con un umbral de 120 dólares y los datos se tomaron antes del terremoto, por lo cual no es posible adjudicar a la catástrofe el hecho de que el porcentaje de pobres haya pasado del 13,7% declarado por el gobierno de Michelle Bachelet, al 15,7% actual. Para preocupación de los apologistas del “milagro chileno”, el país ya no es líder en la reducción de la pobreza en América Latina y de acuerdo con los cálculos de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal), fue desplazado del primer puesto por Uruguay, aunque habría que ver cómo se concilia con la realidad el umbral de ingreso empleado en nuestro país para determinar quién es pobre.
La derecha gobernante está preocupada por la posibilidad de que Michelle Bachelet, cuya popularidad sigue siendo superior a la del actual presidente, se convierta en la figura capaz de devolver el poder a la Concertación que lo tuvo durante 20 años. Por eso, con el amplio apoyo de los medios que también controla derecha, se han iniciado todo tipo de investigaciones y denuncias para demostrar que el de Bachelet fue un gobierno corrupto. Las nuevas cifras de la pobreza también están dando munición para esa ofensiva y al presentar públicamente la encuesta el presidente Piñera dijo que los recursos muchas veces se perdían “en las garras de la corrupción”. Anunció además que se están estudiando detalladamente los programas sociales que implementó su antecesora, en los que, según algunas fuentes del palacio de La Moneda, existe una gran falta de control, desorden administrativo y gastos en exceso.
Piñera y su equipo han golpeado donde le duele mucho a la Concertación, que durante dos décadas mantuvo en alto las banderas de los pobres y los desposeídos, pero lo cierto es que ni ésta ni la Alianza derechista gobernante están dispuestas a admitir que la pobreza en Chile tiene mucho que ver con las estructuras básicas del modelo económico, altamente dependiente de la mano de obra barata y de las exportaciones con escaso valor agregado, que no requieren de obreros especializados y por ende, mejor pagados. Para no entrar en cambios de fondo, la Concertación creó numerosos programas asistenciales que si bien no ayudaban realmente a los pobres a salir de su estado, servían para que, en el cálculo estadístico, éstos fueran menos. Sebastián Piñera no parece seguir un curso diferente: durante el gobierno anterior, la iglesia católica reclamó un “ingreso ético” para los trabajadores de 500 dólares mensuales, el mínimo para vivir con cierto desahogo y dignidad. Hace algunas semanas, Piñera anunció que dará la respuesta a ese reclamo, pero la fórmula no es más que complementar el sueldo mínimo de 300 dólares con ayudas sociales. Lo que la Iglesia quiso decir fue que los empresarios tenían que comprometerse a pagar un sueldo mínimo de 500 dólares, como un medio para reducir la desigualdad y cambiar positivamente la distribución del ingreso.
El Presidente es buen católico, pero parece que interpretó a su manera las palabras de los obispos y los pobres en Chile seguirán esperando que alguna estadística refleje su realidad.
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